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jueves, 10 de febrero de 2011
Rebelde sin causa
Jim yace tirado en la calle, ebrio, contemplando un juguete de cuerda, y sonríe divertido, aunque su sonrisa está tiznada de desesperación… Es el plano con el que se abre esa obra maestra que es Rebelde sin causa (1955), de Nicholas Ray, mientras desfilan los títulos de crédito…¿Juguete del destino, rabia doliente en la intemperie de la calle, rebelde no sin motivo sino sin una causa donde agarrarse en su orfandad íntima?. Quizá un poco de todo ello… Eso sí, sin duda, un inicio percutante en su intensidad, una cualidad característica de este cineasta, lírico como pocos, entre la furia, el desgarro y una sensación de adolescente orfandad ante un universo (presuntamente) adulto donde no es fácil sentirse ubicado, y sí más bien desplazado…
Cuatro espacios condensan y definen el trayecto vital y simbólico de los personajes, una comisaria de policía, un planetario, un acantilado y una mansión abandonada…Adolescentes que no sienten el amparo del hogar, tanteando las sombras de un mundo hostil en el que comienzan a buscar su lugar, su identidad y su sentido ( de ahí esa negrura que domina la esplendorosa fotografía en scope de Ernest Haller, contrastada con ese rojo que busca contrarrestarlo con el pálpito efeverscente de la sangre, de la vida debatiéndose por expandirse, rasgando su sojuzgada y desconcertante condición)…En la primera secuencia en la comisaria, espacio de la ley y de la autoridad, quedan definidos los tres protagonistas, Jim, Judy (Natalie Wood) y Plato (Sal Mineo), además de demostrarse el dominio del encuadre de Ray interrelacionando a los tres a través de la profundidad de campo…Todos ellos en conflicto con su figura paterna, atendidos por un asistente social que escucha, e intenta dar solución, a sus desencuentros…
Plato brega con la ausencia paterna y materna, hijo de ricos padres separados, de los cuáles la única atención que recibe es la material …¿por qué ha matado a unos cachorrillos?. Judy no logra asimilar el distanciamiento de su padre, del que ya no recibe las atenciones y cariños desde que ha dejado ser una niña para ser una mujer, rechazando sus abrazos y besos, y sufriendo su desprecio por esos signos de ‘mujer’ como el maquillaje como si la asociara con una mujer fácil, como si no asimilara la condición sexual de su hija…Y Jim sufre el desencuentro con un padre que carece de la suficiente condición viril para imponerse, dejándose dominar por su esposa y suegra, un espejo de virilidad resquebrajado y pusilánime, sin la autoridad, no del poder, sino de la determinación, una imagen más sumisa y servil que afirmativa y orientadora…De ahí que incurra en continuos enfrentamientos para demostrar que es un ‘hombre’ y no un ‘gallina’, que el mismo Jim sabe son ridículos rituales de autoafirmación… cuando no, como se explicita, para combatir el aburrimiento, porque algo hay que hacer, lo que, de otra forma, revela la vida sin guia de estos jóvenes, carentes de un riguroso o sustancioso referente en los adultos… Son huérfanos de espiritu, como queda bien palpable en la secuencia del planetario, de una subyugante intensidad, enfrentados a ese cosmos que observan en el cielo artificial ante el que se sienten en su absoluto desamparo y nimiedad, sin sensación de hogar…
Ahí tendrá el primer enfrentamiento de Jim, el extraño en el lugar, recién llegado, con Buzz (Corey Allen), el ‘gallito’ del lugar. Una pantomima o representación de duelo de egos viriles, de lo que ambos son conscientes, como revelarán en su duelo en el acantilado, en el que tienen que demostrar su valentía lanzándose con sus coches hacia el borde del mismo, siendo el perdedor aquel que se lance antes…la tragedia rasga la representación cuando uno de los contendientes muere. Un accidente que pone en evidencia el sinsentido de una vida de representaciones sin contenido. Y así la mansión abandonada será el espacio donde los tres protagonistas encontrarán por un instante materializada la ilusión de que poseen un hogar y de que son una familia, como si compusieran una familia disfuncional de padre, madre e hijo, un juego o representación que conjurara su desamparo. Pero no es sino una vana ilusión en un universo tejido por la violencia de unas representaciones sin sentido, a través de una ley punitiva, y no comprensiva, donde los mismos adolescentes la reproducen inercialmente, y no podía ser otro escenario que el planetario donde se materializará esa desgarradora condición…de convertirse en adulto y lo que ello conlleva…
Ray musicaliza con gestos electrificados este trayecto. Esos golpes desesperados y furiosos que Jim efectúa contra el escritorio de la comisaría. Las manos que acercan lentamente Jim y Judy ante el acantilado en el que ha caido el coche de Buzz. Jim cerrando la cremallera de la chamarra roja del cuerpo inerte de Plato, tras ser abatido por la policía, chamarra que Jim había dejado a Plato, y que este había aceptado como gesto afirmativo de que ya son una familia, un gesto de protección, que ya en la primera secuencia en la comisaría había realizado Jim al ofrecerle su chaqueta, pero que Plato, entonces, aún sin conocerle, no había aceptado. Pero no ha servido la protección, el escudo de su chamarra no evita que sigan siendo vulnerables en un universo que no es sino intemperie sin una razón que provenga de la autoridad o la ley que dote de sentido y sustancia sus vidas. Esos planos desequilibrados que dominan secuencias como la discusión de Jim con sus pares o en la muerte de Plato, son la materialización cinematográfica de un desequilibrio que más allá del que sienten estos adolescentes, como esos calcetines de color diferente que porta Plato, definen a un mundo sin razón ni rigor…
'Rebelde sin causa' (Rebel without a cause, 1955), una electrificante obra maestra de Nicholas Ray, que escribe el guión junto a Irving Shulman y Stewart Stern, con portentoso trabajo cromático y luminíco de Ernest Haller, como la rasgante intensidad de la banda sonora de Leonard Rosenman.
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