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viernes, 27 de julio de 2012
El verdugo
Hay espejos pretéritos que dejan más en evidencia las miserias del presente, o qué poco han variado las cosas, como bien refleja la magistral 'El verdugo' (1963), de Luís Garcia Berlanga. ¿Cuánto es capaz de 'tragar' el ser humano mientras van 'recortando' los horizontes de su existencia? ¿O cuántas veces es capaz de bajarse los pantalones ( hasta ya más bien dejárselos bajados)? En la secuencia en la que Jose Luís (Nino Manfredi) pide a Amadeo (Jose Isbert) si le concede la mano de su hija, se le caen los pantalones cual signo de puntuación a sus últimas palabras (a destacar la construcción del plano: Amadeo fuera de campo, dentro de su habitación, Jose Luís en el umbral de la misma, y Carmen dentro de su encuadre/habitación, a la expectativa). Jose Luís se pliega a ese 'fuera de campo', cede a esa 'responsabilidad' de acatar los preponderantes valores de la 'decencia' y la 'dignidad', en suma, el puñetero valor de imagen aún tan presente en nuestros días(el padre ha hecho un gran drama al sorprenderles en 'situación íntima'; vamos, que su hija folla sin estar casada; es que los sacramentos dignifican). Es uno de tantos 'acatamientos', o bajada de plantalones, que realizará Jose Luis, en cadena, hasta realizar lo que más le repugna, matar ( ¿cuántos no siguen haciendo hoy en día lo mismo para 'sobrevivir', o cuántos se dejan embaucar con la idea de que no hay otra, tienen que ceder todo lo que sea exigido?). Jose lúis era un empleado de funeraria ( o dicho, de otro modo, un ciudadano de lo que era España, una funeraria). Aunque también debía haber verdugos (hasta 1977 se realizó esa 'amable' práctica en este país).
Como dice Amadeo, alguien tiene que hacer ese trabajo (Amadeo es como esos que hoy en día, mientras encogen los hombros con rsignación, asumen que hay que hacer recortes y más recortes). Amadeo es el perfecto esbirro de ese 'fuera de campo' de una sociedad que asfixia, enajena y reprime a sus habitantes ( Franco le calificaban como 'el verdugo': por eso, en el festival de Venecia anarquistas lanzaron objetos contra Berlanga y el equipo porque penseban que era una película 'oficialista'), una una maraña de costumbres y valores que les atrapa en esa tela de araña, como a Jose Luís, de matrimonios (prodigiosa la secuencia de la boda, en la que sacerdote e implicados se van desplazando hacia las velas, a medida que las van apagando; la vida de Jose Luís la irán también poco a poco 'apagando'), pisos (esa osamenta de sueños, ese edificio en construcción en el que Jose Luís ya ejerce de señor del castillo, cuando grita a un hombre que está en el prado colindante 'haciendo sus necesidades') y trabajo (la casilla de tu vida, la posición). Jose Lúis era un hombre sin atributos que aspiraba a encontrar trabajo como mecánico en Alemania, 'poner su vida en marcha' fugándose a otro lugar. Pero no es capaz de evitar que le 'confeccionen el traje de la vida', como su hermano mayor, Antonio, 'cortador eclesiástico militar diplomado', le usa de 'maniquí', con los 'uniformes institucionales' que corta (en concreto, uno de sacerdote).
A Jose Luís le modelan, le modelan su vida, por mucho que él forcejee para impedirlo, algo que sólo hace cuando la situación llega a un extremo insoportable, tiene que matar, realizar su acción de verdugo (como hoy en día, no habrá una reacción de la ciudadanía hasta que no nos hayan metido un embudo por la boca hasta el duodeno). Pero aún así aún 'traga': es sobrecogedora esa secuencia, el sordo malestar que se va aposentando, como si Jose Luis fuera una rata que no puede escapar de su jaula (qué terrible el plano que culmina: el plano general de ese espacio de paredes desnudas, desacogedoras, sin asideros, en el que llevan al condenado para ser ajusticiado con el garrote vil, y 'arrastran', tras él, a un desesperado Jose Luís, que parece más remiso aún que el condenado: parece que Berlanga vio algo parecido en la realidad, y eso le inspiró).
Es la culminación de,como sucintamente expresó Berlanga, ese 'proceso que puede conducir a un hombre a abdicar de sus propias ideas e incluso casi de su condición de tal hombre'. Hay un momento que me sigue pareciendo el más memorable, y quizás por ello es que el más quede indeleble en la memoria, esa irrupción de la sordida realidad en el espacio del asombro, de las fugas de lo sueños, cuando la guardía civil irrumpe en barca en la cueva del drach, llamando con el megáfono a Jose Luís. Es como si se quemara la película en la cueva platónica, evidenciando que los sueños son imposibles, que no hay fuga (también porque se ha dejado atrapar). Eso seguirá siendo un sueño, o una realidad para privilegiados, como refleja ese plano final de ese yate en el que celebran una fiesta mientras Jose Luís, con su familía, en el barco, vuelve a Madrid, para seguir 'haciendo su trabajo' ( y seguir con las mismas lamentaciones: 'Esta es la última vez'). Siempre se puede 'tragar' aún más.
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