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miércoles, 9 de junio de 2010

La hija de Ryan

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Charles (Robert Mitchum) lleva a sus alumnos a la playa, su mente está distraída, una inquietud en forma de sospecha ha empezado a perturbar su ánimo, pero aún no ha logrado concretarla, como las huellas de unos pasos en la arena de la playa que no sabes aún a dónde conducen. Y esto es literalmente lo que ve: El rastro de las huellas de dos personas; y por las trazas una de ellas indica que uno arrastra una pierna. Sabe quiénes son, sabe que son su esposa, Rosy (Sarah Miles) y el oficial británico recién llegado, Doryan (Christopher Jones), el cual cojea de una pierna. Y su temor empieza a corporeizarse, y lo hace de una forma que le define, imáginándoles ( en un flashforward, en el que Charles llega a compartir encuadre, como si tiempo real e imaginario se integraran) transfigurados con un aura de figuras románticas. Figuras que pueden salir de una obra como 'Margarita Gautier' o 'Anna Karenina', con música de Beethoven ( su pasión, ejemplificada en los bustos del compositor que adornan su casa). Ve un hoyo junto a un charco de agua, e imagina que él ha sacado una concha de ahí, que ha ofrecido gentilmente a su 'dama', y sigue sus pasos, y ve que se dirigen a una cueva, pero ahí su imaginación se detiene, porque sabe lo que significa y no quiere ni materializarlo en su imaginación.
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No casualmente, la película se inicia con una secuencia, también, en la playa, en la que Rosy, con ansia, espera a Charles que vuelva de la ciudad. Está enamorada de él, con esa proyección novelesca romántica de 'amor elevado', como desde las alturas del acantilado desde dónde le contempla avanzar por la playa (aún no conoce el amor a ras de tierra, el esforzado funambulismo de saber conjugar las ansias de elevarse sobre lo mundano con los fragiles y condicionados relieves del corazón humano: la inflamación del modelo emborrona su capacidad de ver al hombre concreto y sus limites, y, por tanto, saber relacionarse con él). Ambos caminan por la playa, él ha asistido a un concierto, ella muestra ciertos celos cuando le habla de una mujer, que resulta ser una anciana. Les separa una notable diferencia de edad, él es viudo, y ella está iniciándose a la vida, pero a ambos les une ese sentimiento novelesco o de musica romántica de las emociones (Aunque ella es un pájaro que desea por fin elevar el vuelo, y él ha 'restringido' esas 'llamas' inquietas en la dieta emocional de una vida discreta de la sosegada lumbre del hogar).
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'La hija de Ryan' (1970) es un prodigio que indaga en las complejidades de las proyecciones emocionales, tanto individuales como colectivas, repleto de estas correspondencias y contrastes entre figuras y secuencias, de ritornellos y espejos. Como el que se establece entre Doryan y el deficiente mental, Michael (John Mills),ambos cojos, ambos deficientes, ya que Doryan arrastra un trauma de guerra, en la aún inacabada primera guerra mundial; o cómo el lider del ira, Tim (Barry Foster) dispara, desde la distancia, con su fusil, contra un policía que le ha reconocido, y más tarde, a la inversa, Doryan disparará sobre él, aunque esta vez sólo hiriéndole, actos que les definen y contrastan.
Pero, ¿Por qué Rosy ha iniciado esa relación amorosa, qué es lo que ha visto en él que le falta en su relación con Charles? Porque siente que falta 'algo'. En su anhelo de fuegos artificiales románticos, se ha encontrado con una serena placidez cercana a la 'inmovilidad' (como esas flores secas que pega en su cuaderno Charles). Y el sexo, el arrebato pasional, no es lo que esperaba (ya la noche de bodas se convierte en un rápido coito, sin ningún tipo de preámbulo, e incluso sin despojarse de la ropa de cama), asi como Charles adolece de un 'recato', de un pudor apocado (sólo hay que ver su rubor e incomodidad cuando ella le fuerza a que coma con el pecho descubierto, como si se invirtiera la convención de la dama recatada). Todo eso que anhela lo encuentra en Doryan, los cuerpos liberandose sin pudor, entregándose sin límites a los sentidos, con arrebatada y dionisiaca 'naturalidad' (ejemplar la primera secuencia en la que hacen al amor, de hecho ni hablan, como si estuvieran en comunión con la naturaleza. Pocas secuencias han captado esta interacción con lo natural, los sentidos vibrando en una unión que va más allá de la piel.
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Pero todo no es lo que parece, o no todo es tan simple. Bajo la apariencia serena, cabal y templada de Charles laten también esas llamas, que no sabe articular o que ha 'exiliado' de su vida(esa música de los sentimientos que vive, por delegación, en las composiciones de Beethoven). Por eso, cuando ya tiene la certeza de esa relación, y de que lo que une a los amantes no es el mero capricho sino algo más hondo, se pierde en la noche, sólo con el camisón puesto, ya sin pudor, mostrando el dolor manifiesto, y así le encuentran a la mañana siguiente en una roca al borde del mar ( de nuevo, otra imagen de raigambre romántica:la del acantilado), aunque no, sin la intención de quitarse su vida, porque su templanza ha logrado equilibrar su dolor (ya tiene experiencia con él, como he dicho, perdió a su primera mujer). Si Charles 'contiene' sus emociones, su pasión, Doryan se ve superado por ellas, es alguien en 'fuga'. Su presentación al llegar, tras bajar del autobús, es la de una 'máscara de dolor'. Doryan comparte un trauma con Charles, pero no puede dominarlo, como sus temblores. Es la encarnación de esa figura torturada romántica, desgarrada interiormente, una desolada fígura trágica de elegante porte y atractivo rasgos ( no es casual que se llame Doryan). Y es de hecho, tras uno de esos momentos en que los temblores le superan, y sufre un ataque, cuando, sin mediar palabra, él y Rosy se besan: caído en el suelo del bar, sin cambiar de postura, recogido sobre sí mismo, de repente está en una trinchera del campo de batalla, que se desvanece, haciéndose la oscuridad, y surgiendo el rostro de Rosy, está de nuevo en el bar, y se besan. Sí, de la misma forma que algo une a Charles y Rosy, su afin sensibilidad, como se muestra en la citada primera secuencia, una 'desesperación' le une a ella con Doryan.
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Éste es el reflejo en el espejo de eso que le falta y frustra, algo mudo que se conjura con la unión arrebatada de los sentidos y los cuerpos, que necesitan 'florecer', cada uno mustio por su particular causa, una el ansia juvenil de vivir todo exuberantemente y otro por las heridas de haberse enfrentado a la violenta locura del ser humano. Por ello, cuando al final todo el pueblo se alíe para 'castigar' a la infractora, a la mujer que se ha acostado con el enemigo, humillándola como una rabiosa jauría, cortándola toda su cabellera, será sólo Charles (junto al sacerdote, aunque este llega tarde) el único que la defiende, y se enfrenta a la masa ciega, cual caballero, y en cambio, Doryan, se 'autoinmola' en la playa (de nuevo, no casualmente), con los explosivos de los terroristas que encontró Michael. Impotente, se 'sacrifica', en el crepusculo, porque ya era un espectro en vida, que por un momento encontró una ilusión de 'revivirse' gracias a la pasión vivida con Rosy. Mientras que Charles sabe superar sus emociones doloridas y actuar con la razón del caballero justo intentando impedir el castigo de su 'dama' aunque esta haya mantenido una relación, y no superficial, con otro hombre. De nuevo, las convenciones se quiebran, sólo el marido y el sacerdote, paradójicamente, hombres justos, comprensivos y templados, se enfrentan a la violencia de la emoción ciega, porque la razón sensible no sabe de uniformes, hábitos ni condiciones, ni despechos. Si al comienzo ella espera que él vuelva de su viaje, al final, tras recorrer, sin verguenza, afirmados, las calles del pueblo (son muchos más dignos que esa patulea de la moral fanática, tanto puritana como nacionalista), ambos cogen el autobús en busca de una nueva vida, y quizá el amor que sí existía entre ambos, rasgado por el desencuentro de sus diferencias, pueda reiniciarse si ambos ponen de su parte. Las últimas palabras del sacerdote (qué gran personaje crea Trevor Howard), que ha ido a despedirse junto a Michael, viendo cómo el autobús se aleja, son 'No sé, No sé'. Quién sabe con las inciertas y vacilantes corrientes de las emociones. Quizá se logre el equilibrio sobre sus aguas.

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