Trevor Howard también fue un actor asociado, especialmente en las últimas décadas de su carrera, con las figuras autoritarias, o con su diversidad. Porque la flexibilidad de su memorable sacerdote en la extraordinaria La hija de Ryan (1970), de David Lean poco tiene que ver con el tiránico oficial al mando del Bounty en Rebelión a bordo (1962), de Lewis Mileston, como su ecuánime, aunque tenaz, oficial al cargo de la investigación de El tercer hombre (1949), de Carol Reed, con el severo policía de asuntos internos en la extraordinaria 'La ofensa' (1972), de Sidney Lumet, o el rígido padre de Hijos y amantes (1960), de Jack Cardiff. Una mezcolanza fue su singular guía espiritual (una variante de jedi más siniestra), entre el visionario y el trastornado, remedo de Dédalo obsesionado por volar como los pájaros, en A años luz (1981), de Alain Tanner. Fue, como Wagner, el terrestre contrapunto a las enajenaciones de los ideales del rey en Ludwig (1972), de Luchino Visconti, o el recluso encerrado en If durante décadas en El conde de Montecristo (1975), de David Greene. Con Lean siempre representó una figura que encarnaba lo íntegro, como en Breve encuentro (1945) y Passionate friends (1949). Con Reed tambien trabajó en The way ahead (1944), El desterrado de las islas (1950) o La llave (1958). Entre las películas más destacadas en las que intervino, trabajó con Mario Soldati en La mano del extranjero (1954), con Alberto Cavalcanti en Me hicieron una fugitivo (1947), con Edward Dmytryk en Vivo en el recuerdo (1947), con Sidney Gilliiat en Verde es el peligro (1945), o con Ralph Thomas en Trágica obsesión (1950)
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