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sábado, 23 de febrero de 2013

Bajo el sol de Roma

 photo vlcsnap2269173lp4_opt_zpsb7c61484.png Podría verse, en cierto modo, ‘Bajo el sol de Roma’ (Sotto il sole di Roma, 1948), de Renato Castellani, como el relato de aquel joven de la gorra de soldado alemán que roba la bicicleta a Antonio en ‘Ladrón de bicicletas’, que ese mismo año dirigió Vittorio De Sica. O, más específico, como el proceso de circunstancias que propiciaron cómo él, y otros tantos jóvenes, acabaron recurriendo a tal actividad, por mera necesidad económica, como le ocurre a Ciro (Oscar Blando), en las últimas secuencias. También su padre usa la bicicleta para trabajar, como sereno. Es el primero detalle que Ciro evoca, porque la película está narrada desde el recuerdo, hilvanada como una sucesión de episodios, que comienzan cuando tenía 17 años durante la guerra, en 1942. El sol, o su luz, acompaña casi todos los pasajes, sean situaciones trágicas o grotescas, divertidas o tensas, cálidas o sórdidas. La narración es como un tren, con sus diversos vagones de episodios que jalonan una vida, el crecimiento de un chico hasta que se convierte en su padre, en un adulto, en el hombre que tendrá que pagar por todo, en vez de ser el chico al que saquen otros las castañas del fuego, o al que resuelvan sus torpezas y errores.  photo under-the-sun-of-rome_opt_zps093fae2b.jpg Hay personajes que se convierten en hilo que vincula las diversas circunstancias o los diferentes avatares que vive, Geppe (Francesco Golisano), al que conoce en las ruinas del Coliseo, porque duerme ahí, un chico honesto y leal que se convierte en su ‘escudero’, realizando todo lo que le pida, e incluso pagando por él por las jugarretas o bromas que realizan su él y grupo de amigos, como cuando está a punto de ahogarse porque quien le instruye, otro de la pandilla de Ciro, tampoco sabe nadar, o cuando la policía le detiene cuando un amigo rompe el cristal de una zapatería al lanzar, para devolverlas (porque ambas eran del pie izquierdo), las zapatillas que había robado por Ciro . También Iris (Liliana Mancini), la vecina de enfrente, que está enamorada de él, como lo está el propio Ciro, pero le cuesta incluso reconocérselo a sí mismo, también porque arrastra ese lastre de orgullo machista de que un hombre no puede ser mantenido o ayudado por una mujer (cuando cree que ella le ha pagado las zapatillas blancas para reponer las que había perdido), por lo que se pierde en circunvalaciones de indecisión durante años, o en ridículas autoafirmaciones de virilidad que no se deja domesticar como el convertirse en amante de una mujer casada.  photo 3f6dbd91_opt_zps1c80c9de.jpg El episodio de la zapatilla, la primera peripecia, puede recordar también a la de la bicicleta en la película de De Sica, por ciertas resonancias parejas (es un objeto de lujo, que le ha regalado su madre, que le cuestiona que se dedique a perder el tiempo con los amigos, en vez de buscar trabajo; se las pone a hurtadillas al salir con los amigos aunque su madre le indique que no lo haga; volver sin ellas implicaría muchas complicaciones). Posteriormente, Ciro se convertirá en ocasional boxeador de estilo muy entusiasta pero poco ortodoxo, echará pestes de todo, de las mujeres, de Iris, de su familia, pero en cuanto en el horizonte ve caer las primeras bombas sobre Roma, echa a correr gritando sus nombres. Decidido a irse a la aventura, en vez de estar enclaustrado en su casa en una ciudad en guerra que se ha convertido en prisión, se marcha con Geppe y otro amigo, y constatarán que alimentan mejor en las granjas a los soldados británicos que a los fugitivos italianos. Serán apresados por los alemanes, porque piensan que son ingleses, y recluidos en un estrecho retrete (irónico cuando quería huir de un enclaustramiento) del que les libera otro bombardeo.  photo 9e19222e_opt_zpseff80eee.jpg  photo bajo-el-sol-de-roma1_opt_zps4bdbfdc2.jpg Aunque el apunte más sombrío, más grave (pasaje en el que la música de Nino Rota vibra en todo su esplendor), tendrá lugar cuando vuelve. Corre hacia el hospital donde le han dicho que está ingresada su madre, y al llegar allí su padre, figura siempre en segundo plano, como el sustento que se ignora, le comunica su muerte.‘Bajo el sol de Roma’ narra con sutilidad un proceso de madurez, en el que es fundamental tomar consciencia de los sentimientos de los otros, dejando de jugar con ellos, y asumiendo algo que se denomina responsabilidad de los propios actos, esos que pueden derivar en que alguien vea derrumbarse su vida porque pierde lo que le posibilitaba el sustento, una bicicleta. E, incluso, la propia vida. Por eso, Geppe es siempre el recordatorio de que bajo el símbolo de los juegos de juventud, como el Coliseo, hay realidades que duelen como la precariedad y la finitud.

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