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martes, 19 de enero de 2010

El manuscrito encontrado en Zaragoza

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Se puede decir que es una de las obras más singulares que ha dado el cine fantástico. Un laberinto de narración estructurado al modo de cajas chinas, con relatos dentro de relatos, una variante de las mil y una noches entre lo macabro y la picaresco, en la que se va difuminando las fronteras entre lo real y lo fantástico. O cómo se va aposentando la incertidumbre sobre su discernimiento. Lo posible asienta su dominio, y las certezas se exilian. Este juego narrativo y de conocimiento comienza con el descubrimiento de un manuscrito, entre las agitaciones del asalto de las tropas napoleónicas a un pueblo español. El protagonista, Alfonso Van Worden, en un espacio tan abstracto como inquietante, una sierra morena inhóspita donde cuelgan cadáveres de bandidos proscritos que pueden ser demonios que posean tu mente. Un mundo de cabalistas, de inquietantes eremitas, inquisidores, de salaces moriscas que tienen espíritu de sirenas que cautivan con su exultante sensualidad en la que no hay límites. Si la vivencia es real o fruto de la fantasía o de la posesión es una incógnita que tiene su inquietante contrapunto en esos cíclicos despertares del protagonista tras una de sus aventuras o lides asombrosas bajo los cádaveres de los bandidos, o quizás demonios. Una estructura circular como si el protagonista se hubiera quedado atrapado en un bucle del tiempo, donde ya ha quedado desterrada la concepción de una frontera entre lo real o lo imaginado, o ya es imposible saber qué es real y qué no lo es.


'El manuscrito encontrado en Zaragoza' (1964), de Wojciech J Has, adapta libremente, complejizando su estructura, la obra de Jan Potocki, noble polaco de trashumante vida viajera, de Marruecos a Mongolia pasando por el imperio Otomano, y España, arqueólogo, etnólogo y caballero ilustrado. La película de Has juega con su apariencia realista para ir desestabilizando progresivamente las nociones de realidad o de imaginado con una estructura que repite situaciones y que en su juego de cajas chinas establece un laberinto de espejos que se convierte en prueba de conocimiento para el protagonista. Destaca la lúbrica sensualidad de las escenas con las herías, las moriscas, donde si diluyen los límites del deseo entre el incesto y el lesbianismo, que establece un vínculo de espíritu con el Decameron. Y la banda sonora de Krystoff Penderecki

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