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martes, 27 de diciembre de 2011

Restless

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Probablemente, haya influido en la impresión, en cómo ha calado en mí, esta obrade Gus Van Sant, 'Restless' (2011), el hecho de haber sentido hace poco más de un mes el aliento frío de mi 'desvanecimiento' de vida, de haber estado suspendido en un limbo, como cuando se apaga la pantalla, que era un estar entremedias, ni aquí, ni allá, hasta que fui 'recuperado', como la criatura de Frankenstein, por la pertinente descarga eléctrica. Enoch (Henry Hopper, hijo de Dennis, a quien en aquellos momentos, ya antes del rodaje, habían diagnosticado cáncer) habita, o más bien transita en su particular limbo, 'cuerpo extraño' en funerales en los que no ha sido invitado, en los que no conoce ni al muerto ni a los finados. Enoch no ha asumido el haber sufrido el rasgón de la muerte en su vida ( el fallecimiento de sus padres, los minutos de muerte clínica que padeció), aún presa de un resentimiento, de una furia, reflejo de no haber encajado su intemperie, de no haber sabido reiniciarse. Tiene un amigo especial, un fantasma, el de un joven kamikaze japonés que falleció en la segunda guerra mundial. Enoch, de algún modo, es un kamikaze emocional que aún no se ha estrellado, dejándose precipitar en el vacío. Pero conoce a Annabel (Maria Wasikowska). Entre ambos surge la atracción, y no la del vacío, sino la de promesa de plenitud. Pero la adversidad sombrea su horizonte: A Annabel le han diagonosticado tres meses de vida, debido a un cáncer.
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Sumado a la estética de Enoch, siempre de negro, elegante, con aire de juvenil tortuosa figura romántica decimonónica, surgida de un cuadro de Friedrich, se puede inferir referencia al último poema de Edgar Allan Poe, Annabel Lee, muerte de una mujer hermosa y relato de la pervivencia de un amor más grande que la vida. Será la luminosa actitud de Annabel la que consiga que Enoch se desprenda de su resentimiento, del peso de la muerte en vida ( ese que aún le lleva a enfrentarse rabioso al doctor de Annabel, como quien demanda la corrección de algo inevitable que no logra asimilar aún; o cómo golpea con el mazo la lápida de la tumba de sus padres). 'Restless' es una película desconcertante. Sabe rehuir los peligros de su argumento, en el que suelen incurrir, sobre todo en las últimas décadas, esa variante del melodrama romántico en el que uno de los enamorados sufre una enfermedad crónica.Incluso ironiza sobre esas convenciones, como esa secuencia en la que parece que ella está agonizando, y no están sino interpretando, según el guión que han escrito ambos. Y aún más, se crea la primera fricción importante entre ambos; la fisura de lo real quebrando lo imaginario, en doble sentido: las convenciones de un tipo de cine, y el no saber afrontar del todo lo real, o el dramatizarlo innecesariamente. ¿Cuál es la distancia adecuada, esa que no es demasiado ajena, no consciente, ni tampoco la que dramatiza demasiado, como si fuera necesaria acorde a la gravedad de lo que se padece, como si otra lindara con lo indiferente? ¿No es la sonrisa, la que brota como homenaje en la bella secuencia final en el rostro de Enoch?
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Van Sant aplica esa adecuada distancia en su atmósfera narrativa, sin pesadumbre ( sin la gravedad de algunas de sus grandes obras de la tetralogia de la ausencia, ni su radicalismo narrativo), con esa tonalidad visual entremedias de la luz nublada y el colorido vibrante del paisaje de Portland. Como también rehuye la convención de esas escenas de catarsis efusiva, en el crescendo de la agonía, del agravamiento de la enfermedad, para desafiar a las glándulas lacrimales del público, optando, en cambio, por una delicada elipsis, que tiene, por ello, el aliento de la templada consciencia de nuestra finitud, complementada con la celebración y afirmación de la vida como sonrisa. Dos figuras que crean un fugaz lazo pleno sobre el pérfil ( como el dibujado en tiza por la policía alrededor de los cadáveres ) de nuestra muerte venidera e imprevisible.

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