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martes, 20 de agosto de 2013
Las playas de Agnes
Espejos en la playas, un enjambre de moscas confusas, la memoria. Para Agnes Varda, hablar de sí misma, es hablar de los otros. 'Si abren a la gente, encontrarán paisajes, si me abren a mí, encontrarán playas'. Los otros son playas, fronteras con otros mares. En una de esas playas se casaron dos de sus amigos, el cineasta Zalman King y la guionista Patricia Knop, con las gaviotas como testigos, como rememoran 45 años después en la misma playa, con ese tan sonriente como huidizo rubor que evidencia cómo su amor parece mantenerse en su infancia, en su resplandor originario. Como resplandor fundamental fue en la vida de Agnes, Jacques Demy, al que conoció en 1958, y amó hasta que falleció, a causa del sida, en 1990. Su presencia rasga como una herida no cerrada, como un fulgor que no cesa, este recorrido que es retroceso mirando hacia atrás, como ella misma representa, en varias ocasiones, hablando a cámara, mientras anda hacia atrás. Miras hacia atrás, haces relato de lo que fue, te distancias como una despedida que es celebración de lo que ha hecho de ti lo que eres, las tiras de experiencias que han constituido tu piel interior.
Agnes, a sus ochenta años, se sumerge en su memoria, a través de fotografías, imágenes de las películas que ha realizado, vídeos caseros, intervenciones fugaces de algunos que compartieron algún pasaje de su vida o han acompañado su recorrido, y recreaciones, juegos. En un momento dado unas niñas recrean en la playa un episodio de su infancia en Bélgica, y ella, presente, se pregunta qué es eso de 'recrear' ¿Se revive una experiencia? Es el cine, juego, se responde a sí misma. Y Agnes juega, y nos recuerda cómo el cine aún puede asombrarnos, cómo aún dispone de territorios que explorar, juegos con los que sorprender. Como en la secuencia inicial en una playa, cuando la siembra de espejos en los que se refleja, o refleja a su equipo para que se presente. La memoria es un espejo que fluye, o como reflejaba el título de la obra de Alain Robbe Grillet, es un 'espejo que vuelve'. En una secuencia, actores que trabajaron con ella décadas atrás empujan un carro en el que se proyectan las imágenes de aquella película. Los actores se contemplan en el espejo del pasado, un pasado que mantienen, e incluso, ponen en movimiento. Como el cine, la mirada, de Varda. Mira hacia el pasado con el impulso de quien pone en movimiento incluso el tiempo mismo, porque lo abre desde distintos ángulos, como la evocación se trenza en juegos múltiples con la imaginación.
Agnes surca los mares de sus recuerdos, aunque reconozca que a veces la memora asemeja a un enjambre de moscas confusas. Los recuerdos se difuminan, se revelan imprecisos, sesgados por espacios en blanco, emborronamientos. Agnes se mira cómo una figura de arena que resiste los embates de un viento, los del tiempo. Y la arena se desprende, y los recuerdo. Pero su mirada cubre los huecos con su la disidencia de su imaginación, porque hay algo de un cuadro de Magritte en 'Las playas de Agnes', en la mirada de Agnes. No sabe de telas que impidan que los labios se besen.
Agnes revela cómo era una chica retraída cuyo primer trabajo fue remar en la barca de unos pescadores, mientras intentaba discernir cómo era aquella extraña criatura llamada hombre, cómo establecer contacto y comunicación con la isla masculina. Agnes quiso ser integrante de un circo. Unos acróbatas realizan una muestra en una playa, y ella saluda con ellos. Nunca ha dejado de saludar desde la pista de circo de la vida. Recuerda las delaciones a judíos durante la guerra, recuerda imágenes que quedaron prendidas en sus entrañas como las de gendarmes deteniendo incluso a niños judíos. Agnes comprendió que la vida muchas veces no lleva redes. A veces, caes y nunca te levantas de nuevo. Visita Sete el pueblo pesquero en donde rodó su primera obra, que toma el nombre de uno de sus barrios, Le pointe courte (1955), una localidad en donde realizan justas medievales sobre el agua, y que le ha dedicado una de las calles que da al puerto. Recuerda su estancia en Hollywood, a finales de los 60. Desde aquella distancia vivió los eventos del mayo del 68, manifestándose contra la guerra de Vietnam, grabando los mitines de los Panteras Negras. Jim McBride y su esposa Tracy recuerdan cómo entonces la juventud se manifestaba, a diferencia de hoy, pese a que no haya servicio obligatorio sigue habiendo muertos en las guerras. Agnes recuerda cómo Jim Morrison visitó con ella el rodaje de la película de Demy 'Piel de asno' (1970), o cómo el estudio deshechó a Harrison Ford para la primera producción estadounidense de Demy, Model shop (1969), porque no le veían futuro como actor. Recuerda su activismo feminista, su lucha proabortista.
Y realiza otro conmovedor homenaje amoroso a Jacques Demy, del que filmaba, en los últimos meses de su vida, cada poro de su piel, o sus cabellos, como si fueran un paisaje. Los poros de Demy aún habitan en Agnes. Aunque ella diga que el cine es su hogar, como ejemplifica esa réplica de casa hecha con tiras de celuloide de 'Las criaturas' (1966), su hogar habita en parecida medida en el recuerdo de Jacques. Agnes mira al presente, y siente que se ha degradado demasiado, que hiede a catástrofe inminente. Reconoce que la domina la melancolía, mientras mira hacia atrás, hacia una vida que hace digna el adjetivo 'memorable'. Agnes no posa sino que baila con su familia, con sus hijos y nietos. No sabe si les conoce o comprende, pero se dirige hacia ellos, como si aún remara en su vida, y no dejara de dirigirse a las islas o espejos de los otros. Lo que sí sabe es la felicidad que le reportan. Agnes recibe a sus amigos, cada uno de los cuáles le trae una escoba por cada año que ha cumplido. Agnes sabe reirse de sí misma, es energía exuberante, celebra la vida, el cine. Y el cine celebra con 'Las playas de Agnes' (Les plages d'Agnes, 2008) su soberanía, el esplendor de la imaginación, de la inventiva, de los reflejos artificiales que fluyen. Porque la mirada de Agnes, incluso para el propio cine, es una mirada que no ha dejado de zarpar.
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