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miércoles, 19 de febrero de 2014

La mujer del chatarrero

En una secuencia de 'La mujer del chatarrero' (Epizoda u zivotu beraca zeljeza, 2012), de Daris Tanovic, Nazif asciende por la ladera embarrada de un vertedero con la chatarra que ha recogido. Es su sustento, con lo que logra sacar un dinero para mantener a su familia, a su esposa y dos pequeñas hijas, en un pequeño pueblo de Bosnia-Herzegovina, Poljice. Pero en esta ocasión la necesidad resulta acuciante, ya que tiene que conseguir con urgencia unos marcos, ya que se ha enfrentado con otra ladera más escarpada, aunque sea menos visible, esa que está constituida la inclemente mezquindad y ajenidad humana. En concreto la de los médicos y administrativos del hospital que, por no tener la correspondiente tarjeta de la seguridad social, se niegan a asistir a su esposa, Serena. Sólo se han preocupado de cortarle la hemorragía consecuencia de un aborto natural, pero necesita ser operada o sino fallecerá. Subordinan el peligro que corre su vida a unas normas y reglas, y estas dicen que tienen que pagar 980 marcos. Y no importa que no los tengan, no es su problema. Ni la vida de una mujer que puede morir por no atenderla. De las grandes chimeneas de la industria de la zona brota humo. Es un paisaje sucio, deteriorado, como el de ciertos humos humanos.
Posteriormente, el coche de Nazif se estropea, se cala, no arranca, con ninguna marcha, ni siquiera con la marcha atrás. Así se puede definir su vida, no sólo en esta circunstancia agónica que tiene que solventar, tocando todas las puertas que pueda para intentar conseguir ayuda, apoyo, sino las artimañas a las que tiene que recurrir para conseguir que su esposa Serena sea atendida antes de que ya sea irreparable el daño y pierda la vida. Sino también porque refleja una vida, la de esta familia gitana en un pequeño villorrio, que es como muchas familias, que sufrieron dos décadas atrás una guerra, en la que participaron, y perdieron la vida amigos y familiares, y ahora padecen un abandono de vida (sin ayudas de ningún tipo) que hace más doliente su situación, ya que refleja que tras una desoladora herida sólo se ha aplicado un torpe parcheado. En Poljice, tienen que bregar con las nevadas, pero hay otras meteorologías más inclementes, y duran ya décadas.
En el primer plano de la película las dos pequeñas hijas, mirando a cámara, dicen que no pueden mirar. Más allá de una ironía con el juego entre documento y recreación (ficticia), adelantando, además, la recurrente tendencia de las niñas de mirar a cámara, contiene una mordaz implicación. Hay realidades que no se quiere mirar, que no se puede mirar por la precariedad, por la obscenidad del abandono en que viven ciertas personas, como si fueran ellos mismos chatarras, como si su realidad, en la que sobreviven a duras penas fuera sólo un desguace. Lo que narra la película ocurrió realmente. De hecho, la protagoniza la misma familia, y participan todos aquellos que estuvieron relacionados en aquellos acontecimientos, excepto, por descontado, el médico que se negó a asistir a Serena porque no dependía de él, ya que le había ordenado el director del hospital que no le atendiera mientras no pagara. O sea, sólo era un mandado, sin personalidad, un mísero esbirro. Como tantos otros que miran hacia otro lado sin que sus escrúpulos se revuelvan en sus entrañas. No es su función.
Tanovic se planteó que en aquella historia palpitaba una urgencia que debería materializarse cuanto antes. Hacer del cine un filo combativo, como indignada denuncia. Por eso pensó que rodar con actores, y con las dinámicas de rodaje habituales, tardaría dos años en culminar el proyecto. Así que convenció a la propia familia para que la protagonizara, aceptando la indómita condición de unas niñas pequeñas (con las que sería dificil disimular que hay una cámara, lo que redunda en la naturalidad que desprende la narración, del mismo modo que la recreación se dota de un admirable pálpito de presente). Tanovic la rodó en nueve días con una cámara digital (una Canon 5D Mark II), como un reportero o documentalista de guerrillas (de lo que ejerció durante la guerra), porque al fin y al cabo había que dejar en evidencia otro campo de batalla, otras laderas enfangadas en donde parecen sumir a quienes tratan o apartan como chatarra arrojada en un vertedero.

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