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lunes, 11 de noviembre de 2013

Andrei y Arseni Tarkovski, entre poesias

 photo OIR_resizeraspx_zps0450b31e.jpg Andrei Tarkovski, con su padre, Arseni, poeta. En 'El espejo' (1976) y 'Stalker' (1979), se escuchan sus poemas. Andrei fue un niño muy activo, popular, que se convertía en centro de atención. Cuando tenía 5 años, en 1937, su padre les abandonó. Andrei y su hermana Marina se trasladaron a Moscú con su madre, donde esta trabajó como correctora en una imprenta. En 1943 se trasladarían a la casa de la abuela materna, en Yuryevets. Con 15 años, durante medio año, estuvo hospitalizado mientras trataban su tuberculosis. Andrei murió en 1986, su padre tres años después.  photo OIR_resizeraspx2_zps8b64a6f0.jpg Poemas de 'El espejo': Primer poema "Los primeros encuentros" Cada instante de nuestros encuentros celebramos, como una presencia Divina, solos en todo el mundo. Entrabas más audaz y liviana que el ala de un ave; por la escalera, como un delirio, saltabas de a dos los escalones, y corrías a través de las húmedas lilas, llevándome lejos, a tus dominios, al otro lado del espejo. Cuando llegó la noche, recibí la gracia, las puertas del altar se abrieron, y brilló en la oscuridad, en el espacio la desnudez, y se inclinó lentamente, y despertando, pronuncié: "'¡Benditas seas!", y enseguida percibí la insolencia de esta bendición. Dormías, y para pintar tus párpados de aquel azul eterno las lilas se inclinaron hacia ti desde la mesa. Tus párpados azules ahora estaban serenos, y tibias tus manos. En el cristal se percibía el pulso de los ríos, el humo de los cerros, el resplandor del mar, y una esfera en la palma de la mano sostenías, de cristal, y dormías en el trono, y ¡oh Dios Santo! eras mía solamente. Al despertarte, había transformado el común lenguaje cotidiano y con renovada fuerza se colmó la garganta de vocablos sonoros, y la palabra "tú", tan liviana, quería decir "rey" ahora, revelando su nuevo significado. De pronto, en el mundo todo ha cambiado, hasta las cosas simples, como la jarra, la palangana, cuando se erguía en medio de nosotros, cuidándonos, el agua, dura y laminada. Fuimos llevados hacia el más allá, y se abrían ante nosotros, como por encanto, las ciudades milagrosas, y nos invitaban a pasar, la menta se extendía bajo nuestro pies, las aves seguían nuestro camino, los peces remontaban nuevos ríos, y el cielo se abrió ante nuestros ojos... Mientras seguía nuestra huellas el destino, como el loco, armado de una naranja. Segundo Poema Te esperé ayer desde el alba, se dieron cuenta de que ya no vendrás. ¿Te acuerdas qué tiempo tuvimos? Fue una fiesta. Yo salí sin abrigo. Llegaste hoy, y nos han preparado un día singularmente sombrío, la lluvia y una particular hora tardía. Y corren las gotas por las ramas heladas que ni las palabras podrían frenar, ni secar siquiera un pañuelo. Tercer poema No creo en los presentimientos, tampoco me asustan las señales, no huyo ni del veneno, ni de las calumnias. La muerte no existe en el mundo, todos son inmortales, todo es inmortal, no hay que temer a la muerte ni a los diecisiete años, ni a los setenta. Existe solamente la realidad y la luz. No hay en este mundo ni oscuridad, ni muerte. Estamos todos reunidos en la orilla del mar, y soy de aquellos que recogen las redes, cuando viene, en cardumen, la inmortalidad. Sigan viviendo en la casa, y ella no se destruirá. Convocaré a cualquiera de los siglos, entraré en él, y construiré allí mi morada. Por eso están conmigo sus hijos y sus mujeres comparten mi mesa, pues, la mesa es una sola para el bisabuelo y para el nieto. Lo venidero acontece ahora, y si yo levanto la mano, quedarían cinco rayos de luz para todos ustedes. Mis clavículas apuntalaron, como vigas, los días del pasado, medí los años con cadenas de agrimensor, horadé el tiempo, como si fuese los Urales, y elegí el siglo según mi estatura. Bajamos al sur y levantamos el polvo de las estepas... El pasto alto se alborotó, bromeó el grillo, tocó las herraduras, nos auguró el futuro con sus bigotes, y me amenazó, como un monje, con la perdición segura. Até mi destino con las correas a la silla de montar, aún erguido en los estribos, cabalgo como un muchacho en los tiempos venideros; me satisface mi inmortalidad, para que mi sangre corra de siglo en siglo.. Por un rincón seguro de dulce tibieza pagaría obstinado con mi vida, si ella no fuera una aguja voladora, que me tira, como a un hilo, por todo el mundo. Cuarto Poema El hombre tiene un solo cuerpo, como una celda incomunicada, el alma ya está harta de esa envoltura apretada, con los ojos y los oídos de tamaño tan escueto, con la piel -pura cicatriz- que viste el esqueleto. A través de la retina vuela hacia el manantial del cielo, hacia el eje helado, hacia la carroza de pájaro, y oye desde las rejas de su prisión viviente, el parloteo de bosques y prados, la trompeta de los siete mares. Es un pecado tener el alma sin cuerpo, es lo mismo que un cuerpo sin camisa, como si no tuviera ni obra, ni proyecto, ningún designio, ni una sola línea. Puros enigmas sin ninguna clave. Pues, quién volvería hacia atrás después de haber bailado donde nadie bailaría jamás. Y sueño con un alma diferente, vestida de otra manera, que arde, recorriendo siempre el camino entre la timidez y la espera, como una llamada seca, sin reflejo, que corre al ras del suelo y como un recuerdo, nos deja el ramo de lilas en la mesa. Corre, niño; no te apiades de Eurídice desdichada, echa rodar por el mundo tu aro de cobre con una vara, mientras, apenas audible pero respondiendo a cada paso, la tierra suena en los oídos tan alegre y austera. Traducción de Irina Bogdaschevski. ARSENY TARKOVSKY (RUSIA, 1907-1989)

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