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miércoles, 5 de febrero de 2014

Richard Bull, el señor Oleson y la luz y el silencio de los domingos de la infancia

Hay decesos que te trasladan a la infancia, a la sopa de fideos de los domingos, a aquella luz que parecía sólo habitar aquel día, porque estaba hecha de silencio, aquel silencio que empapa el tiempo en las horas que dormían, aquellas primeras horas de la tarde en la que no parecían circular coches ni el propio tiempo. Ha muerto Richard Bull, un nombre, un actor que no ocupará titulares y que no será recordado por muchos. Su rostro fue protagonista de la pantalla de mi infancia durante años, en aquellos domingos de sopa de fideos, luz serena y silencio. Era el rostro de la tolerancia, de la paciencia, de la ecuanimidad, de la tolerancia, un tanto excesiva, hasta masoquista, como si fuera la armonía que asume resignado que hay que convivir con el caos, como parecía representar su personaje, el señor Oleson, quien soportaba estoicamente a la estridencia y capricho y soberbia de su mujer y de su hija. No siento ninguna nostalgia de la propia serie, 'La casa de la pradera', pero aquel rostro, el del señor Oleson, suponía cada domingo una cita con uno de los últimos reductos de la ecuánime templanza.

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