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miércoles, 12 de febrero de 2014

Somos lo que somos (We are what we are)

¿Por qué somos lo que somos? ¿Lo somos? Una vecina mira a través del cristal empañado cómo camina su vecino. Las hijas de este, desde la ventana de su casa, a través de los regueros de las gotas en el cristal, observan cómo la policía alude a su padre. Corren hacia él, se abrazan. La cámara permanece en el interior, tras el cristal empañado. Acaban de comunicarles que la madre ha muerto. Esa es la mirada de Jim Mickle en 'We are what we are' (2013), remake de la producción mejicana 'Somos lo que hay', dirigida por Jorge Michel Grau. La madre ha muerto ahogada en una pequeña alberca, tras sufrir un ataque en el que de su boca surgía sangre ennegrecida. Una hoja cae de un árbol, y es arrastrada por la corriente. También huesos serán arrastrados, o más bien descubiertos, porque permanecían enterrados bajo las raíces de un árbol que ha caído. Huesos de aquellos que han sido comidos, como si surgieran de los vientres de los que los han devorado. No será lo único que surja, no será lo único que se revele. Habrá revelaciones que serán rebeliones. Hay realidades que permanecen ocultas en los sótanos, como en el de la casa de los Parker. Parece un monstruo para el hijo pequeño, aquella voz de mujer que gime, aquel sonido, puerta tras puerta, que sigue como si fuera el canto de unas sirenas. No es un monstruo, es dolor, cadenas, es una víctima, carne que será devorada.
La película está empapada, empañada, de una lírica melancolía, atravesada de una dolorosa sensación de perdida, de pesadumbre que muerde,lentamente las entrañas, como si hubieras recibido un golpe y aún tu sensibilidad estuviera aturdida, y sintieras la realidad aún amortiguada, a través de un cristal empañado. Como el gesto suspendido de quien de espaldas a la cámara mira hacia una puerta, que puede abrirse, o permanecer cerrada. Quizá la realidad pueda cambiarse, quizá no seamos lo que se supone que somos. La película se trenza con varias corrientes de pesadumbre, como la que hace perder el paso a Frank Parker (Bill Sage), porque ha perdido a su esposa, como también la enfermedad que causa temblor a sus manos, y empieza a mirar su cuerpo, y que provoca que brote sangre ennegrecida de su nariz. También la pesadumbre que atenaza,, como las cadenas que les unen a dos caballos que se desplazan en direcciones opuestas, a sus dos hijas adolescentes, Rose (Julia Garner) y Iris (Ambyn Childress), porque son lo que son, pero en sus entrañas crece como un grito de desesperación la interrogante que la pone en cuestión. Son lo que se supone que son y por ello deben matar, como matarifes que matan la pieza del ganado que deben matar. Pero quizá no lo sean, quizá les arañe esa pregunta y hiera sus entrañas, y se hagan sombras en sus miradas, miradas que parecen sumidas en un pozo, del que pugnan por salir. Porque quizá incluso tengan que verse en la tesitura de llevar al matadero a quien aman. Y por qué. Y miran sus manos como si no fueran las suyas.
La pesadumbre atenaza también a Doc Barrow (Michael Parks), el médico forense, porque su hija desapareció hace tiempo. Hay otras que siguen desapareciendo, como los padres que gritan su pena en la comisaría porque se temen lo peor. Porque hay sombras que se detienen en la oscura noche, pero no para ayudar a quien intenta cambiar la rueda del coche. Como en la previa y también espléndida,'Stake land', Mickle (de nuevo, en el guión en conjunción con Nick Damici) hace de la pérdida el diapasón que se estira como una cuerda que rasga entre los subterráneos de la narración. Una mirada que mira desde otra perspectiva un género. Mickle reconoce que se inspiró en el cine de Michael Haneke o en la magnífica Martha Marcy May Marlene (2011), de Sean Durkin. Su narrativa no es tan quebrada como esta, pero comparten un pálpito de extrañeza y pesadumbre. Miran la realidad, y la ponen del revés, como si portara un peso. ¿Qué somos? Nos devoran la carne, la mente, y nos convierten en extensiones de un modelo de vida. Porque son nuestra familia, nuestro país, nuestro hogar, porque se supone que somos lo que somos, esa familia, ese país, ese hogar, esa identidad. Hasta que te rebelas y decides morder, devorar, a quien pretendía convertir a tu mente en celda en los sótanos. Y ya eres lo que puedes ser, lo que aún no sabes, carne a la que aún dar el nombre que tu traces con tu propia mirada, con tu propio mordisco.

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