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viernes, 31 de octubre de 2014

Nuestra música

Alguien se pregunta por qué aquellos que son más humanos no participan en las revoluciones. Más que preguntárselo, es una pregunta que lanza al aire porque sabe que obtendrá correspondiente réplica, para apuntalar la sentencia, de quien está a su lado, el propio director de 'Nuestra música' (Nottre musique, 2004), Jean Luc Godard. Y este perfila la línea de puntos de la reflexión con su respuesta: porque se dedican a construir bibliotecas. Pero faltaba otra pirueta del lenguaje, una nueva orla para completar la frase, o culminar la acrobacia de su agudeza. Una tercera persona apostilla que también los cementerios. Ya que estamos en el universo de celuloide que más celebra las citas y las sentencias y los aforismos, no puede faltar una que no brota en la narración. Konrad Lorenz dijo: 'Creo haber encontrado el eslabón perdido entre el chimpancé y el hombre civilizado: somos nosotros'. Según Godard, con su cine que conecta y deriva, traza puentes (como vincula contraplanos, y rastrea y forja nexos), queda algún que otro especimen de hombre civilizado que se preocupa de construir y crear bibliotecas y cementerios. Otros matan y destruyen, ese 'nosotros' que parece tan amplio, dada la extendida tendencia a desplegar agresividad y violencia. Y siempre habrá quien se preocupe de poner orden en el caos, por lo menos con lápidas y sepúlcros, dicho con la misma mordaz ironía que Godard, para que no sea tan evidente el desatino de lo humano. Siempre habrá algunos de esos 'más humanos' que se dediquen a desplegar 'nuestra música', el arte que sigue ejerciendo, o representado aún para algunos, un espacio de resistencia y disidencia, de interrogantes que intentan contrarrestar, y destripar, tanto dogma y tanta certeza acorazada que supura estigmas y rivalidad. 'Nuestra violencia', se edifica, como una biblioteca y un cementerio, sobre los desajustes de una criatura llamada humana muy tendente a manifestarse y expresarse a través de la violencia y la agresión. Un recordatorio que es señal de alarma. Un recordatorio de lo que podemos crear, y ser, una señal de alarma por el agravamiento de una realidad desafinada.
'Nuestra música' se construye sobre tres apartados, dos breves, el primero, 'Infierno', diez minutos de imágenes documentales que reflejan y condensan ese coágulo de violencia que se arrastra desde tiempos inmemoriales. Imágenes de destrucción y muerte en diversos frentes y tiempos que son los mismos. El último es el 'paraíso', otros diez minutos. Transcurre en un paraje natural, que no deja de ser otro artificio por cuanto transitamos en el espacio alegórico. Una mujer recorre un bosque salpicado de cercas y vallas y hombres armados, estadounidenses para más señas (el principal control policial terráqueo), y la narración se despide con una mirada que se dirige hacia la otra orilla, hacia un contraplano que no vemos, el de otra mujer, porque es un contraplano que se construye con la voluntad de aproximación y reconocimiento. Es la mirada que niega las rivalidades, el rechazo, la animosidad, la agresión. Es la mirada que no sabe de vallas, que no es cerco ni valla. Es la mirada que alienta nuestra música, nuestra capacidad de construir y crear, de fundar y constituir armonía. Es la mirada que sabe, como apunta la frase de Juan Goytisolo que 'cuando alguien mata por defender unas ideas, no se está defendiendo una idea; se está matando un hombre'.
Goytisolo es una de las figuras que transitan en el núcleo de la narración, el 'purgatorio', ese espacio real, según Godard, que no deja de ser artificio, es el espacio de las reflexiones, de las citas y sentencias y derivas y desplazamientos, entre los márgenes y las periferias de los que siguen despiertos con su condición de 'más humanos'. Deslizamientos del lenguaje que quiebran, y (re)flexionan, los cercos convencionales del relato, la trama o la psicología, y plantea umbrales que son excursos de la intimidad del pensamiento. Deslizamientos que siguen buscando antes del nombre, la raíz de las acciones de esa criatura humana, o la 'menos humana', de esas contiendas que disponen de distintos uniformes y emblemas y nacionalidades y otras construcciones de identidad (cercos de lenguaje) pero no dejan de ser las mismas, como un bucle de purgatorio en el que se estuviera atrapado por los siglos de los siglos. Y la narración reflexiona sobre esas imágenes, porque sobre imágenes, representaciones del mundo o del nosotros, se generan e instituyen esas contiendas y rivalidades. No resulta fácil realizar los ajustes, es una realidad que se escurre. Por eso, de nuevo, sonido e imagen a veces no se encuentran, carraspean, balbucean, se interrumpen, como los mismos travellings repiten el mismo gesto, como si la dirección estuviera atascada, y la música y el sonido, por un lado, o la imagen, por otro, y al unísono, se reiniciaran una y otra vez como el gesto que busca el afinamiento de un instrumento, de una mirada, de la imaginación que no ceja en mantenerse despierta. Godard mismo no contesta cuando le preguntan por el futuro del cine. Quizá porque él actúa, no hace falta que lo diga, o su silencio es el reverso, y complemento, a lo que manifiesta con elocuencia y rotundidad su despliegue musical narrativo. Su silencio es la firmeza que apunta que los desajustes siguen siendo grandes boquetes que no parecen dejar de esparcerse y arrasar cada vez a más grande escala con esa rudimentariedad visceral que amplifica su violencia. La música que compone con sus narraciones interrogantes a la deriva y en búsqueda es su más rotunda, resistente e inspiradora respuesta. Una afirmación que conjuga orillas y fronteras. Siempre, una interrogante que es incendio y umbral.

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