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domingo, 16 de febrero de 2014

Distance

En un aparador junto a la puerta de emtrada de uno de los hogares que han quedado rotos en 'Distance' (2001), de Hirokazu Kore Eda, destaca un conejo blanco de peluche. En esa secuencia esposo y esposa discuten. Ella le saca de casa, porque ya es un extraño en el hogar, porque ya se ha salido del hogar, al unirse a una secta. Se ha establecido ya un distanciamiento que se siente irreparable, como si él ya hubiera entrado en otro mundo, en el que es ya imposible la comunicación, como si fueran universos paralelos. Un conejo blanco como el que perseguía Alicia, antes de caer en un agujero que le traslada a otro universo en el que la lógica está alterada, la realidad transfigurada. 'Distance' se trama y teje sobre la colisión y distancia o separación entre tiempos, entre mundos, viajes que intentan sedimentar una cicatriz que cure una herida. Tres años atrás, murieron más de un centenar de integrantes de una secta por envenenamiento (por la inoculación de un virus manipulado genéticamente), inspirado en el atentado con gas sarín realizado en el metro de Tokio en 1995.
Distancias: Tres hombres y una mujer nos son presentados en las primeras secuencias sin que sepamos que vínculos les une, como piezas desgajadas de un puzzle sin cohesión aparente. Los cuatro se reúnen en una estación para realizar un viaje en la campiña, hacia un paraje aislado, junto a un lago. Su vínculo es la pesadumbre. Cada uno de ellos es pariente de alguno o alguna de quienes murieron en aquella masacre. Cada uno o cada una de quienes murieron lo hicieron porque les faltaba algo en su vida, en sus relaciones, maritales, familiares, de amistad, porque en ese otro vínculo encontraban un sentido a su vida, un propósito a su dedicación, como si se sintieran reconocidos, integrados en algo. Como si ya no sintieran distancia en sus vidas con los demás, con su entorno. A partir del momento en que sabemos lo que une o víncula a esas cuatro peregrinos de una huella dolorosa, La narración se construye sobre la desvinculación, sobre el desajuste, como piezas de una osamenta que no encajan, a través de la alternancia de tiempos, alternancia que tiene algo de colisión.
Hay fragmentos pretéritos que resultan enigmáticos, como espasmos de algo no resuelto,de una herida no cerrada, otros son esclarecedores de las motivaciones de los parientes que decidieron cruzar el umbral a ese otro mundo, a esa otra forma de habitar o sentir la realidad, que suponía separarse de quienes eran sus seres queridos, porque estos no sentían la misma conexión con ese otro universo. Distanciamientos que creaban desconexiones, o que las revelaban. La brusquedad de ciertos saltos al pasado resalta la incomprensión de quienes ahora lloran la muerte de aquellos, como si no encontraran un sentido que articulara una doble sección, una doble perdida, su separación o distanciamiento en vida, y su muerte. La ausencia de sonido en ciertos pasajes del pasado hace aún más manifiesto esa distancia de comprensión. No entienden por qué siguieron aquella especie de conejo blanco que les llevó a la muerte. No encuentran la lógica ni el sentido, como si las distancias fueran infranqueables. El rostro de aquel con quien convives resulta más lejano que el horizonte que contemplas desde unas alturas que no son sino aislamiento. Quizás las relaciones no sean sino recortes enuna pantalla que se hace distancia inadvertida en la inercia.
Entre los cinco personajes, ya que se encuentran con otro chico en la zona boscosa, un superviviente de la secta, hay un personaje que se va perfilando como una incógnita, lo que delimita la paradojas sobre las que se trenza la narrativa, ya que comenzará a atisbarse que no es lo que parece, quien dice ser. Hay quien está convencido de que no es hermano de una chica que murió. Ante la muerte en las últimas secuencias de un anciano en el hospital, al que atendía en las primeras secuencias, se revela que no es, como parecía, su hijo. ¿Quién es? ¿Por qué su insistencia en portar lirios blancos que simbolizan la inocencia del alma restaurada tras la muerte? ¿Por qué realiza un montaje fotógrafico en la que se incluye en la familía de la chica muerta? ¿Por qué quema unas fotografías en el lugar del deceso? ¿Siente alguna responsabilidad, por vínculos familiares, por la acción realizada los perpetradores, y necesita purgar su culpa, sentirse en y con la piel de los víctimas y sus allegados? Kore Eda hace poesía de esa ambigüedad, de esa incógnita, de esas corrientes esquivas o elusivas, como si la realidad, la sociedad (esa multitud en la que se confunden cuando retornan de su viaje en la estación) estuviera definida por los flecos sueltos, por las conexiones nerviosas cortadas, por las distancias que abren heridas y silencios que son gritos mudos.

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