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sábado, 5 de febrero de 2011
The lookout
¿Cuáles son los mejores sistemas de organización?: El ritual, el patrón y la repetición. Quien tiene el dinero, tiene el poder. ¿Qué relación tienen ambas ideas?. Ambas son líneas de diálogo de la muy sugerente 'The lookout' ( 2007), de Scott Frank. Una película que, como 'El espia', de Billy Ray, o 'Half Nelson, de Ryan Fleck, pasó desapercibida ese año por la cartelera, ejemplo de un cine que habla a medio voz, sin portar el ampuloso equipaje de las grandes pretensíones, ni aparatos formales impactantes, y que sin embargo contienen un poso, tanto emocional como reflexivo, más sustancioso. De apariencia discreta, o funcional, su sobriedad formal se sostiene sobre un sutil entramado simbólico y la afinada modulación de una emoción subterranea que va desarrollándose en eficaz progresión. Quizás no sean obras maestras, pero ofrecen una mirada incisiva sobre una realidad inestable en la que las certidumbres vitales se diluyen entre lacerantes interrogantes ¿Cómo juzgar a un traidor si la propia institución está agrietada por la inconsecuencia?, en la obra de Ray, ¿Cómo educar si la sociedad no alienta el conocimiento sino el aturdimiento y las desigualdades sociales y económicas?, en la de Fleck, ¿Cómo levantarse cada mañana encontrando un sentido a lo que se hace cuando nada es seguro? ¿Cómo hacerlo cuando se ha perdido el inercial engarce del ritual, el patrón o la repetición?, en la de Frank.
Chris (un excelente Joseph Gordon Levitt) fue el único superviviente de un accidente de coche, en el que murieron dos amigos ( y quizás su novia Kelly, con cuya ambiguedad se juega durante todo el relato, ya que la imagina andando por la calle, hasta que en una de sus últimas ensoñaciones le muestra una pierna ortopédica). Chris conducía, además, lo que le hace sentirse responsable, y no se lo ha perdonado así mismo. Esa secuencia introductoria es tan eficaz como hermosa. Chris apaga los faros del coche, para apreciar en la noche la luz de las luciernagas. Una magía que se quiebra cuando, al encender las luces, se encuentran ante una segadora en mitad de la carretera. ¿Qué hacía ahí? Así son los accidentes de la vida, a veces, tan absurdos. Han pasado cuatro años, y en una sucesión de secuencias impresionistas, conducidas por la voz en off de Chris, ennumera lo que hace tras levantarse: 'Una y otra vez, 'me levanté y...'. Frank, de este modo, ya nos introduce con sutil concisión en la 'respiración' tonal de la película, que no es sino el estado y circunstancia emocional de Chris. Lo que éste escribe es un ejercicio que realiza para el centro de rehabilitación al que aún acude. Estuvo diez dias en coma tras el accidente, y las huellas del mismo no sólo están en las cicatrices que surcan su cuerpo, sino en sus fallos de memoria, y en, a veces, no distinguir colores u aromas. Convive con un amigo, Lew (Jeff Daniels), el cual es ciego, y al que conoció en dicho centro, el cuál le aporta la estabilidad que a él le falta. Es elocuente la escena que nos lo presenta: Chris desespera porque no logra encontrar el abridor de las latas, y tiene que esperar a la llegada de Lew, quien con su serenidad, tanto logra resolver el problema como calmarle.
Chris destacó como jugador de hockey sobre hielo años atrás, pero ahora el hielo de la quebradiza realidad le supera.
Por eso, no logra realizar ese ejercicio de describir lo que hace cada mañana, y en donde cada dos frases, reaparece el leitmotiv ' me levanté...'. Como si en su vida no hubiera arranque. Lew le sugiere que lo plantee como una historia, pero para plantearlo como historia se necesita encontrar un sentido, y una dirección, algo de lo que carece un atascado Chris que no logra rehacerse. Quiere volver a ser el que era, pero eso no puede ser, por lo que se convierte en un lastre, cuando debería pensar hacia dónde se dirige. Como le dice Lew, hay que saber el final de la historia, para poder empezar. Chris trabaja en un banco, limpiando, y como guarda nocturno, puesto que consiguió como handicapado, y espera poder ser cajero, e ir ascendiendo, encontrar su posición en la sociedad y la vida. Y salir de los márgenes en los que está atrapado. Como poder llevar a cabo un pequeño negocio con Lew, un pequeño bar. Claro que no es facil encontrar crédito, como encontrar apoyo de su rico padre, que minusvalora sus proyectos. Le presta el justo dinero para pagar el alquiler e ir tirando, pero nunca apuesta por él, para que se impulse y encuentre su camino. La otra opción es que vuelva al nido con ellos. Ni en los bares logra ligar, torpe y tímido, paralizado en la distancia. Hasta que aparece su 'reverso', su 'Mr Hyde', el oscuro doble, Gary (Mathew Goode) que le 'seduce', haciéndole sentir parte de un grupo, posibilitándole la oportunidad de conocer chicas, en concreto, a Luvelee (Isla Fisher).
Pero todo es un espejismo. Lo que pretende Gary, con esos 'dulces' es atraerle para que colabore con ellos en un atraco al banco en el que trabaja. Quien tiene el dinero, tiene el poder, le dice. De la misma manera que los bancos prestan o subvencionan muy parcamente a los granjeros para tenerlos sojuzgados en la dependencia, ya que no les ayudan lo suficiente para que se eleven en la 'independencia economica', el padre de Chris tiene 'atado' a su hijo. ¿O acaso le prestaría mil dolares si se los pidiera?. Chris lo hace, y se corroboran las palabras de Gary. Y el banco hace oídos sordos a su petición de un credito para montar el bar. ¿Por qué no quitar lo que no te dan?. Y, además, ahora sí puede hacer una historia con su vida. Ahora Chris puede decir (en una brillante idea de guión) 'me levanté y seguí al furgón blindado del dinero...me levanté y ayudé a Gary a...'.Por fin, algo sucede, algo que rompe el hielo de la repetición de su vida enquistada, de la que no puede hacer historia, porque no reconoce, ni quiere, esos patrones o rituales en los que está sumida su vida. Porque son un engaño y una trampa. Pero ¿es la solución? ¿o debería enfrentarse a esos 'fantasmas' de su rabia y frustración?...
En cuanto le plantean que le van a ascender a cajero, Chris mira la tarjeta que dio cuando le aceptaron en el banco, la tarjeta en la que se declaraba como handicapado por heridas de accidente en la cabeza. El origen de todo, la herida que no ha logrado cicatrizar, con la que no se ha logrado enfrentar. Aunque ya es tarde para echarse atrás en ser participe del atraco, en el que le habían adjudicado el papel fundamental de 'El vigía' (The lookout), atento a si aparecía la policía. Sí, era un vigia ciego, que no sabía mirar su propio horizonte, aunque este sea incierto y precario. Y la violencia se desata. Frank modula con precisión estas secuencias sin nunca perder de vista que lo que antes está en juego es ese proceso de conciencia, o de apertura de mirada, de Chris. Quien al final habrá asumido ese incierto hielo de la realidad sobre el que se camina, pero se habrá perdonado al fin a sí mismo, y quizás asi logren perdonarle los demás. Y ahora los pasos sí son suyos. 'Me levanté esta mañana y...'. Sí, ya puede ver con claridad. Ya es vigía de su propia vida.
'The lookout' (2007), que se puede traducir como El vigía, es una muy estimulante opera prima de Scott Frank, un trayecto alquímico en la recuperación de un impulso vital perdido. O volver a ser vigía del propio horizonte. Extraordinaria la banda sonora de James Newton Howard.
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