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sábado, 11 de agosto de 2012

El espíritu de la colmena

Photobucket Photobucket Los ojos asombrados de una niña, Ana (Ana Torrent), ante unas imágenes (en movimiento), la proyección de una película, 'Frankenstein', (1931), de James Wahle, sobre una criatura, hecha con retales de diversos cadáveres, a la que se dota de vida. Los ojos que pone, según la indicación de su profesora (Laly Soldevilla) en otra imágen (estática), la que representa un cuerpo humano, y a la que van completando con los distintos órganos. Somos piezas de un puzzle. Los ojos asombrados que preguntan, antes de dormir, a su hermana, Isabel (Isabel Tellería) por qué el monstruo mató a la niña, y por qué mataron al monstruo. La muerte hace acto de aparición en el escenario, aún entre la mentira y lo real. Isabel juega a hacerse la muerta, para asustar a su hermana, y juega con su psible dominio de la vida de otros ( de causar la muerte) amagando la asfixia de su gato. Los ojos asombrados, interrogantes, observan el tren que se acerca en la distancia, como de la distancia llegó el camión con el proyector de cine. ¿De dónde vienen los espíritus? ¿Se materializan, se hacen cuerpo?. En la distancia observa con su hermana aquella casa abandonada. En la misma descubre una 'aparición', un hombre que duerme, al que contempla desde un agujero en el muro de ladrillos (como si fuera una cabina de proyección), un hombre que la apunta con una pistola, un hombre que llegó de aquel tren que viene de la distancia, al que ofrece una manzana como la niña ofrecía flores al monstruo. Photobucket Photobucket Cuando 'desaparece', y sólo queda el rastro de la sangre, que indica su muerte, la muerte que no es mentira, como en el cine (como le ha dicho su hermana), ella 'desaparece', huye. En la noche se encuentra con el 'espíritu' en el bosque, la criatura de la película, el monstruo, aunque sus rasgos sean los del hombre que encontró en la casa abandonada. Mientras, el cuerpo del hombre yace muerto bajo la pantalla de cine donde contempló Ana aquella película sobre una criatura a la que dotaban de vida.'El espíritu de la colmena' (1973), de Victor Erice, es una película que alumbra la mirada, que dota de cuerpo, de presencia, a la materia ( cómo se dotan de 'vida' a los objetos, como personajes de la trama de la vida de los personajes que habitan la pantalla), la luz, candiles, velas, que se encienden y apagan, hasta las ausencias. Nunca vemos juntos a los padres, Fernando (Fernando Fernán Gómez) y Teresa (Teresa Gimpera). Viven distantes en el mismo hogar. Teresa vive en la distancia, a través de esas cartas que envía a alguien del que espera una respuesta, ese rostro que ojalá encontrara entre los soldados que viajan en el tren en el que entrega la carta que llegará a aquel ausente rostro en la distancia. La voz del doctor Frankenstein de la película, cuando habla del ansia de conocimiento,de interrogarse, de desafiar los límites, se superpone sobre la imagen del padre asomado al balcón observando la distancia, el horizonte, velada su imagen tras el cristal esmerilado ambarino con celdas como la de un panal. Photobucket Photobucket Fernando, apicultor, cuida las abejas en sus panales, con ese traje protector con el que pareciera un espectro. Quizás lo sea, insinuado que ss sueños artísticos no hayan sido realizados (la fotografía junto a Unamuno), difuminado en ese retiro, de pasos de un lado a otro en la habitación, de enseñanzas a sus hijas de cómo distinguir lo bueno de lo malo, lo ponzoñoso de lo que no lo es, o sobre esas distancias, donde están los lugares excepcionales, como el de esas setas en una elevación brumosa, aquellos lugares que se anhelan, pero a los que tan dificil parece acceder, en una distancia que se observa con ansia o nostalgia (de lo que se ha asumido no podrá ser) pero cuesta superar, cautivo en la esmerilada celda ambarina del panal. Ana, con sus ojos interrogantes, observa las abejas en su cautiverio ascender por aquella red. Como Erice nos hace mirar a esas criaturas humanas a las que se ha dotado de vida cómo comienzan a dar sus primeros pasos en la vida, a dotar de cuerpo a sus preguntas y sueños, en esa red de vida que es panal y puede ser cautiverio cuando las distancias y las ausencias son las que predominan en su tránsito de vida

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