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jueves, 14 de enero de 2010

Freaks (La parada de los monstruos)

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En esta era de la virtualidad, de la digitalización y las 3D, del maquillaje de los efectos especiales (y viceversa), y desde otro ángulo, de la preponderancia de lo políticamente correcto, de las apariencias y el valor de imagen, del lastre de la verguenza determinante en nuestras conductas, y en la que las relaciones cada vez parecen más definidas y diseñadas por la virtualización, una obra como Freaks (La parada de los monstruos) resulta más revulsiva y transgresora que en el año 1931 en que se estrenó. Y eso que en su momento causó notorios trastornos tanto en la productora, MGM, que impuso el acortar más de media hora, como entre las plateas ya que para muchos espectadores era insoportablemente turbador el contemplar una obra protagonizada por personas con anomalías físicas. Esto es, freaks, concepto que implica tanto anómalo, como marginal. Porque en un espacio, o realidad, marginal, el circo, deben vivir estos seres, para poder sobrevivir. Convertidos en atracción de feria porque no pueden ser integrados en el nosotros de la sociedad considerada normal, una forma de encubrir el temor y el rechazo que les causa. U objeto de irrisión. Como es el caso de la arrogante trapecista Cleopatra quien, junto al musculoso Hércules, deciden aprovecharse del enamoramiento del enano Hans, para beneficiarse de su riqueza. Claro que no podrá aceptar que la consideren 'una de ellos'. Fatal reacción que pone en evidencia su prepotencia y nula sensibilidad, como su ignorancia sobre la solidaridad que alienta la relación de los llamados freaks. Su sombrío final, ese turbador acoso bajo la lluvia de los freaks a Hércules y Cleopatra, determinó que haya sido considerada una obra de terror. Porque realmente es un drama, con momentos entrañables (por ejemplo, cada siamesa siente lo que siente la otra, como cuando es besada; el idílico inicio de algunos de los freaks jugando en el bosque como niño, interrumpidos por la susceptibilidad de unas 'criaturas normales' que los consideran ya intrusos: el nacimiento del hijo de la mujer barbuda) en el que el terror proviene de esas mentes atrofiadas por el arrogante desprecio al Otro y la codicia de Cleopatra y Hércules. Su condición de obra fantástica se traza por al alteración que su mirada realiza sobre lo que es normal, haciendo de lo Otro naturalidad. El plano final del destino de Cleopatra es una terrorífica muestra de justicia poética.
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Tod Browning no pudo evitar que Freaks (1931) sufriera diversas mutilaciones de la duración de su film. Entre ellas, en las secuencias finales, cómo caía sobre Cleopatra un árbol, y se viera el estado en el que quedara, o cómo Hércules era eviscerado. Gran personaje también el del payaso interpretado por Wallace Ford, de los pocos 'normales' que establece una relación natural con los freaks. Una obra que dura poco más de una hora y que es un prodigio único en la historia del cine. No hay efectos especiales, los personajes son lo que son.

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