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viernes, 8 de enero de 2010

Doctor Zhivago

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Paseando hoy bajo la nieve, pensaba en quizá sea en 'Doctor Zhivago' en dónde haya podido contemplar las más hermosas secuencias de paisajes nevados. En especial, las que transcurren en esa casa en el campo donde Zhivago y Lara viven sus fugaces más bellos momentos compartidos. Ese interior helado, como el de un país crispado y congelado en una dolorosa transformación social y política, en donde los inflexibles sectarismos vencen sobre la calidez del sentimiento, ese que por unos breves momentos llenan la casa con su amor Zhivago y Lara, representada en ese resplandeciente amarillo de los girasoles ( esos pétalos que caen en primer plano, mientras Zhivago desaparece al fondo del encuadre, tras su primera separación al finalizar la guerra, y que irradian esplendor, después, en los campos alrededor de esa casita). En su momento, no fue nada bien recibida por la crítica, y no sólo por esa crítica que antepone sus idearios políticos y busca que complazcan sin ambivalencias sus dogmas ( en este caso, no era época, dado los movimientos progres izquierdistas, para poner en solfa doctrinas comunistas), sino también en Estados Unidos. Ya sabemos que toda impresión del arte es subjetiva, pero, sinceramente pienso que los árboles no dejan ver el bosque. Sólo hace falta evocar Lawrence de Arabia o La hija de Ryan, para ver con claridad que, como en Doctor Zhivago, las únicas revoluciones que Lean considera factibles son las individuales, y que éstas es fácil que queden arrumbadas entre la colisión de fuerzas ideológicas enfrentadas, sectarias, incapaces de llegar al diálogo o al entendimiento. El otro siempre será un rival.
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Lawrence fracasa en su intento de lograr esa armonia entre las diversas facciones en juego, sean árabes o inglesas,y hasta él mismo se pierde en su afán visionario bienintencionado. Zhivago y Lara son figuras que erran en un paisaje en transformación que deriva en degradación. Las emociones se hielan, como las del esposo de Lara y se convierte en un acerado autómata. Los cristales interpuestos se convierten en emblemas de esa incapacidad de ver al otro. Y, por añadidura, esta esa desoladora concepción del azar. En la primera ocasión que Zhivago y Lara, cruzan sus destinos, sin verse, es en un tranvía que logra el primero coger tras correr para encaramarse en él. Al final, después de su forzada separación, tras tiempo sin verse, Zhivago, subido en un tranvía, la atisba en la calle. Desesperado, pugna por salir pero le resulta arduo por la cantidad de gente que hay. Cuando sale, e intenta correr tras ella, el corazón le falla y muere. No se puede ser más dolorosamente bello. El arte de la composición de Lean brilla en sus refinados planos, que lo refrendan como uno de los más grandes, e incomprendidos, cineastas que ha dado el cine. Y Doctor Zhivago sigue siendo, para mí, una inconmensurablemente hermosa obra maestra.

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