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sábado, 2 de octubre de 2010

La mujer pirata

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En 'La mujer pirata' (1951), de Jacques Tourneur, La capitana Anne Providence (Jean Peters) elude el mostrar su sufrimiento como el tener compasión. Es una mujer hecha coraza, implacable e inclemente. Pero hay sombras, como agitadas corrientes de agua, que empezarán a minar el casco de ese barco que presto domina los mares y sus emociones. Esas sombras tendrán el rostro de Pierre (Louis Jourdan), un bucanero que estaba encadenado en uno de los barcos del rey que han apresado. Esas cadenas serán las que irán atrapando a Anne aunque, paradojas, la irán liberando, porque irá recuperando algo llamado conciencia. Pierre es pura ambiguedad, una imagen movediza, como ocurre en quien despierta un sentimiento amoroso que nos expone en nuestra vulnerabilidad. No se sabe quién o cómo es, si puede ser un traidor o leal, si dice lo que piensa o siente. Aunque lo que sí será cierto es que sí ama, y es capaz de todo por rescatar a su dama. La cuestión es que la dama será otra, Molly (Debra Paget). Pero Anne será capaz en ese proceso de recuperación de conciencia de sacrificarse por ambos. El gesto generoso no sabe ya de corazas, muestra cómo sufre y es capaz de honrarse con la compasión.
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'La mujer pirata' es una tan heterodoxa como extraordinaria película de aventuras, cuyas sombras parece que sangran, tan enérgico y palpitante es su color como su ritmo. Esa escisión en la que está desgarrada la protagonista queda representada en las figuras del pirata que la inició, Barba Negra (Thomas Gomez) y en la del doctor Jameson ( magnífico Herbert Marshall), un personaje frágil como lo es la lucidez en un mundo sin compasión. Una obra sublime que además es una lección de cómo dar un giro a la trama,y de cómo jugar con la ambiguedad de la imagen.

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