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jueves, 15 de agosto de 2013
Aurora, un asesino muy común y Policía, adjetivo
Perspectivas de la circulación del vacío. El asesino, el policía y la nada. Cristi Puiu declaró que con 'Aurora, un asesino muy común' (Aurora, 2010), quería realizar un historia criminal desde una nueva perspectiva. A mitad de película, tras hora y media de seguimiento del protagonista, un metalúrgico, Viorel (Cristi Puiu), entre discusiones con compañero de trabajo que se había demorado en devolverle el dinero que le había prestado, conversaciones con su amante sobre las preguntas de la hija de esta sobre el cuento de Caperucita y la vestimenta de la abuela en el vientre del lobo, compras en una armería, más conversaciones con su madre y el amante de esta en el piso que Viorel está reformando, otro par de conversaciones con la madre y el padre del niño que ha provocado, al dejar un grifo abierto, una inundación que ha dejado una notoria mancha en el techo del cuarto de baño Viorel, a mitad de película, como decía, en plano general, y término de profundidad de campo, Viorel dispara con su escopeta, en un parking subterráneo, a un hombre y una mujer. Esta la historia de un asesino, pero narrada lejos de las convenciones a las que se puede estar habituado. No es que escamotee la información del por qué (hasta la secuencia final), o que mantenga en suspenso o incógnita sus intenciones, que supondrán una 'reforma' radical en su vida, sino cómo integra esa acción en un conjunto de acciones ordinarias. El relato no focaliza en lo extraordinario, sino que lo integra en un conjunto, como otra pieza de una circulación de vida.
Por eso podría más bien verse la extraordinaria 'Aurora, un asesino muy común' como es la historia de alguien que es metalúrgico, que reforma su piso, que discute con quien ha tardado en devolverle su dinero, sobre todo por su tono en la forma de hablarle, que tiene problemas con fugas de agua, que asesina a dos personas, que discute con el amante de su madre porque no le cae nada bien, porque no le gusta su sentido del humor, discute con su suegra, mata a una persona, ve en la televisión a una cantante de música tradicional al que le pone y quita el sonido mientras espera que llegue otra persona a la que va a matar, discute con las empleadas de una tienda de ropa en donde trabajó su esposa, de la que se ha separado, porque está convencido de que ella le rehuye, recoge a su hija mayor del colegio aunque tiene que dejarla en la casa de una vecina porque su madre no está en casa, y decide entregarse a la policía. La circulación de un día corriente con sus acciones anodinas, pero con la incrustación de unas acciones, poco ordinarias como unos asesinatos, que le extraerán de esa circulación.
Piui realiza una labor de vaciado y de descentramiento, una perspectiva en plano general que intenta realizar una visión de conjunto, la visión a ras de suelo de alguien cuya vida se ha trastornado, se ha ido abajo, se ha fundido, y decide manifestar a su lobo, su rabia, frustración y asco disparando contra quienes cree que son los responsables de que su vida se haya tambaleado, aquellos que han convencido a su esposa de que se quiera divorciar. No deja de ser significativo que desde el momento en que dispara sobre el hombre y la mujer en el parking subterráneo se hará bien manifiesta su crispación, su tensión, de discusión en discusión, de enfrentamiento en enfrentamiento: hasta a una niña en el colegio le pregunta por qué le está mirando; pide al policía que le registra que sea más delicado. La narración no discurre como una sucesión de acontecimientos en su sentido más convencional que distraen del paso del tiempo, aquí no hay aceleración narrativa sino la preeminencia de lo que suele llamarse los tiempos muertos, largos planos sobre acciones dramáticamente consideradas irrelevantes, el ras de suelo cotidiano donde el tiempo se arrastra o se revela en su inanidad. No existe esa dinamización instituida, que se hipertrofia con esa narrativa que intenta corporeizar la dinámica del parque temático. Este cine es como si en una atracción de feria nos quedáramos contemplando durante quince minutos a la taquillera. Quizá nos sintiéramos incómodos. Quizá nos preguntáramos qué pasa.
Puiu mira desde la distancia, a veces como si se asomara desde el dintel de la puerta, como un ojo que registra el suicidio en vida de un personaje. No hay enfasis, no hay música que no haga sentir el silencio, o el ruido. Si en la extraordinaria 'La muerte del señor Lazarescu' Puiu nos sumergía en el despropósito de un sistema sanitario en el que progresivamente iba desapareciendo un cuerpo, el enfermo Lazarescu, trasladado de un hospital a otro, despojado al final ya de rastro de humanidad, en 'Aurora, un asesino muy común' Puiu narra la desaparición de Voirel (nunca vemos de modo directo cómo dispara y mata, con elementos del decorado interpuestos, o es en fuera de campo: sube al piso de arriba y oímos cómo dispara). Puiu nos relata sus últimas horas como hombre libre aunque ya se ha condenado a sí mismo al decidir protestar por una vida que siente ha matado sus ilusiones, por una fuga de agua que ha encharcado completamente el techo de su vida. Piui nos retrata al hombre en su discurrir, en su circulación, en su rostro de esfinge que ha soportado y encajado durante toda su vida, realizando esas acciones irrelevantes que constituyen, o constituían, su vida. Hasta que un día asesina, añade otra acción a su puzzle, y su vida se trastoca radicalmente, y queda fuera de circulación.
En esta línea vaciadora transita también otra espléndida producción rumana 'Policía, adjetivo' (Politist, adjectiv, 2009), de Corneliu Porumboiu. Es el relato de los tiempos muertos de que se constituye un trabajo policial, el de Cristi (Dragos Bucur): seguimiento de unos sospechosos, largas esperas, petición de informes en diversos departamentos, largas esperas, más seguimientos, más papeleos. No hay glamour en esta vida policial, como no la hay en la del asesino de la película de Puiu, y cuando hablo de glamour incluyo el glamour de lo siniestro, de lo turbio. La película de Porumboiu es como un informe policial. Planos de larga duración, en los que priman los planos generales. Parece que prima lo accesorio, según las convenciones dramatúrgicas, pero quizá lo que prima es la sustancia (aunque sea escasa), la acción cotidiana en su grado cero. Una dedicación, una labor, que aturde y emponzoña, en dos sentidos.
Por un lado, por su dinámica en sí misma que perturba la intimidad, la enajena, como si te empaparas de un veneno, el veneno de la repetición inane, que va calando en ti sin que lo adviertas. Son admirables las secuencias íntimas con su esposa, con la que se acaba de casar: Una discusión absurda sobre una canción, o sobre el volumen de la música, en donde las tensiones no se hacen explicitas, como los cuerpos están distantes, cada uno en una habitación, aunque compartan encuadre, y una conversación sobre gramática en la que sí se explicita cómo hay hábitos que se van perdiendo, y que señala la esposa, como comer juntos, reflejo de que algo puede estar deteriorando en la relación. La enajenación se produce de modo imperceptible. La realidad erosiona, es un tránsito en la nada, seguimientos, acciones baladíes, te entumeces, y te conviertes en funcionario vital.
Y, por otro, el absurdo como trasfondo o decorado en el que se habita cautivo, atrapado como una mariposa, la mentalidad que aboca a ese funcionariado vital, que lo determina y propicia, reflejado en la extraordinaria secuencia final, sostenida en un largo plano de varios minutos, en el que el jefe de policía humilla a Cristi haciéndole buscar y leer sucesivamente en un diccionario las definiciones de conciencia, policía y ley, porque Cristi se niega a realizar una detención que le parece absurda, detener a alguien por mero consumo de marihuana, cuando no es la persona que trafica (y aboga por continuar la investigación hasta lograr detener a quien sea el traficante). Su conciencia no le permite hacerlo. En esa detención se manifiesta el adjetivo de policía (al que alude el título), policial, o de instrucción de funcionariado vital. Una mera aplicación de una orden policial, de la letra de una ley o de unas normas, que no atiende a razones, simplemente se ejerce de modo irreflexivo y atendiendo a la voluntad, o capricho de quien detente el poder de decisión, superpuesto a cualquier moral (no aparece esa noción de ley en un diccionario, como apunta el superior) o conciencia. La dedicación se revela doblemente absurda, la enajenación se acrecienta en su condición dolorosa. El cortante plano final revela la inevitabilidad de la concesión. Sé un funcionario vital, no disientas. O inclinas la cabeza o quedas fuera de circulación.
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