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sábado, 14 de julio de 2012

Boss, abismos y degeneración del Poder

Photobucket No es habitual encontrarse en el panoráma cinematográfico y televisivo de hoy con una utilización tan (demoledoramente) creativa de la elipsis, como en el séptimo de los ocho episodios de la esplendida serie 'Boss' (Gus Van Sant, Mario Van Peebbles, Jim McKay y Jean de Segonzac). Su protagonista, el alcalde de Chicago, Kane (Kelsey Grammer) llora tras haber hablado brevemente con un ser querido (tras haber sufrido una serie de decepciones con cercanos colaboradores alrededor suyo, sintiendo además su carrera política al filo del derrumbe). Elipsis. Un montaje secuencial conjuga una intervención policial que realiza unos arrestos, entre los que está ese ser querido, con una declaración suya ante los medios expresando la necesidad del hecho y la desolación en que le sume. De este modo, ha conseguido distraer la atención de los medios de su crisis política, dándoles otra carnaza, que ha implicado al que quiza sea su ser más querido (aunque con matices en alguien ante todo preocupado por sí mismo). Ese tránsito de unas lágrimas a las consecuencias de una decisión es sobrecogedor. Lo obscenamente terrible sangrando en la hendidura de esa elipsis, en lo que tanto se sacrifica o no se expresa, esa hendidura donde se matan las emociones. El retrato que se realiza en 'Boss', según una idea de Farhad Safinia ( e impulsada por la productora de Grammer, Grammnet productions, que planteó a Van Sant el dirigir el piloto), no deja títere de cabeza. Lo más desolador es que el descarnado e inclemente retrato de la actividad política, y sus tejemanejes ( toda la maraña de alianzas de intereses y pulsos con empresarios y corporaciones), no se restringe a ese 'escenario' como si fuera un universo paralelo. El político no es un 'representante' porque meramente sea un delegado de los intereses del ciudadano medio, sino que es su reflejo, lo que representa las tendencias y actitudes del ser humano, expuesta en múltiples reflejos a menor escala: la inclinación a la satisfacción del propio interés, la constatación,como señaló Max Frisch, de que 'las relaciones son intercambios de egoismos simulados'. Como en nuestro país hablar de la abyección y miseria de los representantes políticos no puede disimular que diez millones de personas votaron al partido ahora en el poder. No hay tiranos ni caciques sin esbirros (conscientes o inconscientes). Unos se aprovechan de su posición privilegiada para disfrutar de beneficios sin límites (¿por qué nunca se ha puesto en cuestión la ley que permite que cualquier municipio tenga asesores sin límite los cuales pueden cobrar salario sin límite?); otros dejan en evidencia lo cuán sugestionable y cómodo es el ser humano. Y lo peor es que quizá muchos de los que no detentan esas posiciones ( no sólo los que muestran servil resignación porque les han convencido de que todo recorte es necesario, sino entre los que claman con sus protestas y quejas) estarían encantados de gozar de esos privilegios, sin cuestionar desigualdades ni injusticias (porque quizá lo hacen ya en su particular coto laboral). 'Somos nuestra posición'. 'Boss',como la también esplendida 'Los idus de marzo' (2011), de George Clooney, meten el filo en la llaga hasta el hueso aunque el nervio clame de dolor. Las ilusiones son un molesto calambre. Lo fundamental es preservar la posición de poder, o arrebatarla, y para unos y otros cualquier medio es válido. Como la magnífica 'Homeland', se conjugan armoniosamente la faceta 'institucional' y la íntima, las tramas de lucha por el poder y de relaciones sentimentales definidas por la doblez y las falsas apariencia, la utilización funcional del otro, o el dolor de las emociones arrasadas, quemadas, la emoción exiliada, que no tiene lugar en un mundo edificado sobre la imagen (toda fisura debe ser 'extirpada'), ejemplificada en el personaje de la hija de Kane. Como 'Homeland' se construye, valga la paradoja, sobre personajes traumatizados, quebrados. A Kane, ya en la primera secuencia, se le ha diagnosticado una enfermedad neuronal degenerativa (que le provoca lapsus y alucinaciones, pérdidas de 'orientación'), pero la 'fisura' la mantiene en secreto, no la comparte; no puede evidenciar su 'fragilidad', el rey no puede permitir que le derroquen mostrando sus carencias, sus 'verguenzas'. Tiene que dar imagen de poderío, por mucho que se esté descomponiendo (como en nuestra sociedad tendemos a dar la imagen de ostentar que podemos disfrutar de muchos lujos aunque estemos forcejeando con las precariedades con el agua al cuello, viviendo por encima de nuestras posibilidades). Más allá de la ironía implícita de que tenga esa 'degeneración neuronal' alguien que rige (gestiona) lo destinos de otros, esa condición del personaje densifica y complejiza el trayecto dramático de la serie, a través de un personaje con múltiples recovecos y matices. Esa precariedad, esa vulnerabilidad, contrasta con sus brutales arrebatos coléricos, la crueldad de alguna de sus decisiones y de su humillante trato a otros, su 'degeneración' en la intensificación de su falta de escrúpulos, en cómo a la hora de actuar traspasó la línea que separa lo necesario de lo conveniente. Se ha convertido en alguien que ya sólo actúa para preservar su posición de poder, pero a la vez sufre: pero no sólo por la impotencia de ver cómo su vida se le escurre de las manos, sin que pueda controlarlo, sino por cómo aún sufre las decepciones o por la consciencia de sus errores íntimos. Lo terrible es que esa consciencia de errores o de su finitud no amortigua ni mina su arrogancia, su ambición, su furia o su autosuficiencia. Hay resonancias de aquella progresiva 'degeneración' o pérdida de 'humanidad' (llamémosle sensibilidad empática) que va sufriendo Michael Corleone en 'El padrino II', 'enajenado' por la posición que detenta. Manifiesto, a nivel visual en las opresivas sombras que dominan el diálogo final entre los dos personajes que representan los dos extremos de la sensibilidad y actitud política, y a nivel narrativo, también, en las portentosas últimas secuencias del episodio final, ese 'serializado' ( en estricto sentido musical) montaje secuencial, en la noche de elecciones de Gobernador, de la resolución de las diferentes líneas o ángulos de esa maraña, los distintos destinos de cada uno de los principales personajes, a la altura de los finales de las tres obras dirigidas por Coppola. Quizá uno de los fragmentos más poderosos que he podido ver en una pantalla (televisiva). Diez nuevos episodios esperan la próxima temporada.

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