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martes, 1 de abril de 2014

Crónicas diplomáticas. Quai d'Orsay

Es necesaria la estructura, pero lo que prima la espiral, y las espirales aturden, marean. El muelle de Orsay (quai d'orsay) es por un lado un muelle, pero también algo que no es muelle. Y el lenguaje es importante en la política, más que para precisar, para aturdir, marear, persuadir, convencer (quizá porque para lo segundo es crucial lo primero como sabe también un buen comercial). Al Ministerio de asuntos exteriores francés se le conoce también como el Muelle de Orsay, pero con mayúscula (Quai d'orsay). Y es el título original de la mordaz y vivaz sátira de Bertrand Tavernier, 'Crónicas diplomáticas' (Quai d'Orsay, 2013). Para el ministro de asuntos exteriores, Taillard (Thierry Lhermitte) el lenguaje es fundamental, y por ello contrata a un joven analista, Vlaminck (Raphael Personnaz), que ha destacado por sus aptitudes en la redacción de los discursos. ¿Cómo se pueden crear discursos para una espiral, para alguien cuya estela le precede, como un tornado que hiciera volar los papeles apilados?. A Taillard le gusta resaltar las cosas, por eso tiene una ingente cantidad de rotuladores verdes que subrayan todo lo que es necesario destacar. De hecho no lee, subraya. Por eso su venida se anuncia con potentes portazos (lo que da tiempo para que puedan ponerse objetos sólidos sobre los papeles apilados). Resalta su presencia antes de que aparezca.
Taillard lee a Heráclito, es su libro de referencia ( y sus frases jalonan la narración). Todo fluye, decía Heráclito. No sé sabe cómo pero parece que algo fluye en este Muelle de Orsay, aunque su curso sea un tanto sinuoso. Taillard es una espiral que se enrosca en el lenguaje, que aturde, en especial a quien es su contrapunto, el bastión firme del Ministerio de Asuntos exteriores, a quien en ocasiones duerme cuando se extravía en sus enmarañadas derivas discursivas, Maupas (Niels Arestrup), el director de gabinete, uno de sus múltiples títulos que confunden por su parecido al recién llegado, Vlaminck, como los laberínticos pasillos de un muelle en el que no se sabe cómo zarpan las ideas y las decisiones, y cómo se pueden llegar a solventar las diversas crisis que tienen lugar, la maraña de alianzas y componendas que se establecen en el mapa geopolítico que debe asemejarse a esa maraña de pasillos, y sobre todo a la espiral de la mente de Taillard con la que no logra lidiar ni una galardonada con el Nobel de literatura como Molly Hutchinson (Jane Birkin), porque la espiral casi se puede decir que es lo inefable (o un callejón sin salida, o infinitas encrucijadas). O algo parecido al ritmo vertiginoso de la sucesión de viñetas de las obras de Tintin, sobre lo que Taillard diserta frente a sus asesores que acaban mareados como si hubieran estado atrapados en un tiovivo descontrolado. Tavernier, con agudeza, acompasa su disertación con una planificación sincopada como correspondencia de lenguaje que aturde y marea (como si nos hubiéramos precipitado en los abismos de algún montaje de Michael Bay o Tony Scott).
Tavernier, como en otras obras, centradas en actividades de una institución, como en las magníficas 'L 627' (1991) u 'Hoy empieza todo' (1999), descentra la narración en una aparente deriva que estructura la desestructuración, valga la paradoja, pero sobre las paradojas juega con ingeniosa ironía, incluso como burlona pieza musical (por su modulación narrativa), en esta adaptación de una novela gráfica (los mismos autores, Christopher Blain y Abel Lanzac, han colaborado en el guión junto a Tavernier). La narrativa se modula como si se siguiera la laberíntica configuración de los pasillos del Muelle de Orsay, más allá de que haya algún hilo dramático con amplio arco como el conflicto internacional en Lusdesmistán. Pero lo fundamental es la sinuosidad del trazo, ese contraste bien definido en las figuras de Taillard y Maupas, el comportamiento desorbitado, al borde de la condición de dibujo animado, de Taillard, y la seriedad de gesto exhausto, casi ralentizado, como si acarreara sobre sus hombros el excesivo peso de la lucidez y las cargas de una amplia experiencia, de Maupas.
De ahí que el núcleo y a la vez excurso celebrativo de la narración sea la ordalía de risas de Maupas y Vlaminck con sus juegos verbales en el que incrustan anchoas en los aforismos de Heráclito como jubilosa ceremonia absurda que se contrapone a un desquiciante absurdo (el de las derivas de la espiral). La narración realiza también excursos que tienen algo de liberadores ya que son como si se tomara aire en la superficie antes de sumergirse en los rápidos del Muelle de Orsay, montajes secuenciales que vinculan diversos personajes y espacios (en el que otro compartimento narrativo es el hogar que Vlaminck comparte con su novia), y que evidencian la condición del relato como crónica y fresco en el que lo fundamental son las piezas, las habitaciones, los fragmentos que componen, más que cohesionan, una espiral que en ocasiones es un muelle donde sí zarpan ideas y decisiones con fundamento aunque parezca inconcebible.

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