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martes, 11 de enero de 2011

24 hour party people

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'24 hour party people' (2002), de Michael Winterbottom, no es un musical, aunque el ambiente musical sea su centro de atención, en concreto, la nueva ola musical que se gestó en Manchester, desde sus primeros pasos en 1976, con el primer concierto de Sex pistols (al que acudieron 42 personas, pero que dado el número de personas que dijo después haber asistido, pareciera que habían sido 500), hasta 1992, y 'filtrado' a través de la perspectiva de Tony Wilson, quien lanzó a grupos como Joy Division o Happy mondays, primero en el programa que dirigía en Granada televisión, y luego creando la productora Factory Records, y habilitando un local donde promocionarla mediante conciertos, 'La factoria, y luego 'La hacienda'. Tampoco es un documental, aunque adopte las formas de éste, como si fuera un reportaje que recoje los principales acontecimientos del periódo, con la 'guia' del citado Wilson ( estupendo Steve Coogan), con 'apartes' en los que se dirige a la cámara, comentando, anticipando y apostillando la narración de los hechos. ¿Una ironia sobre el mismo postmodernismo, jugando con esa autoconsciencia de un artificio, en el que se explicita que incluso lo que se narra más que hechos acaecidos pueden pertenecer a la leyenda? ¿Es una satira, una caricatura? ¿la ironia socavando la presunción de retratar la realidad, ante la que sólo se puede realizar una acercamiento desde lo subjetivo, y puntuando su condición dislocada? Y si se juega con el 'estilo documental' para poner en evidencia la representación, dinamitando la posible captación de la verdad, huidiza y caótica, fragmentaria, ¿cómo acercarse a un mundo que es escenario, y que 'representa' una imagen sublime, es decir, los artistas, en este caso, los músicos, sino desnudando cómo tras los fulgores de la creación artistica, más allá del escenario, aquello que nos embriaga, lo que prima es el patio de recreo de unos adolescentes, entre caprichos, inconsistencias, disipaciones y egos inflamados, y un tanto neuróticos, y apuntando que es necesario desinflar ese globo del endiosamiento al artista, que muchas veces tiene más pies de barro que la vasija de un alfarero?.
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En '24 hour party people' no tiene desperdicio la presentación de los asistentes a ese primer concierto citado, por mediación de Wilson, tambien presente, la mayoria de ellos luego conocidos músicos, e intercalando, al centrarse la imagen en uno de los que bailaban dando botes, a uno que es un cartero...que siguió siendo simplemente un cartero; o la escena en la que la mujer de Wilson le sorprende a este en una furgoneta, siendo objeto de una felación, y al volver al interior de la discoteca, se enrolla con otro; Wilson, al entrar de nuevo, la sorprende follando en los lavabos, y no se le ocurre otra cosa que pedirle las llaves del coche, y añadir, con expresión agraviada, que a él sólo se la habían mamado, y ella está follando, es algo muy dierente. La cámara le sigue, y enfoca a otro hombre que dice que él era en quien estaba inspirado el hombre que está follando con la esposa, y que las cosas no ocurrieron así; es una de tantas leyendas sin rigurosa base.
No estaría de más recordar una obra anterior, la esplendida Velvet goldmine (1998) de Todd Haynes, donde se utilizaba como vertebrador narrativo (o de mirada enfocadora),en busca de lo 'real', la figura de un periodista, encarnado por Christian Bale, que realizaba una encuesta sobre aquellos que conocieron a la principal figura del glam rock, Brian Slade (Jonathan Rhys Meyer), un trasunto de David Bowie, partiendo, precisamente, de un hecho real, aunque transformándolo en juego con la leyenda: la 'representación' que Bowie realizó en el escenario 'matando' a su personaje Ziggy Stardust, utilizado en la película como si de verdad hubiera ocurrido así, y alguien hubiera asesinado de de verdad a Slade, y unido con la idea de que fuera la reencarnación de Oscar Wilde.
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Comparte con la de Winterbottom su demolición sin complacencias de lo que habita tras la máscara del escenario, unos rostros humanos también en fuga, o humanos, demasiado humanos. Una realidad de nuevo atrapada en lo caótico, donde el embriagarse, o el lujo de poder hacerlo, tiene mucho de contrarrestar el vacio, o de no tener demasiadas inquietudes vitales.
Claro que Winterbottom incide, en especial, en su aspecto irrisorio (sobre todo en las figuras del grupo Happy monday, lo más cercano a lo descebrebrado visto en tiempo: Ya su segunda escena, previa a su lanzamiento como grupo estelar, les define: Matando a 300 palomas con veneno de rata), mas que dramático, ya señalado en la introducción, en la primera secuencia, en donde se iróniza sobre su misma condición simbólica, cuando somos testigos de Wilson haciendo un reportaje sobre un vuelo en ala delta, y cayendo una y otra vez, haciendo referencia al mito de Icaro, simbolo, que él mismo enuncia, de aquello que se nos va a narrar ( si es que alguien sabe de qué habla cuando se refiere a Icaro, como él mismo dice). Esto es, unos personajes un tanto inconscientes que echaron a volar, con más entusiasmo que rigor, y a los que se les quemaron las alas, sino, las neuronas. Otro momento, otro excurso burlón, que condensa esta mirada es esa escena en la que Wilson observa cómo un pato, en vez de un perro, guía a un rebaño, y comenta que todos hacen aquello que pueden hacer, esa es la moraleja, excepto el pato. ¿Sabían lo que hacían o eran el 'pato', o este quisieran haber sido pero no pudieron?. ¿O realmente es complicado, y hasta fútil, buscarle el sentido a algo, cuando todo está del reves?
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No por otro motivo, la película acaba con Wilson y sus amigos drogándose en el ático de lo que fue su famoso local, 'La hacienda', ahora reconvertido en discoteca donde ya rige el discjockey (ya son otros tiempos, en los que hasta se dispara por un quitame esas pajas, o esa droga es mía, o no eres de mi banda), teniendo una alucinación en la que cree ver a Dios con su propio rostro. Sí, qué buena es esta droga, es la última frase. Si algo se puede decir, es que eso desde luego lo disfrutaron ( o que me quiten lo bailao, aunque esté entre tanto 'zumbao').Y sí, el sentido de la realidad de Wilson, pese a su voluntarioso entusiasmo que propició que fueran conocidos grupos como los citados, no era muy notoria. No hizo contratos a los grupos que producía, y su sentido del negocio era nulo, ya que gastaban más en el diseño de las carpetas, o en la mesa de reuniones (antológico el cabreo que pilla su compañero cuando le dice que ha pagado doscientas mil libras), o en pagar viajes a las Islas Barbados a Happy mondays (para que graben un disco, porque estaba de moda irse a un sitio 'exótico' a hacerlo, como los New order que se tiraron dos años haciéndolo en ibiza, o los mismos Happy que volvieron con una maqueta con sólo musica, sin voz del cantante, tras haberse dilapidado cientos de miles en droga y juergas). Lo que, claro, redundaba en que los beneficios fueran escasos...o directamente números rojos. Es lo que tiene dejarse llevar, ante todo, por el entusiasmo, como el niño que disfruta con su mecano, aunque en forma de escenario musical.La mirada, en suma, es irreverente, y cáustica, pero siempre distendida, un tono travieso para hablar de un patio de recreo. Y es que los 'acontecimientos', como este creativo brote musical, están impulsados, en muchas ocasiones, por personajes un poco extraviados, caprichosos o inmaduros, o en sempiterno estado colocado. Pero, bueno, al menos, queda siempre la sustancia, o sea, la música.¿O, quizás, y ante todo, el sentido del humor? (Wilson ahora de nuevo trabaja para la misma cadena de televisión en cuyo programa descubrió a esos grupos, y es el asesor de la película, lo que demuestra que sabe reirse de sí mismo).
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La estupenda '24 hour party people' (2002) desconcierta, como la misma filmografía de su director, Michael Winterbottom, en donde nos encontramos con tan variedad temática, y hasta de estilo, de obras como Besos de mariposa (1995), Jude (1996), Contigo o sin ti (1999), Bienvenido a Sarajevo (1997), Nine songs (2004), o las más depuradas ya, El perdón (2000), Código 46 (2003) o Wonderland (1999) , precisamente en las que su acercamiento es menos convencional, y logrando una mayor entidad dramática, con géneros como el western, la ciencia ficción o el drama (linea costumbrista Loachiana). Reincidió en ese esa mirada de adoptar las señas estilisticas del 'documental' en In The world (2003), Camino de Guantanamo (2006) o Un corazón invencible (2007). Y en esta linea de juego con la representación, en'Tristam Shandy' (2006), a través del rodaje de una película sobre la obra de Thomas Hardy, y en donde el paisanaje humano también esta visto, desde ese tono satírico, como quien asistiera a un universo caótico con poco fundamento, y en donde se insinua que más allá de la misma representación, o su intento de plasmar una realidad, sólo resta las triviales vidas de aquellos que lo intentan.

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