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jueves, 28 de febrero de 2013
Hit By A Bus (Arrollado por un autobús) - The Supercut
Si alguna vez has soñado con ser arrollado por un autobús que no toca la bocina ni frena antes de embestirte...
Quincy Jones - A sangre fría
Dos composiciones que reflejan el desencuentro del caos y la armonía, del abismo en el que se precipitan Perry y Dick, ese mundo espectral, cautivo de turbulencias, que habitan, y ese otro mundo, pacífico, de rutinas y rituales, el de la familia Cantrell, ese mundo al que no han podido acceder, porque se les ha negado o no han sabido, que nunca podrán habitar, y que destruyen.
Paul Stewart, siniestro, cínico y lúcido

Plácidas pausas de rodaje: Richard Brooks y Cary Grant

Richard Brooks, la agudeza de un gran dialoguista y la revolución y las causas perdidas

A sangre fría











miércoles, 27 de febrero de 2013
MAX STEINER - A Dispatch from Reuters (1940)
Suite con diversos pasajes de la espléndida banda sonora compuesta por Max Steiner para ' Un despacho de Reuter' (A dispatch from Reuter's, 1940), de William Dieterle.
Anita Louise, belleza eterea
Anita Louise, como Titania, reina de las hadas, en una imagen promocional de El sueño de una noche de verano (1935), de William Dieterle y Max Reinhardt. Anita debutó en Broadway con seis años, en en 'Peter Ibbeston', y en el cine un año después, en 1922, aunque en rol no acreditado en Down to the sea in ships,de Elmer Clifton, de la que Henry Hathaway realizaría otra versión con 'El demonio del mar' (1949). Su primer papel de entidad, ya acreditada como Louise Fremont, tendría lugar en 1924, en The sixth commandment, de Christy Cabanne. Se convertiría en una estrella infantil, y posteriormente, tras que en 1929 cambiara su nombre artístico a Anita Louise (sus dos primeros nombres), en una de las actrices más admiradas por su personal estilo, además de convertirse en una de las más notorias anfitrionas de fiestas en Hollywood. Interpretó a Maria Antonieta en Madame Dubarry (1934), de William Dieterle, con quien volvería a colaborar en La tragedia de Louis Pasteur (1936). Participó en Maria Antonieta (1938), de W.S Van Dyke, pero en esta ocasión no interpretó a dicho personaje (lo hizo Norma Shearer), sino a la princesa de Lamballe. Fue partenaire de Errol Flynn en la muy sugerente Green light (1937), de Frank Borzage. Trabajó con John Ford en El juez Priest (1934), Mervyn LeRoy en El caballero Adverse (1937), o Anatole Litvak en Las hermanas (1938). Anita Louise siempre se quejó de que su etérea belleza le perjudicara para obtener papeles de más entidad. Su carrera decayó en la década de los 40, con papeles en películas de serie B, o secundarios en Casanova Brown (1944), de Sam Wood o Cartas a mi amada (1945), de William Dieterle. Su última aparición en pantalla grande sería en Paralelo 38 (1952), de Joseph H Lewis, centrándose posteriormente en la televisión.
Plácidas pausas de rodaje: James Wong Howe y Samantha Eggar
James Wong Howe, la poesía del claroscuro

Albert Basserman, exiliado especial

martes, 26 de febrero de 2013
La amistad de Peter O'Toole y Sam Peckinpah

Frank Sinatra, pensamientos y afeitado ante el espejo
Si fuera fácil






lunes, 25 de febrero de 2013
Plácidas pausas de rodaje: Dana Andrews, Lloud Bridges, Patricia Roc, Andy Devine y el novelista de westerns, Ernest Haycox

Plácidas pausas de rodaje: David Niven, Gregory Peck y Stanley Baker

Richard Widmark y Gene Tierney: Noche en la ciudad

The sound of fury






domingo, 24 de febrero de 2013
Hombre de dos mundos
En ‘Hombre de dos mundos’ (The house in the square/I’ll never forget you, 1951), de Roy Ward Baker, Peter (Tyrone Power) es un hombre insatisfecho en ambos tiempos. En el momento presente, piensa en la sociedad de dos siglos atrás como una especie de Arcadia, pero tras conocerla, cuando viaje en el tiempo a causa de un relámpago que cae sobre él, verá que tras esa idealización prima no sólo la suciedad y sordidez en su ambiente (hombres peleándose en el barro, niños maltratados, mugre y pobreza, niños explotados en trabajos embrutecedores en sótanos; reflejo de una sociedad cimentada sobre unas desproporcionadas diferencias de clase) sino en una mentalidad ruin y temerosa, la de los que detentan, por privilegio de clase, el poder y por tanto la toma de decisiones; aquellos que pueden ordenar el ingreso en un manicomio para quien actúe de modo diferente, a quien califican como un brujo o demonio, cual vampiro (llegan a realizar ante él el signo de la cruz con un par de candelabros), porque tiene capacidades adivinatorias del futuro, y tiene un laboratorio con experimentos (adelantos de la ciencia futura, como maquetas de barcos de vapor o la bombilla eléctrica) ante los que reaccionan con temor, porque no lo entienden.
Randall MacDougall (guionista de ‘Objetivo Birmania’, ‘Cuando ruge la marabunta’, ‘Último tren a Katanga’), adapta ‘Berkeley square’, la obra teatral de John L Balderston autor de la pieza teatral de ‘Drácula’ que adaptó Todd Browning en 1931, y guionista de ‘El doctor Frankenstein’ (1931) ‘La momia (1932), ‘La novia de Frankenstein’ (1935), ‘Tres lanceros bengalíes’ (1935) o de las dos versiones de ‘El orisionero de Zenda’, en 1939 y 1952. La adaptación iba a haberse producido en 1945, con Gregory Peck y Maureen O’Hara como protagonistas, pero al ser realizada en 1951, cobra otras resonancias ya que no deja de ser un reflejo mordaz de su tiempo. Es una producción británica (aunque de la Fox, con Sol C Siegel, que acababa de producir ‘Fourteen hours’, ‘El príncipe de los zorros’ o ‘Carta a tres esposas’, al cargo; en Gran Bretaña se tituló ‘House in the square’ y en Estados Unidos se estrenaría dos meses después como ‘I’ll never forget you), pero parece el espejo de ese tiempo terrible de 1951 en Estados Unidos, en plena persecución de la Caza de brujas del pensamiento progresista, estigmatizados como diablos, en este caso, los comunistas. Peter, de hecho, es un estadounidense trabajando (en lo que puede verse como una transposición de tantos perseguidos que optaron por exiliarse) en Gran Bretaña.
Añádase que en el tiempo presente Peter es un científico que experimenta con la fisión nuclear. Con una prueba de ensayo y error comienza la película; es el reflejo siniestro de la ciencia, la amenaza que penderá sobre la sociedad durante décadas, la de la guerra nuclear entre ambos ‘bloques’, desde el lanzamiento de las bombas en Hiroshima y Nagasaki, convertida en el símbolo de la lid de fuerzas: Ese terrible panorama que hace sentir a Peter que la sociedad dos siglos atrás, por comparación, parecía un paraíso. Pero la mezquindad define al ser humano en cualquier periodo de su tiempo. Esa Arcadia, que queda suspendida entre tiempos, como se manifestará con rostro imprevisto de mujer, Helen (Ann Blyth). Como contrapunto a la decepción que va sufriendo Peter en esa sociedad del siglo XVIII que no puede aceptar lo extraño, lo que no comprende, será ese amor que brota entre ambos ese ‘mundo aparte’ que anhelaba. Helen será la única que confía en él, en primera instancia, la que no siente temor ni rechazo ante sus capacidades anticipativas, y que será, posteriormente, capaz de verle en ese otro tiempo, el de dos siglos después, en una de las secuencias más bellas e intensas de la película).
‘Hombre de dos mundos’ tiene otro de sus momentos más sobresalientes en los pasajes previos al salto temporal: la secuencia de la conversación entre Peter y otro científico, británico, Roger (Michael Rennie), en la casa del primero, una lujosa casa que no ha sido modificada en dos siglos. En esta secuencia Peter comparte su intuición de que ha vivido en otro tiempo, de que intercambió su vida, durante un corto espacio de tiempo, con un antepasado, con el mismo nombre, que está retratado en un cuadro. Es admirable cómo se va asentando la incertidumbre, una turbadora atmósfera, en la que son capitales la interpretación, excelente, como si una sombra se hubiera asentado en su expresión, de Tyrone Power, y el sonido de los truenos de la tormenta que acaece en ese momento, además del mismo contraste entre decorados y personajes, como si se estuviera ya en un umbral a otro tiempo, que no ha sido modificado; lo que se modifica es la percepción, la sensación de estar entre tiempos.
La fotografía (espléndida, de Georges Perinal) en estos pasajes es en blanco y negro, y los relacionados con el pasado, en color (Perinal sería también el responsable de otra obra que combinaría ambos, ‘Buenos días, tristeza’, 1958, de Otto Preminger). Ese blanco y negro ya ensombrece el acercamiento al pasado, como una mancha que se va extendiendo, a la vez que revelando: ya en el pasado está la simiente de los desatinos del presente: la rigidez de los que encerraban en un manicomio al diferente, o le quemaban, ahora crean bombas atómicas y estigmatizan negándoles trabajo o forzando a que se exilien. El final es bellísimo, pero también desolador, en un sombrío cementerio. El amor no vence al tiempo, o sólo en la memoria, la sinrazón sí, porque no deja de repetirse, y de frustrar, o convertir en muerte, lo sublime y lo bello.
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