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domingo, 9 de mayo de 2010

Umberto D

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Desde la primera secuencia queda manifiesta cual es la circunstancia que condiciona la precaria situación del sesentañero protagonista, Umberto (Franco Battiti), y que es reflejo de una situación colectiva, a través de la manifestación de protesta de los jubilados por sus escasas pensiones. El resto de la narración hace cuerpo, y emoción (hasta un extremo desgarrador en su cualidad conmovedora), la circunstancia de desamparo de Umberto, sobre el que pende, cual inclemente espada de Damocles, la amenaza de un inminente desahucio de la habitación en un piso que es también espejo de la realidad exterior: la solidaridad la encuentra en la asistenta, Maria, mientras que la dueña muestra una completa indiferencia o falta de piedad por su circunstancia (de hecho, en la primera secuencia en el piso, se encuentra con que su habitación está ocupada provisionalmente por una pareja para un encuentro clandestino amoroso). El espacio del piso se irá degradando ( las obras que irán realizando para su transformación, que evidencia la irrevocale ajenidad de la dueña aunque Umberto le prometa que conseguirá todo el dinero) a medida que se degrade o complique la propia situación de Umberto.
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La narración derivará en una sucesión de trances que parecen estirar con crudeza la tensión de la intemperie vital en la que se ve cada vez más sumido Umberto: la desaparición de su perro labrador, Flike, que ha echado la dueña mientras él ha estado unos días en el hospital; demoledora la secuencia en la que le busca en el albergue de recogida de perros. Los encuentros buscados o casuales con antiguos amigos, esperando que quizá se compadezcan de su situación prestándole dinero; el momento en que se decide a mendigar ( su primero reacción cuando un transeunte le va a dar una limosna es volver la mano, como si realmente estuviera comprobando si ha empezado a llover. La secuencia, tejida a través de gestos y mirada, en la que, en su habitación demolida, escucha el sonido de la trompeta militar cuando se arria una bandera, y por su mente, mirando el empedrado de la calle, piensa en el suicidio, pero su mirada se vuelve a su perro yacente en la cama dormido, y cambia de opinión. O la demora, porque debe preocuparse antes del destino de Flike. En esta relación con su perro, que domina las últimas secuencias, se pueden advertir ecos de la relación del personaje de Gabin con el que recoge en la calle en 'El muelle de las brumas' (1938), de Marcel Carné, y parecida intensidad. De hecho, estas últimas secuencias, en las que Umberto intenta 'colocar' o regalar su perro alguien, alcanzan una doliente intensidad, tan desoladora como conmovedora, que tiene su culmen en el momento en que, en el parque, intenta irse sin que Flike le vea, escondiéndose tras un puentecito, pero Flike le encuentra, y Umberto le abraza con desgarrada ternura.
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No hay que dejar de mencionar como De Sica apunte con sutilidad otras realidades que definen ese conjunto social. A veces, dentro del mismo plano, como en el último plano de la secuencia inicial en el que en a la izquierda está Umberto con Flike y a la derecha uno trabajadores que al oír la sirena bajan del andamio porque es la hora de comer (al fin y al cabo, el espejo de su pasado, esos 30 años de funcionario que ahora, ya al margen, jubilado, no han servido para nada dado como, cuando ya no se es productivo, más bien se convierte en desecho, en una sombra olvidada). O esa hermosa secuencia, de sutil lirismo, que describe, dilatadamente, el despertar de María, sus gestos desperezándose en la cama, luego preparándose el desayuno, o mirando por la ventana, a través de la que siempre ve a los soldados, uno de los cuáles le ha dejado embarazada, condición que la sume en un futuro incierto, cuando se aprecie su embarazo, y la equipara en condición marginada con Umberto. El plano final de Umberto alejándose en la distancia, en el parque, jugando con Flike, tras haber casi propiciado el suicidarse juntos bajo un tren, es de una hondura emocional incomparable.

'Umberto D' (1952) de Vittorio De Sica es una admirable combinación de genuina emoción y crítica social. Tan enternecedora como demoledora.

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