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viernes, 22 de febrero de 2013

Vete a saber

 photo va-savoir-1_opt_zps40e55d50.jpg En la vida, en ocasiones, encuentras una trampilla por la que sales, aunque vete a saber a dónde lleva, a qué escenario imprevisto de tu vida, en el que quizá los mismos tiempos se confunden porque quizá tu presente se encuentre en suspensión y aún no sabes si la dirección hacia el futuro pasa por un desvío al pasado, o si es una salida de carril porque se te ha pinchado una rueda (tu presente se desinfla). También los espejos se revelan como fisuras delatoras porque ponen en evidencia que la vida es representación, entre fingimientos, simulaciones, dramatizaciones, aunque no se sea, incluso, consciente de que se actúe. Cuerpos y reflejos. ‘Vete a saber’ (Va savoir, 2001), de Jacques Rivette, comienza en un escenario, con una representación de una obra de Pirandello, ‘Como tú me deseas’, protagonizada por seis actores.  photo 4_opt_zpsd8ba7dfe.jpg Finaliza en otro escenario, aunque no sea una representación explicita. Lo seis personajes principales confluyen en el escenario, entre redes en las que alguno ha caído, mientras otros danzan, y alguien corta raciones de tarta. Seis raciones de una tarta que es una narración, personajes envueltos en redes, que unos urden, otros intentan descifrar, otros sencillamente se tropiezan con ella en la maraña de relaciones y de deseos. Una coreografía en la que las parejas varían, porque no saben muy bien qué desean, qué quieren, y con quién, zarandeados por impulsos y azares, mientras buscan, pero también manipulan y conspiran.  photo extrait_va-savoir_3_opt_zps2503eb71.jpg Camille (Jeanne Balibar), actriz, desespera porque en la obra se hable en otra lengua, italiano. Es difícil lograr descifrar la lengua expresiva de los otros, hasta incluso la de uno mismo. Cuantas veces faltan mapas, o el intérprete que los trace, para comprender a los otros y a nosotros mismos. Camille Mira hacia atrás, ahora que ha retornado a París tras tres años de ausencia, y busca constatar si los rituales o rutinas de entonces, como el de su anterior pareja, Pierre (Jacques Bonnafé), siguen siendo como el metrónomo que insufla apariencia de estabilidad y centro al mundo. Porque un día decidió salir por la trampilla, y acabar la relación. Y ahora no sabe qué lengua hablar en la relación que mantiene con Ugo (Sergio Castellito), también actor de la representación, como si un maridaje la tuviera apresada en su resaca, sin saber si viene o va. Vete a saber.  photo 1_opt-1_zpsd4bf2ccc.jpg Ugo busca una obra no publicada de Goldoni, ‘El destino veneciano’. En su periplo, entre bibliotecas, se cruza con Dominique, que realiza una tesis sobre complementos de vestuario en ciertas películas norteamericanas e italianas cuya acción se ubica en la era del imperio romano. Varían los complementos, pero la entraña de las representaciones, sus escarceos y forcejeos, siguen siendo los mismos. Tempus fugit, amor manet ( El tiempo pasa, el amor permanece) .Ugo busca en otros espacios que son como entrar en otro tiempo, pero también en otras posibles relaciones, quizá una trampilla que le lleva a Dominique (.Hélène de Fougerolles).Del mismo que nos puede perder la hipertrofia de una vida ritualizada convertida en rutina, también nos puede extraviar ese anhelo incombustible de buscar lo excepcional, la novedad, ‘lo no publicado’, ese fulgor que surge de las invisibles aguas profundas de la vida (que aún soñamos como una Venecia en la que los cimientos no son rígidos sino fluidos), como un giro imprevisto de guión, del destino, que te haga sentir que la resurrección la puedes sentir en vida, y la rutina y la decepción desterradas antes de que asomen su contraído rostro.  photo vlcsnap-2009-12-28-23h36m44s250_opt_zps28eb12d7.png  photo vasavoir3_opt_zps42363583.jpg Porque no sabes cuándo se te puede caer el anillo, como le ocurre a Sonia (Mariane Basler), y descubrir que era falso, como deduces lo eran los besos que te dieron la noche anterior, más interesados en tu anillo que en ti, como era el caso de Arthur (Bruno Todeschini), hermanastro de Dominique, del cual resulta difícil discernir cuándo finge, para su conveniencia e interés, y cuándo se deja dominar por arrebatos e impulsos sentimentales avasalladores que tienen bastante de esa ‘dramatización’ que te enajena cuando la pasión te posee, como si fueras un personaje, un títere desaforado y febril, sin ser consciente de ello. Rivette orquesta exquisitamente su ingrávida danza de recorrido sinuoso, en la que los fantasmas buscan dotarse de cuerpo, o definir sus rasgos en el espejo, la lógica se difumina o se escurre entre intersticios, trampillas y otros recovecos, y los personajes actúan, o se ven zarandeados, en busca de esa trampilla que, tras cruzarla, vete a saber si descubren ese reflejo en un espejo con el que logren definir qué es lo que realmente desean.

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