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lunes, 18 de noviembre de 2013
El secreto de Vera Drake
Hay quien diría que Vera Drake (Imelda Staunton) realiza abortos. Ella diría que ayuda a mujeres con problemas, a mujeres que no tienen a donde acudir, porque son pobres. Mujeres que necesitan ayuda porque no pueden cargar con un octavo hijo, o porque no podrían mantenerlo, o porque han sido violadas. O por la razón que fuera. Vera no cobra ningún dinero, no busca un beneficio, suministra ayuda, asistencia, a quien lo necesita. En la primera mitad de 'El secreto de Vera Drake' (Vera Drake, 2005), Leigh traza una precisa mirada sobre unos conjuntos, a través de los reflejos y los contrastes, ya que el núcleo familiar es la réplica en pequeña escala de la sociedad, pero resaltará la diferencia de actitud, entre la familia retratada y la dinámica social predominante. La familia es la que conforma Vera con su esposo, Stanley (Phil Davis), sus dos hijos, el dicharachero Sid (Daniel Mays), que trabaja en una sastrería (aunque hay patrones vitales que no sabrá encajar, cuando se revelen las actividades de su madre, como si se le deshilachara el tejido de su percepción de la vida), y Ethel (Alex Kelly), una chica cuya timidez es tan grande que le encorva el gesto. Asistimos a la transformación o modificación del conjunto familiar, con los pasos de la consolidación de la relación, hasta que se anuncia su próximo matrimonio, entre Ethel y Reg (Eddie Marsan), en cuyo proceso ha sido decisiva la conducción de Vera, creando las circunstancias adecuadas para que se vaya produciendo, propulsando, el acercamiento (invitación a cenar, sugerir a la hija que se siente a su lado...).
Por otro lado, la sociedad es la británica de 1950. Se resalta, sin énfasis, el contraste entre dos diferenciados níveles de vida, o de clases sociales, que se reflejará, de un modo más específico, en las ventajas de las que puede disponer una mujer de posición elevada, hija de alguien que trabaja en el ministerio de defensa, como es el caso de Susan (Sally Hawkins), cuando necesita ayuda para abortar porque ha sido violada. Dispone del dinero suficiente, más de cien libras, para poder pagarse la asistencia en las mejores condiciones sanitarias, aunque no deje de sufrir un proceso doloroso en las sucesivas entrevistas, o en los sucesivos trámites que tiene que realizar (incluida conversación con un psiquiatra). Leigh perfila en estos pasajes, con soberano magisterio, la conjunción de unas piezas que conforman un conjunto u organismo social. Y lanza sus poderosas cargas de profundidad, de demoledora emoción, en la segunda parte, cuando Vera sea detenida. En otras obras, el trayecto narrativo, su respiración, se realiza desde la asfixia a la liberación, como por ejemplo en 'Todo o nada' (2002), cuando los personajes toman consciencia de que se pueden ayudar, de que la catarsis es posible cuando se comparte lo que siente o se sufre, en vez de permanecer aislados en sus pesadumbres y frustraciones.
En 'El secreto de Vera Drake', el trayecto es inverso, ya que la armonía que transpira la relación familiar, nutrida por el aliento generoso de Vera, va derivando, cual nudo corredizo que va apretándose, en una indefensión desoladora, opresiva. Leigh exaspera la duración de planos y secuencias, para hacer palpable, manifiesta, la tortura emocional que sufre una mujer cuya planteamiento vital era ayudar a los demás, liberarles de un problema, de una carga que oprimía su vida. El rostro de Vera se contrae en un amasijo de lágrimas, como si deformaran sus rasgos. Los interrogatorios que sufre por parte de la policia y los sucesivos juicios son como si se exprimiera progresivamente los últimos resquicios de vida, de luz, recluyendo en el oscurantismo ciego, y literalmente en prisión, a la radiante generosidad de quien sabía darse a los demás. Mike Leigh dedica la obra a su padre, doctor, y su madre, ama de casa. Su cine sigue alumbrando nuestras esquinas más oscuras, y turbias. Esas que dejan vacías las vidas, como el último plano de la familia, silenciosa, sin la presencia del aliento de vida que suponía Vera.
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