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domingo, 18 de enero de 2015

Siempre Alice y La teoría del todo

Hay obras derrotadas, porque no lograron materializar lo que pudieran haber sido, como 'La teoría del todo' (2014), de James Marsh y 'Siempre Alice' (2014), de Richard Glatzer y Wash Westmoreland, centradas en dos mentes singulares y distinguidas que fueron derrotadas por la materia. 'La teoría del todo' se centra en una mente que abre umbrales y supera límites que no se creían posibles, la privilegiada mente de Stephen Hawking (Eddie Redmayne). Una mente con unos recursos excepcionales que aporta luz con sus reflexiones donde hasta entonces prevalecía lo difuso de lo ignoto y lo incierto. Sus reflexiones, incluso, esclarecen sendas con dirección al origen del universo, y su hilo reflexivo parte no de un sendero de baldosas amarillas sino de un agujero negro al plantear que sí emiten radiaciones. De la nada puede surgir todo. Una explosión no sólo es destrucción sino también puede ser creación. La paradoja es que los músculos de ese cuerpo toman la dirección opuesta. Sus músculos se rebelan a su control. La singularidad de su mente colisiona con el agujero negro de la materia. Su mente surca territorios desconocidos que logra articular. Su cuerpo se desarticula, y se convierte en lastre, en materia que no domina. Incluso, para recuperar su voz debe recurrir a la tecnología, a un simulador de voz. El astrofísico que ilumina lo invisible o desconocido pierde el paso y dominio a ras de suelo. Su mente desafía unos límites, y su cuerpo le acrecienta los límites de su materia. En 'Siempre Alice', Alice (Julianne Moore) es una reconocida estudiosa de la linguistica, profesora y escritora, que se enfrenta a la desaparición de su mente cuando es diagnosticada con la precoz aparición o irrupción, dada su edad, 50 años, de la enfermedad de Alzheimer. La articulación de la relación con la realidad se realiza a través del lenguaje, y ella comienza a perder esa capacidad, comienza a desaparecer. El título original es 'Still Alice': Aún Alice. La narración es el proceso de esa difuminación en la que cada vez es aún menos Alice. Las conexiones de su mente se averían, sufre cortocircuitos, confunde nombres, padece olvidos, se extravía, no reconoce rostros. El mapa de la realidad se desintegra, porque su mente cartógrafa se desdibuja.
Alice, por otra parte,era alguien que necesitaba que la realidad se ajustara a los moldes de diagrama mental. Necesitaba controlar la realidad, el lenguaje también es prisión, hace prisioneros, a los otros. La realidad se configura y los demás se ajustan a esa articulación o guión. Alice, en ese sentido, presionaba a su hija pequeña, Lydia (Kirsten Stewart), para que reconduzca su vida hacia otra dirección, para que no se salga definitivamente del cuadro de su mente, de cómo Alice quiere que sea la realidad. Insiste en que estudie porque eso le suministrará seguridad, la red fundamental para poder vivir, o sobrevivir. Esa certificación de seguridad es el cimiento básico. Y su vida, con la irrupción de la enfermedad, se precipitará en la inseguridad No sabrá cuándo olvidará algo, cuándo no recordará a nadie, la realidad será un espacio incierto, y en cierto punto la ausencia de control será completa. La materia se rebela a su control, su deterioro se convierte en una línea de fuga que la sume en la intemperie y la indefensión. Su condición de actriz social, su personaje social, su identidad, se resquebrajan, ya no recordará el repertorio básico con el que se relaciona con la realidad y los demás. Su identidad será un agujero negro. No habrá ya luz ya en la realidad, en su mente. Pierde conexión. Hay un reflejo irónico en el hecho de que su hija se actriz, alguien que tiene que memorizar unos diálogos y se desenvuelve en unos escenarios explícitos frente a alguien, como su madre, que pierde la desenvoltura en un escenario implícito, el escenario social. Será, precisamente, con su hija con quien cree, en su proceso de desaparición, el vínculo más singular, esa última cuerda con la que se sostiene en la oscuridad. Por eso,la secuencia final, con el monólogo de su hija, es el único momento de cierta intensidad en un obra carente de la necesaria vibración dramática.
Es una obra que se queda atascada desde el momento en que le diagnostican la enfermedad. Se ve derrotada por su indecisión y conformismo. Una obra centrada en una mujer que ha reflexionado sobre el lenguaje y que pierde la más básica capacidad de dominio del mismo suponía un sugerente desafío para trasladar esa modificación o alteración al mismo planteamiento expresivo. Pero el juego con la extrañeza, con el cambio de paso en la percepción, queda reducida a las secuencias que puntúan los primeros síntomas de su enfermedad. Coincide con 'La teoría del todo' en el recurso expresivo del sonido amortiguado para remarcar la desfiguración perceptiva, y el fulgor creativo en ambas se restringe esas secuencias. Formalmente, optan por la más estéril convención formal. Además, sobre todo la obra de Marsh, optan por la luminosidad visual, toda una declaración de rechazo o miedo a sumergirse en las más incómodas aristas que asoman entre las penumbras ocultas de lo narrado. En 'Siempre Alice' hay opciones que quedan en vías muertas: las que podrían haber posibilitados los conflictos con su marido, por todo lo que afecta la enfermedad a su relación, tanto en la dirección del futuro, los planes de vida, como del pasado, todo lo compartido, tanto por el distanciamiento que supondrá, como por el no reconocimiento, por el dolor que implica. Pero ya de entrada descuida el hecho de que el mismo marido es médico, y el efecto que podría tener en alguien que no puede controlar lo que le ocurre a su esposa, y pasa de puntillas por las situaciones en las que él quiere reorientar su vida en otro lugar, cuando ella se puede convertir en interferencia o lastre. También podría haber explorado las vías de las consecuencias en sus hijos del hecho de que sea una enfermedad hereditaria, y más considerando que hay tensiones entre ambas hermanas.
Esta escasa elaboración de los personajes secundarios, o de las tramas secundarias, también resalta en 'La teoría del todo', en particular en la relación de la esposa, Jane (Felicity Jones) con Jonathan (Charlie Cox), quien se convertirá en su segundo marido, afín a las creencias católicas de Jane. Pero parece que quiere primarse el aspecto positivo o voluntarios, la acepción más elemental del planteamiento de Hawking, el cual expresa en su discurso final, y que se contrasta, de modo difuso, con la convicción de su esposa en la existencia de Dios: la reflexión de que hay que enfrentarse a todos los límites, de que no hay límite que no pueda ser puesto en interrogante, o superado. La interrogante insurrecta implícita en esa reflexión, que pone en cuestión toda institución de mirada y no hay evidencia que escrute, queda limitada al voluntarioso ánimo de superación frente a cualquier adversidad o contrariedad. Podría haberse explorado esa dirección dolorosa que va desde un firmamento al que domina con los razonamientos hasta una tabla con las letras del abecedario con las que intentar comunicarse. Hawking no pudo ser Dios con su mente, no pudo controlar la materia, pero aún así no se postró ante su derrota ante la materia. Lástima que la obra sí se postre ante las convenciones y las ecuaciones narrativas más manidas y formularias, aún más si se considera que se centra en alguien que se planteó como reto encontrar la ecuación que explicara Todo.

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