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sábado, 26 de febrero de 2011

La huida

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Sam Peckinpah puede cargar con el sambenito de un sobrenombre, cineasta de la violencia, como Alfred Hitchcok con el de mago del suspense. Trivializaciones, o reducciones, de la reflexiva mirada de dos cineastas transgresores, de muy disimiles estilos, cuya hondura o no es discernida o se domestica bajo un aproximación más atenta a la superficie de sus constantes o recurrentes estilemas, es decir, los domestican convirtiéndoles en Prisioneros de unos clichés. Ambos exploraron como pocos los claroscuros de las relaciones afectivas. Hitchcock, más abstracto, diseccionó las proyecciones del sentimiento amoroso. Peckinpah, más descarnado,sus refriegas, el vaivén de sus movimientos viscerales, ampliándolo al de la amistad.

Lealtad y traición fueron dos constantes en el cine de Sam Peckinpah. Quizá la segunda la sufrió de modo encarnizado en su vida, como demuestran sus virulentos enfrentamientos con productores que pretendían alterar, o más bien, anular y desnaturalizar sus montajes. Así está hecho su cine de ruido y furía, de un desesperado lirismo (o sus mejores obras, las hay más desequilibradas, como 'La balada de Cable Hogue', o fallidas, como 'Aristócratas del crimen' y 'Convoy). Poco cine se ha hecho con tantas entrañas latiendo en sus fotogramas. Y quizás por eso, tambien, su afinidad con los fuera de la ley, con los que reniegan de las jerarquias, y de las hipocresías, dobleces y convenciones sociales.
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Y un ejemplo de esa rasgante y táctil capacidad de hacer palpables las emociones la tenemos en la subvalorada'La huida' (1972), y digo subvalorada, porque se la achacó que incurriera en cierto mecanicismo de estilo (que supeditara la densidad dramática a lo que consideraban ya el cliché de su estilo: ralentíes y juegos hiperfragmentados de montaje). Como proverbial muestra, una de las más bellas de su cine, esa delicada secuencia en la que Doc (Steve MacQueen) y Carol(Ali McGraw) se reencuentran con (en) la intimidad. Han pasado cuatro años, los cuáles Doc ha estado recluido en la carcel condenado por realizar atracos. Doc y Carol no saben cómo comportarse, como si se hubieran convertido en autómatas, y no supieran cómo articular de nuevo sus sentimientos y sensaciones, como si se hubieran aletargado. Tras lanzarse vestidos al rio, como si así conjuraran esa costra que les pesa, se encuentran, vacilantes, el uno junto al otro, semidesnudos, sentados en la cama, frágiles y desmañados.

Se siente el tiempo crepitar y respirar del mismo modo que sus emociones pugnando por quebrar su indecisión al sentir de nuevo la cercana desnudez del otro, el doloroso despertar de unas sensaciones suspendidas. Se palpa cómo se exploran con la mirada, con el olor, con la promesa de esa piel que ya pueden sentir a centimetros suyo, una cercanía que sienten como un abismo (esa distancia remarcada en su reflejo en el espejo) a cruzar tal es el hábito pérdido, ya que esa piel durante cuatro años ha sido sueño, alimento de su imaginación. Y lo traspasan, y las pieles se unen y las emociones se estiran, juntos al fin.
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Claro que no era la única distancia a superar. Y ahí entrará en juego la cuestión de lealtad y traición que conducirá como subterranea guía el relato. Tras un nuevo atraco, Doc descubre no sólo que iba a ser traicionado tras realizarlo, sino que Carol se había convertido en amante de Benyon (Ben Johnson), un político corrupto que había organizado el atraco, y que había posibilitado la salida de Doc de la carcel. La huida no es sólo la que ambos deben realizar hacia la frontera con Méjico para no ser alcanzados por los sicarios de Benyon ni por el otro superviviente del atraco, Rudy (Al Lettieri), sino, por parte de Doc, 'huir de la reclusión' de su propio recelo y susceptible desconfianza.

El trayecto del viaje supone la asunción por parte de Doc de que Carol aceptó ser la amante de Benyon porque era la única manera de conseguir que saliera antes de la carcel. Doc tiene que discernir que no fue traición sino un acto de amor y sacrificio. Su conversación en un basurero (otras de las más hermosas secuencias rodadas por Peckinpah), rodeados de desperdicios, supone el punto de su reconciliación, y un elocuente emblemático espacio que define que su amor verdadero y genuino, su mutua lealtad, es una seña de distinción en una sociedad corrupta donde el sentimiento noble es un sentimiento fronterizo. Y por eso, ambos deben cruzar esa frontera, porque su espacio no está aquí, sino que es un espacio propio, que está más allá.
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‎'La huida' (The getaway, 1972), es una excelente obra de Sam Peckinpah, con guión de Walter Hill, que adapta la novela de Jim Thompson, y esplendida fotografía de Lucien Ballard (remarcando los tonos metálicos, gélidos, pero sin énfasis, acorde a cómo los personajes van reencontrando el 'cuerpo' de sus emociones, el amor en suspensión tras cuatro años, los de la reclusión del personaje de McQueen). Fue la tercera colaboración entre McQueen y Peckinpah, con la esplendida 'Junior Bonner' (1972), y la frustrada de 'El rey del juego' (1965), ya que Peckinpah fue despedido por el productor a pocos días de iniciar rodaje. También es otro ejemplo de otras absurdas etiquetas que se reproducen irreflexivamente, cuando calificaban de misógino el cine de Peckinpah ( absurdo que también sufrió Billy Wilder), cuando,como bien refleja, esta obra, una vez más, es el personaje masculino el que debe transformar su mirada, su actitud, la del recelo y desconfianza.

3 comentarios:

  1. Justamente las escenas que destacas son las que han quedado siempre más presentes en mi memoria. Una de las obras fundacionales de mi pasión por el cine, con excelentes secuencias de acción, aunque precisamente por esas escenas mencionadas la recuerdo siempre con intensidad como película de "pareja", que me suscitó emociones como las que podría suscitarme "Dos en la carretera" o "Secretos de un matrimonio".

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  2. Magnifico análisis de una pelicula con la que disfruté muchisimo, con Peckinpah siempre y con McQueen siempre, también. Gracias.

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