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sábado, 1 de noviembre de 2014

Cash on demand

A veces, son los actores. 'Cash on demand' (1961), de Quentin Lawrence, producción de la Hammer, es un estimable thriller, cuya acción dramática se acompasa, casi en su totalidad, a la ejecución de un atraco, pero ante todo es un recital actoral. Hay un atractivo añadido, que tiene que ver con la versatilidad interpretativa. Ambos protagonistas, Peter Cushing y André Morell, habían interpretado dos años antes a Sherlock Holmes y el doctor Watson en 'El perro de Baskerville' (1959). En este caso, sus personajes, y por tanto sus interpretaciones, transitan otras direcciones. Quien domina aquí la situación es el personaje de Andre Morell, Gore Hepburn, el atracador, de elegante y señorial prestancia, el cual, en principio, se presenta como inspector de seguridad de los bancos. Su mirada se convierte en comentario de la acción, a la vez que en ambigua incógnita, y soterrado relato, ya que el mantenimiento de las apariencias es también crucial durante los cincuenta minutos que dura la ejecución del robo. Su mirada es una celebración de la inteligencia, de la mordacidad, la sagacidad, y cuando es necesario, la contundencia que se impone amenazante sin despeinarse (su manera de sorprender con dos eficaces bofetadas cuando se le intenta engañar con respecto a la cifra que haya en la cámara acorazada). Fordyce (Peter Cushing) es un heredero de la estirpe del Scrooge dickensiano. En la secuencia introductoria se define con precisos trazos su carácter cuadriculado, meticuloso (limpia una imperceptible suciedad que desluce la placa de la entrada; su extenso reproche por descuidar una pluma...), e inclemente.
Es manifiesta su animosidad con respecto a su subordinado Pearson (Richard Vernon), pero es incapaz de reconocerlo cuando Pearson le plantea que sus cuestionamientos, o agudización de su gravedad, no tienen que ver con la dimensión del error cometido, sino con el hecho de que sean opuestos en sus respectivas formas de ser (de a qué dan relevancia o transcendencia o no: Fordyce hace de la transcendencia de la minucia su mezquino imperio). Alguien que se muestra como una cámara acorazada en los aspectos emocionales se encontrará en la tesitura de tener que sufrir por aquellos que son su único lazo con la vida, su esposa e hijo (ya que no tiene ni amigos, como revelará en uno de sus momentos más desesperados), cuando el atracador le inste a que colabore con él a no ser que quiera ver muertos, por sus cómplices, a sus dos seres queridos. La coraza se irá descascarillando. La severidad, la distancia gélida, con la que mantiene sus distancias con los demás, se irá progresivamente descomponiendo en gestos nerviosos, tartamudeos, como un muñeco desencajado que ya no sabe ni coordinar. El cuerpo que parece una estatua, acorde a una mente que mantiene un férreo control sobre la realidad (sobre su pequeño señorío de realidad), deriva en una convulsión en precipitación, acompasada a la pérdida de control, a la exposición a la desesperada vulnerabilidad.
Fordyce sufre un trance que podría equipararse al de Scrooge, aunque no le visiten tres fantasmas, sino un atracador que le hace padecer un via crucis en el que, además, pierde capacidad de control hasta con lo que era inercia de hábito (no acordarse de cerrar una puerta interior; no recordar la combinación para abrir la caja de fuerte...). 'Cash on demand' es un eficaz tiralineas narrativo de escuetos y precisos ochenta minutos, que el propio Lawrence había adaptado para televisión un año antes, en 'Theatre 70', con el título de 'The gold inside', con Morell y Vernon interpretando los mismos personajes. Una adaptación de una obra de Jacques Gillies, convertida en vivaz montaje cinematográfico, cortesía de unos de los distinguidos técnicos de la Hammer, James Needs, complementado con la participación de otros nombres habituales en la filmografía de Terence Fisher, el diseñador artístico Bernard Robinson y el director de fotografía Arthur Grant.

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