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lunes, 12 de enero de 2015
The imitation game
'¿Sabes por qué a la gente le gusta la violencia? Es porque se siente bien. Los seres humanos encuentran la violencia profundamente satisfactoria. Pero quita la satisfacción, y el acto se queda hueco.' Estas palabras las dice Alan Turing (Benedict Cumberbatch) mientras evoca una de los actos crueles a los que fue sometido por sus compañeros de colegio en su infancia. Es encerrado bajo la tarima del suelo, como si fuera un ataúd que sellan con clavos. La narración de The imitation game (2014), de Morten Tyldum, comienza con Turing encerrado, en una celda, detenido por mantener relaciones sexuales con un hombre. La violencia de esa ley fue ejercida en Gran Bretaña sobre los homosexuales con clavos invisibles hasta bien entrado el siglo XX. Clavos invisibles que se reflejaron en la decisión judicial que le ofreció elegir entre dos años en la cárcel o la castración química. Turing optó por la castración porque no soportaba la idea de ser encerrado. Una mente que desafiaba los límites, por estar singularmente dotada, y los quebraba con rus razonamientos, padeció el encierro de quienes viven en los límites establecidos, y los utilizan como celdas y féretros. Irónicamente, por ser suave, su inteligencia, su inventiva, fue decisiva para que la guerra durara dos años menos, gracias a que logró dilucidar como descifrar los códigos secretos de los alemanes. No se libró de la violencia que fue ejercida sobre él, en la infancia, o ya adulto, por ser homosexual, pero libró al ser humano de sufrir más tiempo la violencia que define a una guerra. Por eso, las palabras con las que inicio el texto las lanza al espectador, espectador al que, en las secuencias iniciales, pide que esté atento a lo que va a ver, porque hay que saber descifrar la realidad, saber sortear la espesura de las apariencias y sobre todo de los prejuicios que empañan el discernimiento.
El título de esta muy sugerente, y más sutil de lo que parece , obra, The imitation game, alude al juego que dilucida si la inteligencia es de una maquina o de un humano. Es un juego que plantea Turing al policía que le interroga, Nock (Rory Kinnear). Turing se enfrenta a la máquina del código secreto alemán, llamada Enigma. Él mismo parece un enigma, como la esfinge, ambiguo, difuso. Muchos lo consideran más una máquina, un engranaje, que un ser humano con emociones y deseos o con sus instintos avasalladores desplegados para imponerse a los demás. Parece diferente, y es calificado como diferente, en un sentido despectivo. Se alude, en este sentido, a cómo la sociedad tiende a no aceptar, o a estigmatizar y rechazar, al diferente. La elección de Cumberbatch evoca al personaje que le proporcionó celebridad, Sherlock Holmes, alguien que parece un cerebro ambulante, una máquina deductiva y calculadora, que sabe poco o nada de emociones, y que despliega arrogancia con una falta absoluta de tacto, como si despreciara todo sentimiento ajeno. En Turing hay matices que lo diferencian notablemente. Hay más buen una torpeza emocional, como si fuera un niño que en un momento dado es capaz de modificar su conducta, su forma de relacionarse con los demás.
Y lo consigue gracias a Joan (Keira Knightley) con quien, precisamente, establece una complicidad y una alianza, porque ambos, uno por ser homosexual y por ser calificado como raro, y ella por ser mujer (por lo que no se le supone la misma capacidad intelectual que un hombre; es la única mujer que se presenta a la prueba para integrarse en el grupo de Turing, y una de las dos personas que la superan), saben lo que supone ser discriminados o despreciados. Por sus consejos, comienza a dar primeros pasos de socialización, actuando con unos mínimos de cortesía y consideración, con despliegue de pequeños detalles, que logren que guste a los demás. Su brusquedad y torpeza está vinculada con heridas no cerradas. No deja de ser significativo cómo llama a la máquina con la que logra descifrar el código secreto alemán, Christopher, porque así se llamaba el amor de su adolescencia, el compañero con quien creó una complicidad única en el colegio, y que falleció entonces a causa de una enfermedad. Turing no es una máquina, sino alguien que se ha acorazado para protegerse de las heridas de la pérdida y de la violencia de una sociedad discriminatoria cuyos clavos penden sobre su homosexualidad como la tapa de un ataúd. Su singularidad, su mente excepcional, logró salvar miles de vida, pero sentir un deseo que no era considerado ni natural ni legitimo, por tanto padecer la supuesta infección de una diferencia penalizada por una sociedad tendente a la supurante infección de la violencia que tanta satisfacción reporta, entre discriminaciones y guerras, le condujo a una temprana muerte. Y es que ser diferente incita a la castración.
Alexandre Desplat ha compuesto una de sus más inspiradas bandas sonoras. Su tema principal está entre los más bellos que ha compuesto, y eso es decir mucho
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