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miércoles, 1 de diciembre de 2010
Stewart Granger, el Caballero y sus sombras
Stewart Granger en cariñosa relación con un monito durante el rodaje de ‘Las minas del rey Salomón’ (1950), de Compton Bennet y Andrew Marton , la obra que impulsó la popularidad de este excelente actor británico no suficientemente reconocido, y que fue el rostro del género de aventuras en la década de los 50. Más allá de esta obra, que aun no careciendo de encanto, tampoco situaría entre las más logradas del género, protagonizó tres de las más grandes obras del género, ‘Scaramouche, (1952), de Georges Sidney, ‘El prisionero de Zenda (1952), de Richard Thorpe y ‘Los contrabandistas de Moonfleet’ (1955), de Fritz Lang (todas producciones de la Metro Goldwyn Mayer). Menos recordadas son dos obras cuya acción transcurre en escenario africano, la esplendida 'Harry y el tigre negro' (1958), de Hugo Fregonese, en la que realiza un ingenioso e intenso recorrido paralelo entre un tigre y un cazador (en el que el primero también representa los fantasmas interiores con los que lucha el segundo) y ya en los 60, una obra de punzante tonalidad melancólica de despedida, 'El último safari' (1967), de Henry Hathaway. Sus dones interpretativos lograban que transitara los toques caballerescos con los canallescos, lo frágil con lo siniestro. En sus primeros años ya había destacado con un singular personaje canallesco al que lograba dotar de matices que impidiera cayera en lo estereotipado, en 'La madonna de las siete lunas' (1945), de Arthur Crabtree, un peculiar melodrama fantástico, quizá irregular, pero con una muy bella secuencia final de intenso romanticismo fúnebre. Con Robert Taylor intercambió papeles de héroe y villano en 'La última caza' (1956), de Richard Brooks y 'Todos los hermanos eran valientes' (1953), de Richard Thorpe. Fue in idóneo dandy en 'Beau Brummell' (1954), de Curtis Bernhardt, turbio aristócrata en la sugerente 'Pasos en la niebla' (1955), enamorado buscador de oro en la exultante 'Alaska, tierra de oro' (1960), de Hathaway, que hace ver al personaje de Wayne cuál es el 'oro' más valioso, y militar británico tan sensato como expeditivo en la magnífica 'Cruce de destinos' (1956), de George Cukor.
Para mí siempre ha sido el rostro del cine de aventuras, la figura caballeresca cuyas sombras parecían siempre moverse con vida propia, la distinción de la figura ante el acantilado, la fragilidad del héroe que puede desaparecer solitario en el horizonte cual bambalinas de un escenario que le es vedado o agonizar en el mar de los sueños imposibles tras por un instante recobrar su condición corpórea...era el héroe que luchaba con sus sombras, con su Doble, fuera el hermano de sangre que desconocía o un tigre...
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