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lunes, 25 de octubre de 2010
Atmósfera cero
Este estimulante thriller de ciencia ficción, o western especial, Atmósfera cero (1981), de Peter Hyams, es interesante, de entrada, por dos cuestiones. Primero, por etiquetarse pronta, y reductoramente, como una variación de Sólo ante el peligro (1952), de Fred Zinnemann, de la que sí, es una variación, en especial en su segunda parte, cuando el protagonista, el marshall O'Neil (Sean Connery) no encuentre apoyo en la base minera espacial, junto al satelite de Jupiter, Io, ante la llegada de dos asesinos a sueldo (o sólo el de la doctora, encarnada por Frances Sternhagen). Pero aceptando esa comparación, me parece netamente superior a la obra de Zinnemann, rodeada de una excesiva aureola mítica. Y segundo, por ser un muy eficaz ejemplo de los modos estéticos de los 70 (extendidos hasta principios de los 80), caracterizados por una afilada sobriedad, ya lejanos los zooms o flous que contaminaron el cine a finales de los 60, y antes de que a lo largo de los 80 la estética predominante se contaminará con efectismos visuales o de montaje adoptados del videoclip o la publicidad. Pero no sólo estéticamente resaltan esos atributos afilados o sombríos, sino también en su virulencia crítica, manifiesto en los thrillers, pero también en la ciencia ficción. Lo estilizado se conjugaba con lo realista, y reflejando de modo más directo o más alegórico una acerada visión cuestionadora del emergente poder corporativista, que desgraciadamente, se adueñaría del mundo en esta década.
En este sentido, Atmósfera cero comparte rasgos con Alien (1979), de Ridley Scott, antes de que este se perdiera, tras 'Blade runner' (1982), en vacuas producciones estetizantes como las de su hermano Tony: La descripción de unos personajes prosaicos en un entorno laboral; en Alien, las demandas de algunos de los tripulantes, incidiendo en las diferentes jerarquías o especializaciones; la nave es el reflejo de una empresa, algo más evidenciado en 'Atmósfera cero', una base minera. Si en la primera el alien se convierte en emblema simbólico del capitalismo corporativista (el empleado es prescindible, ante todo la efectividad, y que prevalezca la falta de escrúpulos o de fantasías de la moral), en 'Atmósfera cero' se condensa su política: Para que haya eficiencia hay que recurrir al medio que sea, como el de suministrar drogas a los trabajadoras para que puedan trabajar 14 horas en vez de 8. O' Neil comete el error de enfrentarse al sistema, condensado en un efectivo diálogo, cuando expresa a la doctora por qué se complica de ese modo la vida: Hasta ahora ha hecho como todos, cumplir el papel demandado en el sistema, cual autómata, y ahora quiere demostrarse que realmente es capaz de algo, que realmente vale para su trabajo (y este en teoría es aplicar la ley de acuerdo a la justicia, no a intereses convenientes de los poderosos). Ambas obras coinciden en su planteamiento estético, en su tenebrosidad visual, y en la descripción de los ambientes (admirables los decorados de Philip Harrison, tanto como descripción de un ambiente concreto de trabajo, ese laberinto de celdas donde duermen los trabajadores, como moral, un oscuro laberinto donde hasta los exteriores son opresivos.
Y, recuperando la comparación con Solo ante el peligro, resulta una obra mucho más efectiva, sin caer en los énfasis, y trabajando la tensión de modo más distante y a la vez más físico. Hyams lo logra a través de la ambientación y la planificación. O detalles, emblemas luego icónicos: el director (Peter Boyle) jugando al golf con el simulador de un campo: condensa la relación de la corporación o de los ejecutivos con sus empleados (o la noción que tienen de los mismos, cómo los usan). Zinnemann, por contra, busca recargar la tensión con recurrentes planos de relojes que van señalizando el paso del tiempo. Y Llegan a saturar. ponen en evidencia cómo no sabe crear esa tensión a través del montaje y de la planificación, demasiado escénica. O demasiado dependiente de guión. Escenifica más que secuencializa.Quitando algunos instantes, como aquellos que contrastan dentro del encuadre, o a través del montaje alterno, las figuras de Kane (Gary Cooper) y su ayudante, el cual se debate entre el orgullo de no verse reconocido por Kane y la pulsión de sentirse cobarde a ojos de los demás, o aquel retórico, pero eficaz, plano en picado con grua que sitúa a Kane solo en mitad de la calle desierta, el conjunto de la narración avanza pesadamente, acartonada. Demasiado dependiente de la carpintería del discurso.Kane es un personaje que duda, y está a punto de ceder y abandonar su puesto, pero esta cualidad de heroe más matizado o vacilante, con contrastes, colisiona en demasía con un relato demasiado mécanico trazado por los diversos episodios que reflejan su confrontamiento con los otros habitantes del pueblo que le explican sus razones de por qué no le apoyan, y cómo incluso aceptarían que los forajidos retomaran el poder, para así evitar un conflicto violento que deterioraría la imagen del pueblo, ahora que está adquiriendo una prosperidad, que se necesita seguir alimentando para que progrese el enriquecimiento. La conveniencia es parte medular de los sótanos de la civilización. Lástima que las rugosidades de su discurso (con referencias a su vez a las inquisidoras y oscurantistas actividades del comite de McCarthy que se sufría en la industria del cine en aquellos años de persecución al que fuera, o pareciera, comunista, por sus ideas progesistas) no encuentre correspondencia en una narración desvitalizada, que avanza a trompicones.
En cambio en Atmósfera cero es eficaz el detalle de que O'Neil sea abandonado en las primeras secuencias por su esposa e hijo, porque la esposa está cansada de ese modo de vida, y su hijo, de siete años, nunca ha visto la tierra. Sitúa a O'Neill en una circunstancia más vulnerable, desasistida, que, paradójicamente, le fortalecerá para enfrentarse a su condición, hasta entonces, de autómata sumiso y cumplidor de su papel, para enfrentarse a un sistema sostenido sobre la corrupción y la manipulación, sobre la explotación de sus subordinados peones. Y todo ello con una narrativa tan agil como sintética, con un proverbial dominio del espacio en las secuencias finales del enfrentamiento de O'Neil con los sicarios del poder.
Atmósfera cero (Outland, 1981), es un notable western de ciencia ficción, y quizá la mejor obra de Peter Hyams, que en aquellos años también realizó obras acordes con el talante crítico de la época, tanto en el thriller como en la ciencia ficción, caso de Capricornio uno (1977) o Los jueces de la ley (1983). Posteriormentesu cine perdería vigor, salvo algún puntual destello, como en The relic (1997)
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