El pistolero (The gunfighter, 1950), es un magnífico western de Henry King, con guion de William Bowers y Andre De Toth, en principio escrito para John Wayne, que aspiraba a interpretarlo. Según parece no se llevó a cabo por sus diferencias con Harry Cohn de la Columbia por sentirse maltratado por él cuando empezaba su carrera. El proyecto acabó en la Fox, producido por Nunnally Johnson, quien realizó modificaciones en el guion. Durante los títulos créditos, una figura recorre a caballo parajes desiertos, entre el día y la noche, entre lo que quisiera dejar de ser y lo que anhela poder ser. Una figura a la que persigue una sombra, una figura que persigue un sueño. ¿Cuál es la sombra que persigue a Ringo (Gregory Peck), protagonista de El pistolero? Esa que ya se refleja en el título de la película, y a la que se enfrenta en el saloon al que llega, cuando los asistentes le reconocen, y uno se enfrenta a él, para afirmarse. Es El pistolero. Esa es la sombra que arrastra y le persigue, lo que representa, su imagen y reflejo para los demás, el hombre considerado el pistolero más rápido, y cuyos méritos se ratifican en los hombres, objeto de especulación, que ha matado. Aunque cada vez que le vean, muchos digan que parece vulgar, no hay nada aparente que indique su excepcionalidad, percepción que determina que quieran enfrentarse a él, porque parece realmente nada, y les puede hacer sentir a ellos que son más que nada. Pero Ringo es un hombre cansado, un hombre que se siente como un condenado. Condenado a enfrentarse a cualquiera farruco que quiera afirmarse como gallo del corral, como es el caso de Eddie (Richard Jaeckel), lo que implica, tras matarle (tras ser provocado por él, y tras fracasar en el intento de convencerle de que no le desafíe), que sus hermanos quieran vengarse de él.
Si Ringo es una representación para los demás, hay dos figuras que representan lo que él pudiera, o quisiera ser. El sheriff Strett (el espléndido Millard Mitchell), antiguo amigo, que fue antes forajido, y ahora, ocho años después, figura integrada en el otro lado de la ley, lo que le hace, por otra parte, tener una mirada no emborronada por los reflejos de lo que Ringo representa, sino comprensiva, que sabe discernir lo real, el ser humano tras la imagen. Y, en segundo lugar, su esposa e hijo. Lo que Ringo anhela es por fin dejar esa vida de pistolero, dejar de ser perseguido por la sombra de lo que representa, construir una nueva vida conjunta con ambos, disponer de una segunda oportunidad, consciente ahora, dejada atrás las inconsciencias arrogantes de la juventud, de dónde reside realmente la verdadera vida. No en el enfrentamiento ni en la afirmación del ego sino en la creación de una relación cómplice. Dejar la noche, la muerte, y habitar la luz del día, la vida. Reiniciar una vida, como un papel en blanco, en un lugar en que no represente ya nada para los demás sino meramente alguien al que conocer. Pero resulta complicado poder desprenderse de la amenaza de las sombras que le persiguen, porque hay otros que ignoran que lo que proyectan, ese ser Alguien, está teñido de muerte, y lo necesitarán aprender en sus propias carnes, qué lejos está la sublimada idea de los fatuos reflejos de lo real siniestro.
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