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domingo, 17 de noviembre de 2013
Memento
La imagen de una fotografía de polaroid se difumina. Es la primera imagen de 'Memento' (2000), de Christopher Nolan. Memento, recopilación, retrocedes en tu mente, en tu memoria, buscas una mirada precisa, una visión de conjunto, las piezas unidas de un rompecabezas, el de las marejadas y resacas de las que se constituye tu vida suspendida sobre la incertidumbre, la indefinición. No hay vertebras en el armazón de tu existencia. Leonard (Guy Pearce) vive en la inestabilidad, cada un corto periodo de tiempo, ya no se recuerda, no registra ya lo que vive, por eso no puede recordarlo. Vive a expensas de los demás, de cómo se presenten ante él, de lo que le dicen. Apunta, y anota, registra, en su mismo cuerpo, pero tampoco eso es fiable. Puede él mismo mentirse a sí mismo. Al fin y al cabo, los recuerdos no son registros, son impresiones, interpretaciones. Al fin y al cabo, podemos mentirnos para ser felices. Cerramos los ojos, y pensamos que la realidad sigue ahí afuera, necesitamos creer que nuestras acciones tienen significado. Aunque sigamos con los ojos cerrados, quizás extraviados en nuestro desenfoque, en los límites de nuestra insuficiente mirada.
Leonard no recuerda haber olvidado a quien representaba el sentido en su vida. Por eso, su vida ahora se fundamenta en la restitución de una pérdida, la venganza sobre aquel que sustrajo su centro, el grito furioso y desesperado de quien intenta dotar con un gesto de sentido a una vida ya sin centro. Ahora flota a la deriva. Quizá esté recorriendo la misma dirección una y otra vez, aunque cambie el rostro de quien se encuentra al final del trayecto. Quizá haya perdido el sentido, porque cuando pierdes el centro es mejor mentirte para sentir que aún hay un significado en tus actos. Al fin y al cabo, cómo se va a curar Leonard si ya no siente el tiempo, su vida es un constante reinicio, nace y no recuerda ¿por qué y para qué está donde está?, no sabe si ha amado, protegido o golpeado a una mujer como Natalie (Carrie Ann Moss), si le persiguen o persigue, dónde o de quién ha conseguido la ropa que viste o el coche que conduce. A nadie conoce, como tampoco se conoce a sí mismo. O eso le dice Teddy (Joe Pantoliano), el referente, desde un principio, de la poca fiabilidad de las referencias, de la incertidumbre sobre la que sostiene sobre el vacío.
Quizá recuerde quién fue, pero no quién es ahora. Y tampoco es tan seguro que recuerde lo que hizo o dejo hacer tiempo atrás, porque quizá prefiera engañarse. Quizá aquel hombre al que, como inspector de seguros, probaba si mentía o no, si intentaba realizar un fraude, si realmente padecía esa enfermedad que él padece ahora, era él mismo. O quizá ya confunda y mezcle los recuerdos. Quizá nadie mató a la mujer que amaba, quizá lo hiciera él cuando le inyectó una dosis excesiva de insulina. Probamos a los otros para ver si nos mienten o no, resulta complicado en ocasiones tener la certeza de que quien tenemos delante nos dice la verdad, dice lo que siente o piensa, o quizá todo lo que dice o cómo actúa tiene una finalidad oculta, busca un beneficio, una ventaja, aprovecharse de nosotros. Busca lo que le conviene. La realidad es incierta, inestable, la percepción no es fiable, porque además nos mentimos. El ojo se desenfoca, la imagen se difumina. Retrocedes en tu mente, en el tiempo, y te encuentras con que quizá todo parte de una mentira, de una manipulación, de una distorsión, quizás generada por otros, quizás por ti mismo.
La vida es un relato, y cuando este relato se quiebra y se convierte en una sucesión de interrogantes de quiénes son los que me rodean y qué intenciones tienen y qué relación tengo con ellos y qué hago aquí, la realidad se convierte en una pantalla en blanco que no dejarás de configurar. Quizá lo que buscas es lo que tú mismo creas. Y quién sabe qué es lo siguiente, y si el sentido que das a tu actos, ese significado, no deja de ser una ilusión, una creación, una pantalla que dota de sentido y dirección a tu trayecto en la vida, una vida configurada por otros, cimentada y proyectada por tu necesidad. A veces lo que se omite también es revelador, y por qué prefieres omitir. Quizás si la has olvidado, pero no lo recuerdas, porque también quizás te has olvidado a ti mismo. Y ya eres alguien que cambia de traje, como de personaje.
Hay alguien que te llama, alguien a quien le relatas lo que compilas, lo que crees saber aunque quizás sea lo que ignoras, porque, además, ¿quién está al otro lado de la línea? ¿Quién es aquel que te escucha y te envía signos que aparentemente te orientan, sobres debajo de la puerta con fotografías quemadas, incompletas? Si los demás quizá te mienten, y tú quizás te mientas, ¿qué queda entremedias, qué compilas, registras, interpretas, distorsionas? Un rompecabezas por resolver, una mujer por la que llorar, un propósito, algo o alguien que buscar o perseguir, una imagen que defina lo que percibes y sientes difuminado.
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