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jueves, 14 de noviembre de 2013

La comedia del dinero

Un director de pista de circo (Edwin Gubbins Doorenbos) nos presenta 'La comedia del dinero' (Komedie om golden, 1936), producción holandesa dirigida por Max Ophuls. En su obra póstuma, 'Lola Montes', otro, encarnado por Peter Ustinov, ejerce también de narrador, aunque no cante como este. Este detalle, además de por su cariz mordaz y burlón ('el dinero no endereza lo torcido, y dobla lo recto'), anticipa al que encarnará Joel Grey en 'Cabaret' (1973), de Bob Foss, célebre por una canción centrada en el dinero, aunque en este sentido también se puede enlazar con la precedente 'La opera de cuatro cuartos' (1931), de G.W Pabst, magnífica adaptación de la obra de Bertold Brecht. Este narrador reaparece en algún pasaje más, sea en ese escenario desligado de la acción narrada, o escuchándose su voz, su canción, acerca de lo importante que es el amor en las películas y el drama, mientras la cámara realiza uno de esos virtuosos movimientos de cámara carecterísticos de Ophuls entre riachuelos y floresta hasta encuadrar a una pareja de amantes, aunque, y esa es la ironía, poco relevancia tenga su relación en el núcleo dramático, y más bien se convierte en un breve excurso.
Su última intervención, determinante, acaece en la secuencia final para posibilitar (de nuevo, irónicamente) un final feliz. Realiza un oportuno flashback (cual moviola que revisa una jugada en un lance deportivo, aunque el lance no se hubiera visibilizado) que nos desvela cuál fue la causa que determinó la sucesión de posteriores acontecimientos, tanto aciagos como felices: de nuevo, ironía, un niño con hambre provocó, sin saberlo, toda la cadena de acontecimientos que parte de la pérdida de una importante suma de dinero que llevaba en su cartera el oficinista de un banco, Brand (Herman Bouber). El azar tiene esos absurdos. Aunque dolorosamente absurdo es cómo puede ser alguien conducido a los abismos de la privación cuando la falta de ingresos, al ser despedido, determina una sucesión de embargos, confiscaciones y desahucios, que Ophuls orquesta en un extraordinario montaje secuencial que culmina con la pila de cartas que le llegan a su buzón, cartas en las que, con la correspondiente impersonalidad y ajenidad, le comunican que ya es nada, que no puede disfrutar de ninguno de sus servicios, porque no cumple su condición de ciudadano que paga. De ahí al suicidio puede haber un paso cuando sientes que te borran de la vida sin ningún tipo de clemencia.
Un giro absurdo determina que se convierta en director. Tan absurdo que Brand lo que espera al acudir a la llamada es que le ofrezcan como mucho un trabajo de mensajero. Pero, como canta el narrador, hay que decir sí cuando la vida te ofrece una oportunidad, además imprevista. De ser nadie a ser Todo. Aunque no cumpla muy bien con su condición de director, ya que tiene un grave defecto, dicho con toda la ironía, le preocupa hacer las cosas bien, con dignidad, con rigor, algo que no comprenden quienes le asesoran para que apruebe el uso de un ladrillo de peores condiciones porque así la empresa tendrá muchos más beneficios a medio plazo, lo que no ocurrirá si se usa el ladrillo con las mejores condiciones. La búsqueda de beneficios no tiene entre sus prioridades el trabajo bien hecho o el bienestar de los clientes. Brand tiene rigor, y tiene escrúpulos, algo que no cuadra con esa posición, y además empieza a advertir que esta afecta su juicio (y a sus escrúpulos, que empiezan a perder batalla con el monstruo de la conveniencia), o como él dice, la posición de poder puede determinar que de tanto pescar la caña se te rompa, y a él le gusta pescar tranquilamente, sin la avidez de la codicia y de la posesión.
Aunque para su sorpresa, o ingenuidad, descubra que si le habían colocado en ese puesto era por razones más turbias de lo que pensaba, y que poco tenían que ver con el aprecio de su honestidad o sencillez. El absurdo tenía sus pies de lodo pútrido. No sé si había comentado que no es una producción del 2013, sino de 1936. 'La comedia del dinero' es una comedia con sus buenas gotas de ácido, por eso su final feliz, como apunta el narrador, no es el de la realidad, ya que en esta, para resolver una injusticia, el paso de la prisión a la recuperación de la libertad tardaría su largo tiempo, pero en una película, cosas del montaje, se puede hacer en unos segundos.

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