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viernes, 28 de mayo de 2010

Lee Marvin, equilibrio de fuego y hielo

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Lee Marvin es una de las presencias con carisma más poderoso que han habitado una pantalla. Sus cincelados rasgos, su mirada perforadora y su cavernosa voz se convertían en un imán que podía difuminar el aprecio de las cualidades de otros compañeros de reparto o insuflar una distinción a ciertas obras que, sin su presencia, dejarían en evidencia sus limitaciones. Hay tres personajes, o tres de mis personajes favoritos, en tres grandes obras, que definen el arco de sus excepcionales cualidades dramáticas: el hombre integro que arrastra las heridas de la desilusión, el revolucionario de ayer que aún cree en la posibilidad de que la palabra dada tenga algún sentido, en 'Los profesionales' (1966), de Richard Brooks; la alimaña cruel que se impone con el látigo de su bárbara arrogancia, en 'El hombre que mató a Liberty Valance' (1962), de John Ford, y entremedias, la exuberante y ambivalente personalidad de su personaje de 'El repartidor de hielo' (1973), de John Frankenheimer, un personaje oscilante sobre el que durante gran parte de la narración, adaptación de una obra de Eugene O'Neill, es un huidizo enigma. Fue Henry Hathaway, admirado por sus dotes tras contratarle en la notable 'Correo diplomático' (1952), quien le facilitó el que consiguiera uno de los mejore agentes de Hollywood. Durante esta década quedó encasillado en papeles de villanos, algunos inolvidables en magníficas obras como 'Los sobornados' (1953), de Fritz Lang, 'Sábado trágico' (1955), de Richard Fleischer, Conspiración de silencio' (1955), o 'Seven men from now' (1956), de Budd Boetticher, además de en otras tan interesantes como 'Los forasteros' (1952), de Roy Huggins, o 'Seminole' (1953), de Budd Boetticher, sin olvidar sus intervenciones en 'Salvaje' (1954), de Laszlo Benedek o 'Attack' (1956), de Robert Aldrich. Cansado de ser encasillado, apostó, a finales de los 50 por la televisión, en 'M squad', retornando con la discreta 'Los comancheros' (1961), de Michael Curtiz. Con Ford también trabajaría en una de sus obras menos afortunadas, 'La taberna del irlandés' (1963) donde la imagen de un arrobado Marvin contemplando un tren de juguete es una de sus escasas imágenes perdurables. En los 60 le llegaría el éxito, más que por su Oscar por la escasamente memorable 'La ingenua explosiva' (1965), de Elliot Silverstein, por la obra que le convirtió en estrella, 'Doce en el patíbulo' (1967), de Robert Aldrich, tan eficaz como excesivamente rebosante de testosterona, lejos de los grandes logros de Aldrich. Eso le permitiría controlar su siguiente obra, y así lo hizo con 'A quemarropa' (1967), de John Boorman, en la que, de nuevo, lo sobresaliente era su presencia, en una obra no carente de interés y con buenos momentos, pero cuyos efectistas manierismos, y un hieratismo un tanto forzado en ocasiones, le acercan más al vacuo esteticismo del más flojo Antonioni, el de 'Blow up' (1966), que a otro modelo estético, el del cine de Jean Pierre Melville. También su presencia era lo más destacado en la fallida 'Código del hampa' (1964), muy por debajo de 'Forajidos' (1946), de Robert Siodmak. Las secuencias de Marvin y su compinche, Clu Culager, eran muy superiores a las escenas de los flashbacks, en los que incurría en el error de mostrar lo que en la versión de Siodmak cobraba fuerza por ser sugerido, la atracción entre Lancaster y Gardner, que, aquí, con los rostros de John Cassavettes y Angie Dickinson se explicita, pero carente de intensidad y nervio dramático. Y hace pensar que hubiera sido un película mucho más interesante centrada en Marvin y Culager. También Marvin era lo mejor con diferencia en el insulso musical, 'La leyenda de la ciudad sin nombre' (1969), de Joshua Logan (inolvidable cantando el tema 'Wandering star'). En cambio, parecía diluido en la discreción generalizada de la envarada 'El barco de los locos' (1965), de Stanley Kramer. En los 70 hay que destacar sus intervenciones en la descarnada 'Carne viva' (1973), de Michale Ritchie, o 'El hombre del clan' (1974), de Terence Young, con guión de Samuel Fuller, pero lo mejor, junto a la obra de Frankenheimer, fue la esplendida 'El emperador del norte' (1973), de Robert Aldrich. Su presencia seguiría siendo lo más rutilante en la serie de obras poco destacadas que realizó hasta su muerte en 1987, con la excepción de la excelente 'Uno rojo:división de choque' (1980), de Samuel Fuller, una de las más grandes creaciones de este inmenso actor que como la Medusa podía paralizarte con su cautivador carisma.

1 comentario:

  1. MARIA JOSÉ G ARCÍA9 de agosto de 2012, 7:06

    NOS CAUTIVÓ LA PELÍCULA DE ADOLESCENTES Y YA NUNCA PUDIMOS IGNORARLE,CON ÉL APRENDIMOS QUE TODOS NACEMOS BAJO UNA LUZ FUGAZ.

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