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viernes, 4 de febrero de 2011

Más allá de la vida

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El presente, entre sombras, incierto, precario, pende suspenso bajo la amenaza de un tsunami, el porvenir pueden ser dos manos entrelazadas. Ese es el trayecto que recorre ‘Más allá de la vida’ (2010), de Clint Eastwood, que debería haberse retitulado más bien ‘Más acá de la vida’. Porque las vidas de los tres personajes entrelazados ha perdido, o pierde conexión. En la primera secuencia se sugiere, o insinúa, cómo la relación entre Marie (Cecile de France) y Didier (Thierry Neuvic) parece haber perdido su horizonte. (la presencia de éste en los encuadres, el hecho de que sea ella la que vaya a comprar los regalos de los hijos de Didier). Tras la experiencia extrema de estar a punto de morir, de perecer ahogada, la pantalla de su vida empezará a trastocarse (no deja de ser significativo el recurrente uso de pantallas con unos u otros personajes). Cecile es imagen, presentadora en un informativo televisivo, rostro publicitario en carteles en el calle (de blackberry, objeto, supuesto,de conexión). Pero esas imágenes indeterminadas, difusas, entrevistas cuando estuvo a punto de morir, quizá de otro mundo, el del más allá, han hecho que pierde pie, vacile, en la pantalla (imagen) de su mundo (elocuente que su mente se distraiga en plena entrevista televisiva, y además con un empresario que se defiende de acusaciones de explotar a niños del tercer mundo en su negocio). Pronto se corroborará esa falta de conexión con Didier, por la falta de receptividad de éste cuando ella comparta el porqué de su vacilación, las interrogantes que empiezan a dominarla (hay dos secuencias en el mismo restaurante que marcan el proceso; la primera, cuando comparte sus preguntas sobre qué hay más allá de la muerte, con un significativo plano anticipatorio, ese plano picado cuando descienden por las escaleras hacia el restaurante:; la segunda, es en la que se producirá su ruptura: del mismo modo que en las vallas publicitarias su imagen ha sido sustituida, lo mismo en el programa, y en la vida de Didier, que ya mantiene otra relación).
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En Londres, Marcus y Jason son dos gemelos que viven en la precaria incertidumbre. Su amenazante tsunami es la presión de los agentes sociales, que desconfían de que su madre sea, por su alcoholismo, lo suficientemente capaz, y responsable, para hacerse cargo de sus hijos. Aunque será otro acontecimiento el que se convertirá en trágico tsunami, la muerte de Jason cuando sea atropellado por un coche. Es la ruptura de conexión, el gemelo convertido en un fantasma de ausencia, al que ya no puede dar la mano: hermosa la secuencia, en casa de la familia que le adopta, en la que estira la mano hacia la otra cama, esa cama que ha pedido que pongan en su habitación, porque no logra asimilar esa perdida, del mismo modo que porta la gorra de Jason, como si así sintiera que habita en él, que no ha perdido esa conexión). Tanto Marie como Marcus buscan en las pantallas respuestas, restitución. Marie contactando con una doctora que tiene trato permanente con la muerte ( magnifica y descarnada la secuencia en su sanatorio en la que Marie observa desde un umbral cómo una mujer muerte mientras su marido coge su mano sollozando). Marcus buscando en santones y espiritistas el modo de conectar de nuevo con su hermano, encontrándose con falaces consoladores.

El tercer vértice, o el otro lado (de Marie, Marcus es el ‘entre’, la mano que se extiende), es George (Matt Damon), que vive replegado en las sombras, ‘desconectado’. George se ha abandonado a sí mismo, ha rechazado su don, porque le superaba, esa hipérbole de la empatía, de la conexión, que era, a través del tacto, de coger la mano del ‘cliente’, de conectar con el ser querido fallecido de éste. Marie es imagen, pero quién la ve ( no Didier, con quien e supone mantiene una relación íntima), Marcus ya no ve a su gemelo, y no se ve a sí mismo, superponiendo la imagen (la gorra) de Jason (éste le reprochaba que siempre dependiera de los demás, de él, pasivo), George ve demasiado, y ha decidido dejar de ver, abandonándose en una labor, obrero, en la que ‘desaparece’ para meramente sobrevivir (los extraordinarios planos de George en su casa, en silencio), porque considera su don una maldición, un padecimiento más que una realización.
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George escucha cada noche, en la cama, grabaciones de obra de Dickens (¿hay que recordar que es el autor de ‘Cuento de navidad’, con tres fantasmas visitantes, pasado, presente y futuro/porvenir?). Al respecto, otra sugerencia, que amplifica las sutiles resonancias de esta obra cuya superficie parece simple pero que esconde complejos recovecos. En la primera secuencia, ese portento narrativo de la ola del tsunami arrasando todo a su paso, Marie parece que fallece, precipitándose inconsciente en las profundidades del agua. Hay un impasse, hasta que vemos que ha sido rescatada de las aguas, e intentan reanimarla. Se produce una explosión en un barco y recupera el sentido, la ‘vida’. Lo que el relato después nos ofrece se pudiera ver como la realización de un deseo, la restitución de una conexión perdida, y con alguien que se ha ‘desconectado’ de la vida, George, como revela esa hermosa secuencia final, de su cita, cuando entrelazan su mano (cita que se ha podido materializar gracias a la intervención, el ‘entre’, de Marcus, quien ‘impulsa’ a George para que entre en contacto con ella, tras el cruce previo de ‘conexión’ de miradas que tuvieron George y Marie). En esta secuencia George ‘imagina’ sin entrar aún en contacto, anticipa el encuentro entre ambos, anticipa vida no muerte, ella es la imagen que logra que él vuelva a conectar, que toque sin tener visiones de muerte, sino que es el mero tacto de la promesa de vida, de conexión (él es, además, él primero que la ve; la mirada de ella vaga alrededor hasta que sus miradas se encuentran). Si ella sufrió el embate de la ola del tsunami en una calle, el encuentro tiene lugar en una galería de una calle (espacios de composición similares), o el reverso del túnel hacia al muerte, la galería que crea vida, conexión, más acá, en la vida.

‎'Más allá de la vida' (Hereafter, 2010), es una película desconcertante, sorprendente, que parece mas liviana, convencional, y hasta desmañada por momentos incluso en una primera impresión, pero como en trabajos previos de este gran cineasta, se descubre mucho más compleja y elaborada en su entramado alegórico, y que esa aparente elementalidad expresiva es el prodigio de la sencillez que sabe condensar lo esencial, en un nuevo ejemplo modélico de construcción narrativa sobre corrientes subterráneas que desembocan en un catártico, iluminador y conciliador desenlace.

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