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domingo, 27 de abril de 2014

Recuerdos del porvenir

En la Exposición internacional del surrealismo, de 1938 se dio la apoteosis del movimiento. La paradoja fue que destacara Dali, con su escenificación Taxi lluvioso, quien ya había sido juzgado cuatro años y condenado a la expulsión, que se concretaría en 1939, cuando comenzaba la segunda guerra mundial. Disensión, fisuras, una alteración en un movimiento que aspiraba a la alteración de las certezas. El surrealismo implicaba cuando menos la libertad de lo posible ( o quizás a la inversa). Al surrealismo se le asoció con lo que no era razón, la siembra de la extravagancia, de la ocurrencia que quiebra marcos y diques, aunque no tenga finalidad ni sentido, como si lo real sólo sea derroche. Un movimiento que convulsionó el arte y la realidad, o su forma de percibirla y representar. Un movimiento artístico, una mirada, que brotó entre dos guerras, el paraíso de la sinrazón, la demolición de lo real, de los cuerpos, su fulminación, su exterminio. Los surrealistas se convirtieron en máscaras, en representación, en icono, en personajes de una función. Anticipación de lo que se ha convertido la realidad, la sociedad, el mundo, simulacros y mascaradas, la cosificación en personajes, una forma de anular las miradas que alteran, las miradas que intenta desnudar lo real y la demolición de lo real: las miradas que sostienen la mirada de quien retratan, de la realidad que retratan, la realidad que desnudan, denuncian. Es la mirada que salta en paracaídas, la mirada que reconoce los cuerpos, la mirada que alumbra como un verano en su zenit, la mirada que es como las hélices de una avión que explora las inmensidades y recovecos de la realidad, la mirada que revienta los límites, como la de Denise Bellon (1902-1999). Sus fotografías componen el relato visual de una narración que es recorrido a través de la historia del siglo XX en el prodigioso cortometraje (de 41 minutos) 'Recuerdos del porvenir' (Le souvenir d'un avenir, 2001), de Chris Marker y Yannick Bellon, una de las hijas de la fotógrafa.
Historia e historias, narración individual y colectiva, narración de una mirada que sacudía las ramas de las narraciones que intentaban instituirse como realidad en la mirada colonialista, una de las miradas que surgió en aquella década de los 30, fotógrafos que se unieron en la agencia Alliance-Photo. Denise fue quien retrató aquella exposición surrealista de 1938. Dos miradas se cruzaron entonces. Dos miradas que se enfrentaban a la realidad, cuestionamiento, revelación. Miradas que desnudaban, aunque cada una parecía hacerlo de un modo distinto. No sabían de límites. Denise fue una fotógrafa viajera que recorría el mundo, que retrató los más diversos rincones y los más diversos rostros. Sostuvo la mirada de la realidad. Retrató los rostros deformes, rostros rotos, de los afectados por la primera guerra mundial, retrató culturas africanas en un momento en el nazismo se propagaba exponiendo su desprecio a otras etnias. Retrató lo que los libros, o las memorias, ocultan, como el levantamiento de los republicanos españoles a través del Valle de Arán en 1934. Sostuvo la mirada frente al colonialismo. Era la mirada que preservaba la realidad, que pugnaba porque la realidad no desapareciera tras las máscaras, como la lucha por la preservación de las películas por parte de Raoul Langlois, quien, en un principio, tenía su bañera rebosante de latas de las películas que quería salvar, de lo que dejó constancia una fotografía de Denise.
Su mirada no sabía de máscaras, sino de rostros, tuvieran la lepra o fuera el de un pintor, un actor o un escritor, Marcel Duchamp, Serge Reggiani o Jean Giono. Marker considera que la mirada, el arte, de Duchamp, fue la más radical transformación de la forma de mirar la realidad en el siglo XX. La cámara explora, perfora, las dos fotografías de Denise Bellon, en las que parecía desnudarse esa mirada. A veces, la misma ausencia de una mirada era elocuente fisura: Un animal con una máscara antigas, un reflejo distorsionado, una imagen mordaz, que muerde, que congela la misma sonrisa. Su mirada descubría. Podía ser surreal, y podía ser el filo del despojamiento. Recuerda las cosas que vienen. En el pasado ya está el futuro. Un cuerpo tumbado junto a la orilla del río recuerda la venidera imagen de un cuerpo yacente mientras un stuka alemán bombardea suelo francés. En el pasado se descifra el futuro, como en una imagen con la torre Eiffel en primer plano, al fondo los símbolos, en sendos edificios, de la Alemania Nazi y la Unión soviética, la esvástica y la hoz y el martillo, países aliados luego enemigos. Disensiones, fisuras. La realidad y sus vasos comunicantes. La mirada que los advierte. La mirada que los descifra. Aunque hay advertencias que el mundo no asimila. Por eso, son singulares, concretas, las miradas que recuerdan el porvenir, que logran aprender, y se transforman. Se creyó que podía ser la del género humano, pero aunque vea rostros rotos, las huellas de un horror, proseguirá minando la realidad. Y silenciándola con las máscaras. Expulsando lo que no encaja. Denise deja su legado de disensión que es fisura, y Marker, y su hija, recogen, recuerdan, su mirada para reflexionar a través de su siembra sobre la historia de un siglo, para intentar, una vez más, que no prime la máscara del olvido. La memoria se teje con rostros rotos.

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