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miércoles, 15 de diciembre de 2010

La batalla del raíl

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'La batalla del raíl' (1946), más allá de ser todo un canto homenajeador a la actividad de la resistencia francesa frente a la ocupación nazi, y a la decisiva influencia de sus actos de sabotaje de los transportes ferroviarios en la deriva del curso de los acontecimientos en los últimos años de la guerra, es un prodigio que combina la impronta realista del documento con la intensidad arquetípica de la narración sintética de unos avatares, en la que brota, como fulgores que nos hacen sentir que es la condición humana la que lidia y padece, la poética de la emoción.Con respecto a lo primero, Clement, que había iniciado su carrera cinematográfica realizando varios documentales, opta por desprenderse de la vertiente psicólogica de la dramatización, e la identificación del punto de vista, priorizando el protagonismo colectivo, rostros sin nombres unidos en las distintas acciones de sabotaje, equiparando la red de vías férreas con la red de vídas humanas, cual dispositivos o piezas de un engranaje organizativo entregados a una labor en las que ese trabajo de equipo, esa colaboración, era el aspecto nuclear.
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Pero, como decía, la emoción brota con una potencia incomparable (Clement acababa de trabajar ese mismo año como asistente técnico para Jean Cocteau en 'La bella y la bestia'): Véase esa secuencia en la que varios hombres son escogidos para ser fusilados como reprimenda por los sabotajes; Clement, en una admirable uso del montaje alterno, pues al mismo tiempo otros resistentes están saboteando los bajos de un tren, centra la condición humana de los que participan en esta lucha, en el rostro del último de ellos que espera, cara a la pared, su turno de ser disparado por la espalda; su mirada hacia una araña en la pared o hacia el humo de una locomotora que asciende hacia el cielo hacen palplable la desesperación de sentir que esos son los últimos segundos de una vida, en la que ésta, en esos últimos instantes, es captada en la singularidad de sus fragmentos. Son instantes que adquieren una transcendencia, una condición abstracta y emblemática, como la del resistente que se arrastra herido por un arroyo, mientras los disparos de los alemanes salpican el agua a su alrededor, en la larga y magnífica secuencia del último tramo, la del ataque de los resistentes, ocultos en un bosque, al convoy blindado, un auténtico portento narrativo.
Hay otras secuencias en que con encomiable pericia tensa el suspense de situaciones, como aquella en la que tiene que intentar desviar un tren con una gran grua para evitar que llegue al punto donde han descarrilado otro tren.
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Por otro lado, hay secuencias, como aquella en la que separan unos railes para detener un tren, que evidencian de modo claro la inspiración para una película posterior, que tomó estas actividades resistentes en la red ferroviaria como núcleo dramática, 'El tren' (1965), de John Frankenheimer. Ambas demuestran cómo se pueden realizar diferenciados tratamientos de un modo magistral. Aunque en esta hay una figura que destaca en la narración, la que encarna Burt Lancaster, la distancia narrativa también prevalece, y en un tono aún más severo y sombrío, tanto en incidir en el protagonismo colectvo como en la admirable idea de ir dotando al personaje de Lancaster de una condición maquinal espectral, como encarnación individual de una implacable e irreductible resistencia, y ampliando el complejo entramado dramático, arquetípico, a la consideración de cómo la condición humana, la vida, estaba subordinada a la maquinaria de las ideas (el tren que transportaba las obras del Louvre, el arte como símbolo nacional que se tiene que evitar perder y ante lo que cada vida es sacrificable). Si en la citada secuencia del fusilamiento en la obra de Clement, hay una admirable utilización de los primeros planos y la fragmentación, en la de Frankeheimer, en la secuencia del fusilamiento del personaje de Michel Simon, la hay de la profundidad de campo (y en primer termino el del rostro de Lancaster, depositario narrativo de un ultraje colectivo). En la obra de Clement, realizada tras terminar la guerra, aún primaba la celebración de un logro colectivo, y está narrado con el brío exultante de un engranaje, en el que las piezas se conjugan con impecable armonía, que destila apertura de un horizonte hasta entonces vedado, y en el que el 'tren' que lo posibilitó era la eficiente e irreductible colaboración y alianza de unos resistentes.
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‎'La batalla del raíl' (La bataille du reail, 1946), es la magnífica primera obra de Rene Clement. Conjuga de modo admirable estrategias del documental (un protagonismo colectivo), la tensión narrativa (la dilatación del suspense en diversas secuencias), con brotes poéticos. Un portento ejemplar, no sólo dentro del género bélico en el que se podría encuadrar, en este homenaje a las actividades determinantes de los sabotajes de la resistencia francesa en la red ferroviaria en el curso del último año de la segunda guerra mundial, rodada en las mismas localizaciones de los hechos (para elaborar el guión Clement, con Colette Audry, se documentó hablando con sus protagonistas, muchos de los cuales participan en la misma película, tanto empleados como resistentes). Extraordinaria la fotografía de Henri Alekan.

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