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jueves, 2 de diciembre de 2010

Un extraño en mi vida

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En ‘Un extraño en mi vida’ (1960),de Richard Quine, el diseño y la construcción de una relación tiene la misma duración que el diseño y la construcción de una casa. Pero mientras está se realiza como aparente logro y sueño de distinción sobre cimientos firmes, la primera se difumina en el horizonte como un sueño desperdiciado, que, a su vez, deja en evidencia que aquel logro no es más que una derrota, la de plegarse a otros cimientos de vida que no son los propios.. Porque esta es la historia de un hombre, de un arquitecto, Larry (Kirk Douglas) cuya vida oscila sobre el filo de las contradicciones y las indefiniciones. Su ansía de sentir que su vida no es un desperdicio, que no es sino otra irrelevante vida intercambiable con tantas otras que pasan de una casilla a otra en la vida, es diseñar y construir casas que se salgan de lo ordinario y lo convencional, ya no diseñar nada que sean casas en serie (como siente es su propia vida; ajustada a un modelo en serie de vida). La oportunidad se la da un escritor, Roger(Ernie Kovacks), al cuál preocupa o condiciona mucho la opinión de los demás, incluso escribe pensando más en lo que supone se demanda, en lo que se espera de él (la opinión de los críticos es la opinión del statu quo predominante; siente que tiene que plegarse a un modelo establecido para ser reconocido) que en extraer lo que hay en sus entrañas; expresar lo propio, su singularidad, que al fin y al cabo es lo que se supone moviliza su ansia de expresarse, de escribir . Escribe, y, como el resto, se puede decir que vive, para la galería, para un Modelo o Diseño de vida y pensamiento, y ajustado a su papel de ‘escritor’, o sea lo ‘raro’ domesticado (esa bohemia de relaciones pasajeras y frivolidad de vida). Larry será quien le estimule a desmarcarse, a despreocuparse de la opinión ajena, aceptando construir una casa que se sale de la norma, y a afirmar su voz escribiendo lo que realmente quiere y, sobre todo, siente (diseñar su casa implicará lograr que el escritor, Roger, se reencuentre con su propio diseño interior).
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También Larry alienta a romper a Maggie (Kim Novak) con su vida anodina y enquistada, desde el momento en que sus miradas se cruzan. Es quien insiste en propiciar que inicien una relación sentimental hasta lograr que ella también se deje llevar por lo que siente, dejando de lado los miedos e inseguridades (salirse del escenario es como salirse de una jaula sin saber si se tiene la llave). Ella está presa también de lo que representa, el deseo desde la distancia de otros hombres que la ven como Cuerpo (o idea de Cuerpo) y que en la proximidad la avasallan, y desde la cercanía, que es también distancia, de su marido, que la niega como no cuerpo, en cuanto este es turbación desestabilizadora. En suma, ella vive en las sombras de un entorno que la niega y no la ve. Es formidable cómo unas penumbras pueden definir tanto una relación como un estado de animo (o circunstancia vital), como se refleja en la primera secuencia marital de Maggie, en la que el marido se muestra remiso a sus insinuaciones de que tengan sexo. Su relación está definida por las sombras de una distancia que ha apagado todo brote de deseo (y hasta se percibe parece violentar al marido tal posibilidad) en lo que es una mera inercia de relación formal como mariposas clavadas con un alfiler en su casilla (también un reflejo de una sociedad que había extirpado toda vivencia de lo sensual y sensorial dentro del orden, y no digamos fuera; por eso cuando brote es tan violento). Y a la vez esas sombras son la de esa clandestinidad, ese deseo que quiere expandirse en Maggie y que dado la atracción que siente aún intenta dar una última oportunidad a su relación marital, a unos rescoldos ya definitivamente apagados, por cuanto dejarse llevar es sentirse en un vértigo de intemperie, de desnudez expuesta de emociones reales.
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Sombras aún más siniestras son las que nublan, como la tormenta inminente, la secuencia en la que el vecino, Félix (Walter Matthau), entra en la casa de Larry con la idea de insinuarse a su esposa, Eve ( barbara Rush), a la que sorprende recién salida de la ducha en bata. Es un acercamiento que supone humillación, violentación ( es una secuencia de una sordidez moral lacerante) como si Félix diera por sentado, tras enterarse del romance de Larry con Maggie, que Eve ahora está disponible, como si se hubiera abierto una veda en el que los deseos contenidos pueden manifestarse, esos que se camuflan en el escenario la reserva social y que ni se reconocen se tienen, hasta que alguien rompe las pautas establecidas., y, por ello, es tan imitable como vulnerable (si Larry entra en otro ‘jardín’ permite a su vez que alguien pueda entrar en el suyo; es así de automática la vivencia del escenario en el que todos se ajustan a unas pautas; si se modifican, entonces pueden emularse; esa es también su miserabilidad). En una de las secuencias finales Larry confiesa al escritor que siente que su vida es una serie de mentiras, que él no es más que una serie de etiquetas, marido, hombre, arquitecto, padre, pero ninguno de los trajes se ajusta. Ya no sabe en su vida lo que no es una mentira. Pero también, como al escritor, algo le pesa, más de lo que él cree, el peso de los demás, de su entorno, el contrariarles o hacerles daño (al principio el no saber decir no a un encargo que no le estimula; por eso no de extrañar que al final la indefensión de su esposa, el hacerle sentir que sin él estaría perdida le condiciona por plegarse de nuevo a los otros y no a sus deseos), y que por muchos anhelos de sentirse diferente, especial (hay que retener como varios de los encuentros con Maggie son con la figura del mar, del agua, como horizonte en el encuadre), le pesan los mismos valores revenidos de un contexto constreñido en el diseño las apariencias que ocultan cómo supuran los interiores: lo anuncia o define su previa reacción despectiva hacia Maggie cuando ésta le narra un encuentro sexual pasado, conteniéndose en llamarla puta (sin ser capaz de ver en primera instancia su desvalimiento, su doliente soledad); por eso le afectará, tras intentar propasarse con su esposa, que Felix le pregunte en qué se diferencian; que Larry sienta que no se diferencian ya le define como alguien no tan diferente al que pesan las convenciones y vergüenzas).
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Por eso, por mucho que haya alentado a los otros a apostar por sus sueños, y realizarlos superando sus miedos, él será incapaz. Es terrible ese último plano de Larry, tras que se haya despedido de Maggie , un primer plano de luz ambarina, dentro de la casa que ha terminado de construir para Roger, como si fuera un fósil, mientras en su mirada late el desgarro de una despedida, que es una renuncia a seguir vivo, a vivir, a construir sus sueños .Si en la primera ocasión que cruza su mirada con Maggie, él la mira desde su coche, el plano final es el coche de ella alejándose en la distancia, hacia el horizonte, ese horizonte posible que él ha desperdiciado por quedarse anclado en sus miedos, en el sueño de otros ( es la casa que ha construido para otro, no su hogar, como ha optado por plegarse a una vida ajena, la de su esposa, en vez de la propia, el horizonte con ella). Seguirá viviendo una vida entre extraños, sintiéndose extraño a sí mismo, en una vida que es una jaula sin horizonte. Mientras Maggie, como reflejan las miradas finales de los obreros, seguirá expuesta a las miradas desde las distancias de los hombres que la miran como una mera representación, un cuerpo que desear, mientras su interior se pierde en un horizonte que ha sido negado por un hombre que ha preferido plegarse a un diseño de vida pese a saber que era una mentira.

Magnífico y corrosivo melodrama de Richard Quine, 'Un extraño en mi vida' (Stranger when we meet, 1960), en el que Evan Hunter adapta su propia novela, con una fascinante fotografía de Charles B Lang, de colores esplendorosos que no camuflan (o que se convierten en incisivo contrapunto) la turbiedad camuflada en ese diseño de vida convencional al que los personajes parecen plegados y emponzoñados en una vida ajena. Maravillosa también la banda sonora de George Duning. Un desolador y lírico melodrama que no desmerece para nada de los grandes de Douglas Sirk.

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