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sábado, 11 de diciembre de 2010
Tres páginas de un diario
George Wilhelm Pabst reincide en 'Tres páginas de un diario' (1929) en la acerada puesta en cuestión de las hipocresías sociales, las podedumbres de la doblez moral existente en la imagen institucional de la respetabilidad, que había realizado en 'La caja de Pandora' (1928). De nuevo, una figura femenina, encarnada también por Louise Brooks, es el contrapunto de ese contexto. Si en la anterior obra el personaje de Lulu se definía por su desapegada actitud vital, sin corsés, una sensualidad radiante que es frontalidad que no sabe de mascaradas de conveniencias (y que ha conllevado errores de juicio como considerla una femme fatale, lo que no deja de recrear el estigma sobre la condición transgresora del personaje desde la rígida mirada convencional), aquí Thymian encarna otra condición complementaria de la inocencia, en cuanto que ambas no se pliegan a las conveniencias sobre las que se traman las directrices morales, que deriva en su caso en que se convierta en, o sea más bien calificada como, una 'perdida' ( el título original es 'Diario de una chica perdida'). Pabst arremete con contundencia contra esa calificación, desnudando su raíz (su origen), es decir, desde qué perspectiva se enuncia, que no es sino el de la combinación de rigidez y doblez moral (preservar la imagen de respetabilidad ocultando lo que puede ser calificado de vergonzoso).
En las primeras secuencias lo deja ya bien claro, y con una admirable capacidad de reflejarlo a través de gestos, acciones y miradas ( es una obra escasa en intertítulos). El vestido blanco (y las flores en el pelo), ya que va a realizar su Confirmación, definen a Thymian. Su ingenuidad (su carencia de doblez) es manifiesta cuando no comprende porque la ama de llaves debe abandonar la casa (y además la desesperación que parece mostrar). En su conversación con su padre, farmaeutico, y el ayudante de éste, Meinert (Fritz Rasp), intenta comprender el porqué, pero son las miradas entre ambos lo que evidencian (para el espectador) y que les definen. La mirada aviesa de Meinert no oculta su regusto de conocer la 'verguenza' del padre (el idilio con el ama de llaves). La apesadumbrada mirada de éste revela la consciencia de un acto injusto y el peso de una verguenza. Las miradas de Meinert a Thymian y las fotografías de mujeres desnudas que luego contempla a solas deja bien claro qué desea, y cómo el deseo es algo que se sigue ocultando cara a la galería, algo clandestino, pero cómo la acción 'desvelada' del padre abre una veda para él, la posibilidad de actuar como el padre,de emularle ( si otro lo hace ¿por qué yo no?; resorte parecido al del personaje de Matthau en la posterior 'Un extraño en mi mi vida' (1960), de Richard Quine; los tiempos no cambian). Por tanto, citará esa noche a Thymian, con la excusa de que le explicará el motivo de la marcha de la ama de llaves ( a la que por añadidura descubrirán muerta tras suicidarse). Su aviesa cita clandestina no tiene otro objetivo que acceder al cuerpo que desea, algo que hará sin ningún escrúpulo moral cuando Thymian pierda el conocimiento en sus brazos. Elipsis: Thymian quedó embarazada, y la familía tiene que resolver la situación. En su diario (el que le regalaron en su confirmación) descubren que el padre es Meinert. Pero la indignación del padre se verá frenada por la aviesa mirada que le dirige Meinert (al fin y al cabo ha actuado como él, y dar rienda suelta a la indignación podría provocar que Meinert revelara su 'verguenza'). Pero Thymian no quiere plegarse a lo que le exigen, que se case con un hombre que no ama por conveniencias sociales.
Solución: no sólo se verá apartada de su bebé sino que será recluida en un hospicio de chicas 'perdidas'. No sólo es ultrajada, sino encima estigmatizada. La presentación de ese hospicio es magnífica: las chicas sentadas en una larga mesa, toman las cucharadas de su potaje al ritmo que marca la directora con su vara ( como si estuvieran en galeras); quien no sigue el ritmo se queda sin poder seguir comiendo. Aquí también se revela la doblez. En la secuencia en la que la directora marca el ritmo de los ejercicios gimnásticos su expresión va alcanzado una paroxistica expresión de alborozo (cual orgasmo). Pabst realiza una afinada transición del primera plano de ella a otro de Meinert (ambos son de la misma catadura o condición). También hay un equivalente masculino a la condición de 'perdida' femenina, que es el 'descastado', el conde Orloff (André Roane), que ha sido desheredado por su padre por no lograr encontrar ningún trabajo (en suma, porno valer para 'nada' dentro de los trabajos de un sistema). Será quien ayude a escapar a Thymian de ese hospicio. Pero Thymian ya fuera descubrirá, aparte de que su bebé ha muerto,que no es fácil para alguien como ella señalada por un estigma el encontrar su lugar en una sociedad tramada sobre las apariencias. Su destino es otro 'establecimiento', una casa de citas de lujo, en la que, de nuevo, tras embriagarse con el champán que le dan, se desmayará y será de nuevo 'poseída' por otro cliente.
Pero Thymian asumirá con desafectación su condición (aunque le duela al despertar al dia siguiente cómo no han respetado de nuevo su voluntad) porque es la condición a la que le sume esa podrida sociedad. E incluso, no se dejará llevar por el resentimiento, por el despecho vengativo. Cuando es quien se encuentra en una posición de poder, su generosidad permanecerá incólume. Muerto su padre, no será inclemente con la viuda (ahora con dos hijos), que incitó a que acabara en el hospicio, y le dará todo el dinero de la herencia. La frase final evidencia el planteamiento de la obra, no habría 'perdidas' ni 'perdidos' (como dice que son uno de los clientes de la casa de citas) si fuéramos capaces de privilegiar el amor en nuestras acciones.
'Tres páginas de un diario' (Das Tagebuch einer Verlorenen , 1929), es una esplendida obra de George Wilhelm Pabst, en la que se adapta una novela de Margaret Boehme. Un prodigio de fluidez narrativa atenta a los gestos, detalles y miradas, con un admirable uso de la planificación fragmentada, de los primeros planos, y una elegante construcción visual con un gran trabajo fotográfico de Fritz Arno Wagner. Otra impecable disección sobre la monstruosidad de la hipocresía y doblez moral. Una societé fatal, y perdida en sus inconsecuencias e inconsistencias, porque priorizan la 'imagen social', atrofiados en la verguenza, en vez de dar rienda suelta a la espontaneidad generosa.
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