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jueves, 24 de abril de 2014
Ida
Ida (Agata Trzebuchowska) tiene un pelo bonito, pero lo lleva oculto bajo su toca de novicia. Ida no tiene ni idea del efecto que causa sobre los demás. Ida busca el lugar donde están enterrados sus padres. Ida se ordenará en breve para permanecer recluida, en otra forma de enterramiento, en un convento. Pero antes de hacerlo, como si la vida ya no fuera una efigie ante la que postrarse, un rostro tallado de la que emana certeza, una realidad ordenada en la que recluirse, en la que no soltarse la melena, en la que olvidarse de su propia imagen, sino una incertidumbre en la que las direcciones pueden ser otras y ella puede ser otra, tendrá la oportunidad de optar por desenterrarse o enterrarse. O de qué modo enterrarse. A Ida le notifican que es judía. Le informan de que sus padres fueron asesinados durante la guerra, y están enterrados en algún lugar. Conoce a su tía, Wanda (Agata Kulesza), fiscal que sirve a un Estado represor. Mujer recluida, que sirve a un Estado gris que recluye. Mujer que se prostituye en una realidad que la corroe como un tumor que la está haciendo desaparecer en una lenta agonía. Es como una Maria Magdalena que grita en silencio mientras agita su melena en un desesperado intento de recuperar a la mujer viva que alguna vez pudo ser. Ida sale al mundo y escucha esos gritos, y descubre su raíz en un pasado sembrado de cadáveres enterrados.
'Ida' (2013), Pawel Pawlikowski, está ubicada en el inicio de la década de los sesenta, y en cierta medida parece realizada en aquella época, por su formato, por su gris y espeso blanco y negro, como una cortina plomiza que asfixia. Como si los personajes boquearan en busca de aire, aunque no lo parezca. En los encuadres predomina el aire, el vacío, en la parte alta del encuadre, como si las figuras, las cabezas, porque sobre todo predominan los primeros planos, estuvieran, o fueran, atornilladas contra el suelo, como si un abrumador peso se cerniera sobre los cuerpos, aplastados, destinados a una condición de amasijo postrado. Los encuadres son fijos, rezuman quietud, reclusión. El tiempo, la duración, se despliega, disidente, dentro de los encuadres, y entre sus junturas, como el tiempo que quisiera liberarse.Wanda no deja de fumar cigarrillos, que enciende con cerillas. A veces, le cuesta encender alguno. Como le cuesta ya de nuevo encender su vida. Su mirada se ha extraviado hace tiempo, se ha hecho sombra, hastío, desesperación. No deja de soltar su melena, pero sus entrañas permanecen mordidas, y sangra. Los otros rostros, los de los hombres, no logran hacerle sentir que haya direcciones. No hay embriaguez que alivie los cadáveres que porta en su interior. No hay música, sólo silencio. Suena la música cuando desaparece del encuadre para reaparecer de nuevo, encaramarse al alfeizar y saltar al vacío.
Ida, en cambio, se postra, como otras novicias, ante efigies, ante silencios.Ida desentierra su pasado, desentierra ese pasado que asfixia a todo un país, las delaciones, los crimenes, las verguenzas y las culpas. Quedan residuos, ropas que poder enterrar bajo otras lápidas con nombres. La tierra rezuma pus, y los cuerpos estertores de lo que no puede nombrarse. Hay rostros que han permanecido en aquellas tumbas, sin lograr incorporarse, con las entrañas manchadas.Hay bosques que parecen marañas, y sus secas ramas más bien espinas, como las invisibles coronas de espinas que parecen portarse en silencio. Nada ver con las coronas de flores que las novicias se colocan, entre sonrisas, las sonrisas de la ignorancia. Ida siente que pudo ser otra, pregunta por qué no yace en aquella tumba donde sus padres se convirtieron en residuo y olvido. Identidades que se convierten en reclusión, según el tiempo y el espacio.
Ida busca la música, quizá un homenaje a aquella melena que sí se soltaba y que optó por precipitarse en el vacío porque se sentía asfixiar. Necesitaba aire, y saltó. Ida busca de nuevo al músico de jazz que le dijo que ella ignoraba el efecto que tenía sobre los demás. El músico que interpretaba al saxofón 'Naima', de John Coltrane. E Ida se suelta la melena, se hace espiral y sonrisa entre las cortinas que no recluyen, y su cuerpo resplandece, junto a aquel otro cuerpo. Y se hace duración, piel que es luz. Otra posible dirección, otro posible camino. Quizá una necesaria prueba para poder tomar una decisión que posea firmeza. Para saber con claridad si opta por una efigie o por un cuerpo. Al menos, su vida está en movimiento, Comenzaba la narración ante una efigie. Y finaliza con el gesto determinado, con su melena oculta bajo una toca, caminando por una solitaria carretera. Ida sabe cuál es su dirección. Y la reclusión por la que opta.
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