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domingo, 31 de enero de 2010

Juan Nadie

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Este 'Juan nadie' es otro caballero sin espada, otro solitario caballero defensor de la integridad que lucha contra el dragón de la corrupción, un ingenuo que como aquel también será presa de los engaños de los intereses mezquinos de los poderosos y debe ponerse al límite, al borde del colapso o del suicidio como demostración de su resistencia y de una integridad que no se plegará ante nada. Se le puede llamar ingenuo al cine de Capra, pero el martirologio al que sometía a estos personajes traspasaba el umbral de lo siniestro. Las aristas de sus invectivas no dejaban de ser aceradas. Y no dejaba de ser sombrío reflejo de su tiempo, los previos al estallido de la segunda guerra mundial, en donde la amenaza exterior, o el ascenso del poder nazi no dejaba de encontrar reflejos en el propio país. Véase al aspirante a la presidencia, el magnate Norton (Edward Arnold), al que se enfrenta 'Juan nadie', que posee una particular guardia policial ( su presentación asistiendo a un desfile de los mismos en una coreografía motorizada es clara en su asociación con la estética ideológica nazi) o sus arengas con respecto a la necesidad de que el país se someta a una disciplina tras un tiempo de demasiadas concesiones. Además, el aspecto añadido de que haya comprado el periódico en el que son despedidos, en las primeras secuencias, casi todos sus empleados, entre ellos, Ann (la extraordinaria, una vez más, Barbara Stanwyck), quien como venganza se inventa una anónima carta de un John Doe (el Juan Nadie, un sin nombre, uno más entre tantos, esa denominación que fue utilizada de perversa y aguda manera por Fincher en 'Seven', así se autodenominaba el asesino) en la que cuestiona la situación en la que se encuentra el país, anunciando su suicido en dos meses, como gesto de protesta, coincidiendo con la Navidad. Las resonancias que adquiere propicia que lo utilicen como noticia que haga que aumenten las ventas del periódico, y entre los mendigos hacen un casting para que alguien interprete ese papel. El elegido es John (Gary Cooper) un exjugador de beisbol. Sorpresivamente, su discurso que alienta el amor al prójimo (por mucho que posea sus resonancias cristianas, su alcance es mucho más amplio en su cuestionamiento de una sociedad definida por el ensimismamiento y el desconocimiento del otro) alcanzará un éxito imprevisto que movilizará al pais, no sólo entre los desfavorecidos, como una toma de conciencia sobre la necesidad de la solidaridad y de preguntarse quién es tu vecino en vez de ser siempre desconfiado o susceptible con respecto al otro. Para Norton, en cambio, no será más que la solapada manera de conseguir votos para llegar a ser presidente aprovechándose de ese éxito. Pero aparte de esta visceral inclinación discursiva, nada forzada y sostenida sobre una atmósfera sombría, están presentes ese ingenio cómico, sobre todo en su primera parte, como la desesperación del que está escribiendo el nombre del nuevo dueño en la puerta del despacho en la primera secuencia porque ve su labor continuamente interrumpida y frustrada por las entradas y salidas del despacho. O el juego, sin bola, en la suite que ocupan John y su amigo el coronel (Walter Brennan) con la entregada colaboración de los asistentes del periódico. O el ácido discurso que el coronel les suelta a estos, que con gesto atónito les 'ilustra' sobre una sociedad dominada por las sanguijuelas, aquellos que en cuanto tienes algo de dinero ya te quieren sacar más, alentando necesidades, comprando ésto o aquello, o con cientos de tasas e impuestos. La sociedad del bienestar (de las sanguijuelas).
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'Juan Nadie' (1940), fue la primera producción independiente de Frank Capra (junto a su guionista habitual, Robert Riskin), que irónicamente se tuvo que disolver por problemas de tasas elevadas. Capra iba progresivamente ensombreciendo sus fábulas, y por mucho entusiasmo ingenuo que latiera en ellas, cada vez eran más siniestras ( la misma Qué bello vivir, su posterior obra, tras acabar la guerra, lo refrenda). Plantear la posibilidad de un dictador en su país, en connivencia con los intereses corporativos, no dejaba de ser una muy corrosiva invectiva. Y, realmente, sus reflexiones no han perdido actualidad, tal como ha derivado esta sociedad. Por otra parte, es admirable su trabajo de la composición, el uso de las sombras que van apoderándose de la narración haciéndola cada vez más opresiva, y su excelsa cualidad dibujando y definiendo a los personajes secundarios. En el elenco, aparte de los citados, no hay que dejar de destacar a James Gleason, extraordinario como el editor de la revista, y que brilla especialmente en una de las mejores secuencias, aquella en la que intenta, él que era un escéptico, hacer tomar consciencia a John de que el magnate se quiere aprovechar de él.

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