Frances Farmer, con su perro Karl Marx. Su notoriedad poco tiene que ver con su carrera de actriz, sino con su conflictiva vida, de rebeldías contra la autoridad, fueran los Estudios, su madre o cualquier institución, reclusiones en la cárcel y sanatorios psiquiátricos, alcoholismo, electroschocks y hasta violaciones, que fue abordada en 'Frances' (1982), de Graeme Clifford, pero también en una obra menos convencional, 'Recluida' (Commited, 1984), escrita, interpretada, producida y dirigida por Sheila McLaughlin, un film, denso, áspero y magistral. En ésta obra, la actriz que trabajó en películas como 'El ídolo de Nueva York' (1937), de Rowland V Lee o 'El hijo de la furia' (1942), de John Cromwell, es retratada, en una obra en blanco y negro de compleja construcción (cuando el cine independiente lo era de verdad en planteamientos, mirada y estilo), como una mujer que renegaba del falaz patriotismo, que buscaba compromisos políticos próximos al comunismo, que no quería ser 'recluida' en el estereotipo de rubia aséptica y no deja de enfrentarse a los Estudios que quieren modelarla, 'recluyéndola' en banales personajes; que no aceptaba las construcciones sociales de discreción y sensatez, de hipócrita aquiescencia; era sincera, directa; discutía, se manifestaba con voz propia, cuestionaba. Su madre la delató y destruyó, porque era su deber. Su hombre amado, sucedáneo de intelectual, era un ser cínico y despiadado, incapaz de atender a otros sentimintos, y la deja hundirse. Las instituciones, policías, jueces y médicos, la reprimen y condenan, e incluso la violan repetidamente en uno de los periodos en que estuvo recluida. Frances desafiaba a la autoridad, a una sociedad puritana y conservadora, temerosa de lo singular y lo diferente. Debía ser expurgada, y fue internada, aislada y recluia en el espacio de la Anormalidad. Su historia fue la de la anulación y extirpación de una insumisa voluntad.
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