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lunes, 20 de agosto de 2012
Ayer soñé con Edward Hopper
Ayer soñé que paseaba dentro de un casa, junto a las vías del ferrocarril. En las esquinas oscuras se podía entrever alguna deshilachada peluca blanca, y algún roñoso cuchillo. Podía escuchar el aleteo de miles de langostas, y la agitación
de un hombre que corría ya sin resuelloo antes de ser abatido por una bala que surcó su cuerpo como el último trazo de un pintor invisible, aquel que no había sentido nunca en la inmensidad de una intemperie donde se había erigido un hogar, junto a las vías del ferrocarril, donde indistinguibles cuerpos erraban en busca de una dirección, de un refugio, de un significado que no fuera arrasado por el aleteo de miles de langostas que surgen de la nada. Ayer soñé que paseaba entre habitaciones en las que se escuchaban quedas respiraciones, el batir de unas miradas prendidas en un horizonte que cegaba con su resplandor. Aunque quizá fueran maniquíes. Algunas de aquellas miradas eran oscuras, agujeros negros, como los del cadáver con peluca blanca oculto en el sótano. Como aquella mujer sentada sobre una cama que no parecía haber sido usada, agarrada a sus rodillas, como si fuera un ancla. Quizá espera, quizá anhela, quizá permanece hasta que simplemente se descomponga, porque ya no hay a donde ir. Atisbé por ventanas donde las miradas danzaban, separadas, como si se rehuyeran, como si la proximidad las incomodara, y necesitaran una distancia antes de que se convirtiera en grito. Un hombre parecía incrustarse en su periódico, como si le fuera la vida. Una mujer se disponía a pulsar la tecla de un piano que quebrara el abrasado silencio, y surcara el espacio hasta aquella mirada que la eludía, el cuerpo rígido, como si fuera a propulsarse como la presencia que había sido negada. También, con la mirada de puntillas, me colé en uno de los resquicios de una habitación en la que una mujer, entre maletas, hojeaba un papel (se dice que era una agenda, aunque me pareciera un folleto), una hoja de sombras blancas, el folleto quizá de los sueños no cumplidos, el de los planes con los que atemperar, al día siguiente, el ruido de tantas ilusiones amordazadas, de tantas uñas rotas abriendo y cerrando maletas, de tantos tacones desgastados recorriendo moteles de luces titilantes, de pasillos que huelen a abandono y tránsitos que no parecen tener fin. Ayer soñé que era un payaso, que era un sueño, que era un temblor entre gestos ausentes, que la fiesta hacía tiempo había terminado, y nadie me había pagado. Ayer viaje por la exposición de Edward Hopper en el MuseoThyssen, y sentí de nuevo el terciopelo azul en mi mirada.
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