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miércoles, 6 de enero de 2010

Mala sangre

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De vez en cuando, aparecen cineastas que te despejan la mirada, como si contemplaras algo por primera vez, como me pudo pasar en estas últimas décadas con Terence Davies o Wan Kar Wai, o el año pasado con 'Hunger' de Steve McQueen (algún siglo llegará a nuestras pantallas). Este fue el caso con 'Mala sangre', la segunda obra de Leos Carax. Aunque esa sensación de descubrimiento, posee a la vez el fructífero impulso de la recuperación, la de aquel cine mudo que llevó al cine a sus más altas cotas en cuanto experimentación e ingenio visual. Con esta obra de Carax hay esa sensación en cada plano Y entre sus poros se puede respirar tanto el cine de Chaplin como el del Borgaze de 'El ángel de la calle' en su tierno y naive romanticismo, con gotas del Mabuse de Lang en esa desaforada subtrama de conspiraciones y amenaza de epidemias, o de Murnau, el de 'El último' y 'Amanecer', el que descubría a cada plano, y hacía de la emoción en estado puro odisea y guía de la narración. No importa la trama en 'Mala sangre', es una abstracción lírica y excéntrica, de giros radicales, como cuando dedica más de veinte minutos a una larga secuencia de dos intimidades conociéndose, palpándose en su interior, como si abrieran los ojos por primera vez, en una de las secuencias de amor gestándose, explorándose, más bella que ha dado el cine. Como de repente, tras un bebé que camina torpemente hacia su madre,vemos aparecer al protagonista, emulándolo sus pasos cual bebé grande. Esa es la mágica poesía de esta conmovedora obra que hace del arte cinematográfico un espacio vivo que aún puede explorarse para descubrir territorios desconocidos que son puro asombro, como el encuentro con la emoción verdadera que siempre es un espacio exiliado de la realidad, un espacio de ensueño donde uno despierta a lo real o verdadero, esa es su fascinante paradoja. El artificio abre las puerta de la percepción.
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'Mala sangre' 1986) es la segunda obra del cineasta francés Leos Carax, con Denis Lavant,Juliette Binoche y Michel Piccoli, tras la estupenda 'Boy meets girl'. Un derroche de exuberancia creativa, de composiciones que hacen cuerpo de las corrientes que palpitan tras estas exultantes imagenes, aquellas que se preguntan de qué esta hecha la materia de esa emoción llamada amor. Algo también tiene del Godard que busca que es lo que hay antes del nombre, en sus exploraciones visuales y sonoras tan rupturistas como genuinas. Hay un algo de Érase una vez, o más bien, de Érase una primera vez...

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