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lunes, 11 de enero de 2010

Murieron con las botas puestas

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Entrar en disquisiciones sobre cuestiones de fidelidad histórica en el retrato del General Custer en 'Murieron con la botas puestas' siempre me ha parecido una cuestión baladí. Sea como fuera el personaje en cuestión, si un rígido militar de obtusa mentalidad (como fue retratado bajo el nombre de Thursday los rasgos de Fonda en Fort Apache), lo fundamental es que si esta obra distorsiona la realidad lo hace con un planteamiento bastante crítico en el que Custer se enfrenta a los mezquinos intereses empresariales que degradaron el Oeste y para los que valía cualquier medio para eliminar de en medio a sus habitantes,los indios. Así que aunque se suela hablar de principios de los 50, con obras como Flecha rota, de Delmer Daves o la excelente La puerta del diablo,de Anthony Mann, como emblemas de un cine que empezó a representar o ver al indio no sólo como figura amenazante, en ésta claramente son representados como una voluntad de la que preocuparse y a la que defender del ultraje de los miserables empresarios del ferrocarril. Pero más allá de ésto, si Murieron con las botas puestas es una obra excepcional es por su portentoso pulso narrativo, por su asombrosa capacidad de variar de registro, y por su incisivo retrato, sotto voce, del contraste entre el impulso juvenil, aquel que quiere comerse el mundo, y las contrariedades sombrías a las que se enfrenta el ser adulto, algo evidenciado en los contrastadamente diferentes que son las dos partes en la que se divide el film. La primera es un derroche exuberante de vitalidad dominada por el tono de comedia, definido por el arrebatador temperamento de Custer, un pícaro que no se arredra ante nada para entrar en combate, o para conquistar a la mujer de la que se ha enamorado. Las secuencias entre ambos son inolvidables, con irónicos apuntos de contrapunto a su azaroso proceso de conocimiento, desde el silencio al que tiene plegarse Custer cuando hace la ronda por sujección a las normas, sin poder explicarle a ella cuál es la dirección por la que le pregunta, a cómo ella come cebollas con él aunque le disgusten sobremanera.
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La segunda parte, adquiere ya un tono más sombrío. Ya de entrada, por la inacción en la que se siente Custer tras acabar la guerra, sintiéndose nada, y abocándose al alcohol, como una figura inmovilizada que ha despertado de un sueño, el de la activa eferverscencia de las ilusiones de juventud. Su enfrentamiento a ese más oscuro enemigo, el de los empresarios que sólo buscan el afán de enriquecerse, adquieren unas dimensiones más densas a la vez que elevadas, un heroísmo ya más lúcido, aquel que lucha contra fuerzas en cuyo enfrentamiento implicará la propia pérdida, o el sacrificio, por mantener el espíritu noble, que es el respeto al otro. La despedida con su esposa, en la que declara cómo de hermoso ha sido el paseo que ha dado con ella ( cerrando el círculo de la frase que le dijo al conocerla, sobre qué hermoso sería pasear con ella toda la vida) queda como uno de los momentos más bellos y conmovedores que ha dado el cine.

'Murieron con las botas puestas', con Errol Flynn, Olivia de Havilland y Arthur Kennedy, es un claro ejemplo del exultante cine de Raoul Walsh, mi preferida de su obra junto a The roaring twenties. Un romanticismo tan radiante como sombrío cruza toda la obra, desde su vivaz presentación con sus arrogantes juveniles aires de grandeza al llegar a West Point hasta la serena, lúcida y real grandeza con la que se enfrenta a la muerte, en un asumido suicidio que es un sacrificio por aquellos que le matan, los indios. Gloria o infierno, como él mismo dice la noche anterior.

1 comentario:

  1. "¡Qué no soy americano!¿Qué se creen los yankees?
    Los únicos verdaderos americanos que hay aquí son los que están al otro lado de la colina con plumas en la cabeza." "Malditos indios que impiden el avance de la civilización".Frases nada baladíes que no ocultan lo subversivo de los intereses financieros, los auténticos suscitadores de la paranoia de la pepita de oro y de la propagada crueldad hacia los indios.
    Desconozco la verdadera historia del general Custer y, a pesar de su retrato edulcorado, hay que tener en cuenta hasta qué punto Raoul Walsh dispuso de libertad creativa en la composición de su obra. Me quedo con la romántica despedida que encuadra a Elizabeth en un zoom de alejamiento,reflejo de la lejanía de un amor que ya nunca retornará.

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