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jueves, 28 de febrero de 2013

A sangre fría

 photo 44945134_opt_zpsd0e1761a.jpg ‘¿Está Dios también aquí?’ pregunta Perry Smith (Robert Blake), uno de los dos hombres que mataron a sangre fría, en un pueblo de Kansas, a los cuatro componentes de la familia Cantrell, antes de ser ajusticiado, ahorcado, a sangre fría. Como la propia vida ha realizado su crimen a sangre fría. Como señala Dick Hickcox (Scott Wilson), antes de subir al patíbulo, ‘Me enviáis a un mundo mejor de lo que éste fue para mí’. No hay Dios, ni ahí ni en ningún lado o momento, como no hay sentido, porque el ser humano, incapaz de construir con sentido la existencia, ha requerido de construcciones sobrenaturales, divinas, porque no puede asumir que la vida finalice con esos latidos que se apagan en el cuerpo de Smith que pende del patíbulo, ya ajusticiado. Y después el vacío. Pero quizá antes, durante, también ese haya sido el recorrido, como quien busca entelequias, como el tesoro de Sierra Madre y sólo encuentra botellas vacías en el desierto para sacar unos míseros dólares, los mismos que sacaron de la familia a la que asesinaron. Botellas vacías, cuerpos sin vida. ¿Qué somos?  photo incold03_opt_zps33c1365d.jpg Perry sueña en cierto momento que canta en un escenario, ante un patio de butacas vacío. No escuchamos su voz, porque nadie la escucha, como tampoco sus latidos. Perry, en el último instante, antes de irrumpir en mitad de la noche en casa de los Cantrell, intenta convencer a Dick de que no lo hagan. La cámara encuadra desde fuera de la ventana a la hija, que apaga la luz, a la vez que se interrumpe la música de la banda sonora de Quincy Jones. La vida se apaga, se desconecta. Elipsis. La vida sigue, pero para otros, para los dos asesinos.  photo tumblr_mcmix30YD61rhvtj2o1_500_opt_zpsaedf107b.png ‘A sangre fría’ (1967), de Richard Brooks, extraordinaria adaptación de la obra de Truman Capote, con uno de los más fabulosos trabajos de dirección fotográfica, obra de Conrad L Hall, que se han realizado (un blanco y negro que quema, como en permanente combustión de sombras; una vitola fúnebre en la que están atrapados como mariposas que se debaten aún con sus últimas contorsiones de vida los personajes; o simplemente son ya como espectros), eliptiza el momento del asalto a la casa, para narrarlo más adelante, tras que nos hayamos familiarizado más con ambos asesinos (sabemos lo que han hecho, pero no lo hemos visto: un detalle que modifica la percepción, el discernimiento), mientras otros, los que investigan el crimen, sea el policía, Dewey (John Forsyth), o el reportero (Paul Stewart), personaje éste creado por Brooks que suelta latigazos en formas de frases lúcidas, se interrogan sobre un sinsentido, sobre un absurdo.  photo ASangreFra05_opt_zps27022b22.jpg  photo 0mainartpart3_opt_zps87ad1e34.jpg ¿Por qué esas muertes? ¿Saber la causa podría cauterizar esa herida que grita? Ya detenidos, Perry narra a Dewey, mientras le trasladan en coche, en la noche, el relato de los sucesos de aquella otra noche seis meses antes. Perry se pregunta, ¿Cómo sabemos cuándo algo comienza? La preguntas hieren, las preguntas sacuden las sombras. ¿De dónde surge esa furia? Rostros del pasado, con el que no sientes un lazo, sino que surca tu rostro con lágrimas (en uno de los más bellos planos que ha dado el cine: las gotas de agua de la lluvia reflejadas en su rostro, cual si fueran lágrimas, poco antes de que vaya a ser ahorcado, cuando evoca a su padre, al que amaba tanto como odiaba). El futuro son sueños, películas, de tesoros fabulosos, mientras el presente es un dolor que te impide caminar, como el de tu pierna surcada de cicatrices. Un peso que parece acarrear como Sisifo, como esas cajas en las que porta sus pertenencias, la piedra de un pasado que será la losa de su vida (si la policía les hubiera detenido cinco minutos antes de que las recuperara, quizá no hubieran podido incriminarles).  photo tumblr_mbv0rlCNkS1qj6krfo1_1280_opt_zps9054870a.png Y quien te propone una brecha por la que salir a la superficie, Dick, se descubre no sólo como otro inconsistente vendedor de sueños con mucha labia (no hay caja fuerte ni dinero en esa granja), sino que, como si te abofeteara con la obscenidad de su falta de conciencia, de sustancia (no deja de ser la infracción desafiante de un niño frustrado al orden, como cuando roba innecesariamente en la tienda, en la que compran el material para el robo, unas pilas), de aspiración (es alguien que no lee, a diferencia de él) intenta, por añadidura ‘compensarse’ por el fracaso ultrajando a la hija. La violencia que desencadena la furia de Perry no es hacia la familia, aunque sean las víctimas, sino hacia Dick, hacia la vida que le sustrae los latidos de las ilusiones. Ultraje de sueños, disparar a las sombras de tanto engaño, a la vida que no ha podido vivir, de la que no ha podido formar parte, de la que se toma un ‘rehén’, la radio que usaba el hijo (porque quisiera haber sido el hijo de una familia armoniosa).  photo 1_opt-1_zpse579f295.jpg Pero Perry es sólo una cicatriz que no acaba de cerrarse, lágrimas que no dejan de arañar sus entrañas, música que nunca ha podido escucharse aunque porte una guitarra. Es alguien que no ha dejado huella, aunque una huella de sus botas sea la que le identifiquen en el lugar del crimen. Lo primero que vemos de él es esa suela de zapatos, a través de la mirada de una niña en el autobús en el que viajan; enciende un cigarrillo que ilumina su rostro (como otro cigarrillo lo ilumina cuando relata a Dewey los sucesos de aquella noche), hasta entonces en sombras. En sombras ha vivido, y vive, y las sombras le esperan cuando los latidos de su corazón se detengan mientras pende de la cuerda que le ha ahorcado a sangre fría, como la cuerda de la vida ha hecho lentamente.  photo 512x_opt_zps87472c4d.jpg  photo STR170502_324787k_opt_zps3873a229.jpg  photo tumblr_makwirknbb1r7kdduo1_500_opt_zpsa5a8d50e.jpg  photo incoldblood02_opt_zpsdec59c60.jpg

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