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miércoles, 27 de junio de 2012
El cochecito
A 'El cochecito' (1960), de Marco Ferreri, se le podría añadido el subtítulo que se le injertó a 'Easy rider'(1968), de Dennis Hopper, 'Buscando mi destino'. Podría verse a Don Anselmo, en la última secuencia, en esa carretera solitaria crepúscular, cuando es detenido por la guardia civil, como un antedecente de los dos protagonistas moteros de la película de Hopper. Uno y otros están se han quedado (o han preferido estar), al margen. Si a estos, molestos 'marginales', dos cerriles pueblerinos los matan a tiros (como quien practica el tiro al blanco con dos patitos en la feria), a Don Anselmo la guardia civil le amonesta por haber querido huir de su casa coom si fuera un adolescente de 14 años, y le escolta de vuelta a su casa, no sin que Don Anselmo pregunte si en la carcel puede quedarse con el cochecito. Evidentemente, la comparación entre ambas películas es pura hipérbole. Mucho separa a ambas obras, empezando por cómo el paso del tiempo ha dejado en evidencia la pronta fecha de caducidad de 'Easy rider' (empezando por sus secuencias alucinógenas), por mucho que su imprevisto éxito de taquilla de entonces la convertiera en un hito que revolucionó las pautas de producción en la industria. En cambio, 'El cochecito', como la anterior obra de Ferreri, 'El pisito' (1959), aún mantienen bien afilada su lúcida mordacidad, como sigue resplandeciendo su ingenio. En primer lugar, el de su guión, de Ferreri y Rafael Azcona (segunda experiencia como guionista tras 'El pisito', y que tiene una breve aparición, como monje, acompañado de Carlos Saura), que adaptan un relato de Azcona, 'Paralitico', que tuvo una primera versión corta en 'La Codorniz', y en 1960 se publicaría con otros dos relatos, bajo el título 'Pobre, paralítico y muerto' (Azcona relató que se inspiró para crearla historia en un grupo de inválidos que salían del estadio Santiago Bernabéu mostrando su disgusto con calificaciones a los futbolistas de “equipo de baldaos”).
En segundo lugar, el de su realización, con ese tipo de composición 'infestada', que también puso en práctica brillantemente Berlanga. Hay encuadres que parecen el camarote de los Hermanos Marx en 'Una noche en la opera. Los personajes se van integrando en (o van invadiendo) el encuadre, incidiendo en esa atmófera de opresión, como se combinan, en los planos de larga duración, acciones diversas o múltiples ( inclusive de diálogos simultaneos), recurso de estilo que practicará posteriormente Robert Altman (Ferreri en estas primeras obras estuvo mucho más inspirado que en la última etapa de su filmografia donde predominaba el 'tema', el fulgor de las sugerentes intenciones, pero servido por una desmañada realización, caso de 'Historia de Piera o 'El futuro es mujer'). Pero aunque los encuadres se llenen de tanta gente, hasta hacinados (cfr. la secuencia en la que remolón Don Anselmo permanece en cama, sin querer levantarse, y entran el doctor, su hijo, su nuera, su nieta, el novio de ésta... :-¡Si no me compráis el coche, yo no me muevo de aquí hasta que me muera!” ). Don Anselmo se siente solo y al margen. Si hay algo que puede hacer 'levantarse' en la vida, es disponer de un cochecito, aunque realmente no lo necesite, porque no es un inválido o impedido físico. Aunque sí se siente así por sentirse ya no 'integrado', periférico (sus recorridos por la casa, de estancia en estancia, hasta hablando con los que esperan ser atendidos por su hijo, procurador).
Y es que si en su hogar, con su familia, se siente 'marginal', el hecho de que su amigo, Don Lucas (Jose Alvarez), ya no tenga que estar postrado en una silla de ruedas, y pueda disponer de un cochecito motorizado, acentúa su 'distancia'. Porque su amigo puede hacer excursiones con otros inválidos motorizados, con los que Don Anselmo es el 'cuerpo extraño' (agudamente expresado en ese plano general en el que todos se marchan a una posada cercana, dejándole en medio del campo, diciéndole que volverán con el vino; en este caso, la desaparición de los personajes del encuadre, que lo vacían, acentúa ese desamparo, esa soledad de Don Anselmo). Así que empecinarse en disponer de un cochecito, es poder sentirse integrado, sentirse parte de algo, y sentirse util, que algo de control y dominio tiene con la vida (cómo intercede entre la pareja de inválidos que se ha peleado, para que se reconcilie). Parece (o siente) que el destino es suyo, aunque para ello ha tenido que enfrentarse a su hijo, tan obcecado como él, pero en insistir en que no compre el cochecito, o, cuando lo compra (llega hasta a sustraer las joyas de la familia para venderlas) en que lo devuelva (el final en el relato es más expedtivo, porque Don Anselmo llega a envenenar a su familia antes de darse a la fuga). La vivaz música, de toques circenses, de Miguel Asins Arbó, incide en la mirada burlona, desapegada, que resalta lo grotesco de lo trágico, y en la que se pueden rastrear ecos del empleo de la música en el cine de Tati. 'El cochecito' es una aguda comedia que va descubriendo el ácido corrosivo bajo la sonrisa del payaso. Es el mismo efecto que cuando te das cuenta de que no cabalgas un caballo por las praderas sino un caballo de un tiovivo al que se le ha empezado a acabar la corriente, y la música ya suena distorsionada.
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